Ciudad de México, abril 19, 2024 08:35
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Año 2137

Colocar mensajes en diversos medios de comunicación, tanto tradicionales como electrónicos, para intentar propagar cierta idea respecto a una realidad determinada se convirtió en labor complementaria del accionar de quienes ocupan un lugar al interior de las instituciones.Para aquellos que ejercen un cargo producto de resultar victoriosos en una contienda electoral, constituye una tarea inseparable, fundamental, casi que no percibimos dónde comienza la propaganda y dónde termina la información.

Así, los consumidores disponen de múltiples insumos para satisfacer la necesidad de conocer qué sucede en la arena política y cómo influye en su territorio. Hoy vemos contenidos en redes sociales, plataformas informativas, periódicos en línea, revistas, diarios de circulación nacional, videos, spots de radio y televisión, etcétera, en los cuales se intenta difundir logros, resultados, obras realizadas, incluso los autocríticos se animan a incluir “pendientes”.

Es decir, en la medida de las posibilidades de toda índole, funcionarios de distintos órdenes de gobierno se lanzan a presentar lo que consideran una manera de informar a la ciudadanía respecto a la actividad que desempeñaron. Los formatos son diversos e incluyen desde el estricto apego a la normatividad hasta echar mano de grupos musicales, rifas y convites.

Sin embargo, y sin soslayar que se trata de entusiasmar a los públicos, los discursos no sustituyen a la realidad. Por ejemplo, no encontraremos sucesión o articulación de mensajes que puedan diluir el siguiente dato: “[En México] Se requerirán 120 años para que la tendencia de la desigualdad cambie”.

Lo anterior fue dado a conocer esta semana por el gerente de investigación de la confederación de organizaciones Oxfam, Diego Vázquez, al presentar el informe Análisis de la Desigualdad, a cargo de dicha instancia. La frase aunque podría parecer estridente, se sustenta en los estudios realizados a partir de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2016.

La medición muestra que 12 millones de personas, es decir el 10 por ciento de la población, concentran casi el 37 por ciento del ingreso total de los hogares del país. En tanto, los más pobres, 12 millones, reúne el 1.8 por ciento. Por su parte, el sector mayoritario, 64 millones de mexicanos (pobres también), aglutina el 20 por ciento del ingreso.

Más de un siglo para revertir la tendencia desigual cobra sentido cuando advertimos que los ingresos de los sectores menos favorecidos se destinan únicamente a cubrir necesidades básicas. Las palabras “ahorro”, “inversión”, “futuro” carecen de significado, permanecen en el terreno de lo inviable.

Modificar el penoso círculo económico de millones de mexicanos requiere algo más que discursos, intenciones, informes. Por ello es fundamental que todos los sectores de la sociedad –por lo menos los interesados disminuir la desigualdad—, incluidos los partidos, comiencen a discutir qué país quieren. Planificar con sentido de nación debe aterrizar a la realidad, a las diversas mesas de debate y análisis, es inadmisible continuar en el terreno de la etérea imaginación. Es urgente porque al parecer se dispone de poco tiempo.

En palabras de Stephen Hawking, tendremos que abandonar el planeta en un lapso no mayor a 100 años pues el hombre será incapaz de colocar a la tierra en una condición similar a la de hace 200 años. La manera en que dilapidamos la habitabilidad nos hará salir en busca de nuevos espacios para continuar con la vida.

Quizá sea momento de sustraer la variable “acumulación” de la manera en que se desenvuelven las sociedades, pues con procesos de desigualdad modificables en un lapso de 120 años y la necesidad de encontrar “una nueva tierra” en no más de 100, resulta ineludible que valor de uso y valor de cambio tengan nuevos significados. Los establecidos hasta hoy de poco servirán.

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