Ciudad de México, abril 23, 2024 17:18
Francisco Ortiz Pardo Opinión

EN AMORES CON LA MORENA / El mandato

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Quien dispendia y descarta al prójimo tributa las injusticias a las que dice combatir

Con su mano zurda me escribió el amor

mientras alguien era solo contingente

dentro del dibujo de Andersen asentó sin atenuante

lo que le significará para siempre lo importante.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

El relato es ese género que permite hablar de cosas personales con valor público, contarlo como un cuento pero de la vida real. En los últimos años en Libre en el Sur hemos dado espacio a esta forma de expresión que no suele aparecer en los manuales de periodismo pero que en cambio revalora la expresión de lo privado en lo público, que no es otra cosa que exaltar el valor del ser humano.

Podemos pensar en varios personajes de la vida pública a los que no le es ajeno el drama en sus vidas, para llegar a inferir o concluir las razones sobre sus formas de actuar. Tenemos el ejemplo del presidente Andrés Manuel López Obrador, que de niño enfrentó la muerte de su hermano con un disparo de revólver que nunca ha sido plenamente entendido porque las versiones son encontradas. Pero lo que no podemos eludir es el impacto que tendría ese hecho en la megalomanía del personaje, su autoritarismo y su afán por trascender como un Benito Juárez moderno.

Nada escapa a lo que se debe cuestionar. Que el dolor no me sea indiferente es un canto de Mercedes Sosa que trasciende su propia voz para penetrar en la vida de quien no quiere, efectivamente, que el dolor de nadie le sea indiferente. Lo demás es demagogia, la misma que puede utilizar quien por el mandato familiar renuncia a la hermosura para terminar con un tecnócrata del mismo gobierno de Peña al que tanto fustigó, aparantemente desde los valores más preciados.

La cultura del descarte es un asunto de interés público, y grave; hay veces que un solo ejemplo dice demasiado acerca de lo que nos ha hecho padecer tantos infortunios a los seres humanos. No hay incongruencia que no haga tropezar en el camino hacia un mundo mejor, por más que se proclame desde las sesudas ideas de “izquierdas”. Porque lo mínimo que merece cualquier persona es el respeto a su dignidad. Y de manera clara hay que decirlo: Sin eso, no hay nada.

Hoy que tanto se critica a los políticos (no estoy para decir que no lo merecen), a veces desde la comodidad de una computadora portátil y no desde la autocrítica, rescato el valor del relato como un vehículo de la conciencia que la narrativa pueda provocar, incluso en forma de poesía o de canto, como los de Mercedes Sosa. El valor periodístico de lo personal, el testimonio de los valores humanos a través de la anécdota, de la vivencia personal, su drama y su i, la crónica, porque además esa es una forma que más acerca al lector común con lo importante. Porque con rollos ideológicos no se cambia el mundo y hay miles de pruebas de ello para constatarlo.

Salvador Nava Martínez, el gran líder cívico potosino que abrió brechas democráticas que hoy se pretenden cerrar, solía decir que no importa qué digan los contrincantes en una campaña, porque aún cuando prometan lo mismo, la confianza del elector en ellos debe estar dada por sus historias personales, de honestidad y congruencia con esos prinicipios. Pienso que no pocas veces es el mandato, como una cosa del destino cuando el personaje no lo atiende a tiempo, lo que vuelve imposible que tal o cual personaje no tenga la real voluntad de servir a los demás, por más que machaque palabras lindas sobre la pobreza y la justicia social.

Y en eso está también la forma en la que viven, no pocas veces en el dispendio y lejos de lo esencial. De acuerdo con el Diccionario del Español de México, compendiado por el Colegio de México, la expresión chairo se refiere a una “persona que defiende causas sociales y políticas en contra de las ideologías de la derecha, pero a la que se atribuye falta de compromiso verdadero con lo que dice defender”. Se trata, añade, de la “persona que se autosatisface con sus actitudes”.

La propia definción alude a una distorsión, que a la vez ha sido distorsionada. Chairo no es cualquiera que siga ideas de izquierda, lo que sea que se entienda con ellas, sino el miembro de una clase privilegiada que dice defender a los pobres desde las comodidades, los lujos, la ausencia de la sencillez y la esencialidad: Una falta de humildad que vuelve imposible la justicia social. Porque es imposible sostener que la igualdad social se puede dar de la forma como ellos viven. No son pocoss los que desde la casta de la exquisitez votaron por López Obrador –y que necesariamente se vuelven corresponsables de lo que ahora pasa, porque de eso va la ciudadanía–, sin siquiera conocer la real pobreza porque no han cruzado por los lodazales de ella.

Chairo no es el pobre o el miembro de una clase media baja que, sin postulaciones ideológicas es seducido por los programas sociales de la dádiva. Tampoco lo es el empleado de una empresa cuyo dueño probablemente sí sea chairo aunque no se justo con él. No son chairos los que viajan caro ni los que colman los restaurantes con precios injustificados y allí mismo discuten con alguien al que tildan de derechozo o neoliberal solo por no ser hipócrita.

No es menor que, efectivamente, el dolor provocado por el capitalismo nos sea indiferente. Pero hay que recordar que la forma del dispendio y la cancelación del prójimo es un homenaje al mismo capitalismo al que se pretende denostar. Y que nos lo recuerde un relato o muchos, aunque no hablen de política y que en el contraste hay personas que defienden los mejores valores y las cosas más lindas de la vida. Esas cosas tan profundas como cuando se voltea al cielo y se honra el amor.

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