ÓSCAR DÁVALOS BECERRIL
La actriz Diana Bracho, quien este 12 de diciembre celebrará su cumpleaños número 75, se ha consolidado como uno de los rostros más admirados y reconocidos del ámbito actoral del país, tanto en la pantalla grande, como en televisión y teatro.
Desde muy joven, Bracho, hija del actor y director Julio Bracho –quien en un principio no quería que se dedicara a la actuación- y de la bailarina Diana Bordes, caminó por sets y foros siguiendo la sombra de una vocación que pronto la atrapó de manera irremediable.
En sus primeras incursiones, con pequeños papeles en las cintas de su padre, la incipiente actriz se topó con El castillo de la pureza, dirigida por Arturo Ripstein en 1972, basada en hechos reales, con la que sorprendió a la crítica y le valió su primer Premio Ariel.
El drama, que cubrió las notas de la época, y del que el escritor y periodista Luis Spota escribió la novela La carcajada del gato (1964) basada en el acontecimiento, brindó a Diana la oportunidad de mostrar su eficacia en escena.
Con una preparación sólida -estudió Filosofía y Letras en Nueva York-, Bracho afianzó también una carrera en televisión, especialmente en telenovelas, muchas de las cuales se convirtieron en clásicos del género, como Cuna de lobos (1986), escrita por Carlos Olmos y dirigida por Carlos Téllez. La serie marcó un antes y un después en este tipo de programas.
De los principios de un actor
En entrevista con Notimex, justo cuando se daba el claquetazo final de la filmación de la cinta Ligando padre, su más reciente actuación, Diana no hace alarde de una trayectoria que abarca cerca de 50 películas, 25 telenovelas y aproximadamente 15 obras de teatro.
Para ella el director es la base para que un proyecto funcione. “Como principio si no me late el director no hago el proyecto, así me he manejado toda mi vida”, refiere.
Y afina su visión acerca del cine, sobre todo pensando en el que se hace actualmente en México: “El cine tiene dos vertientes, una es la industrial, comercial, y la otra es la de cine de autor. Las dos son importantes para el cine. Simplemente, si no haces industria, no puedes hacer cine de autor”, afirma.
Por ejemplo -complementa- “el cine de comedia romántica que se hace actualmente en México se acerca mucho al que se realiza en Estados Unidos. Ahora hay comedias muy malas o muy buenas. Pero hay que respetar ese cine comercial, mucho con muy buenas historias, con excelente factura”.
Para la intérprete, el Séptimo Arte nacional tiene también excelente cine de autor, muy importante, que anda por todo el mundo en festivales, “pero cuando se exhibe en las salas la gente no va a verlo. Yo creo que hay que defender las dos vertientes, que corren paralelas”, aclara.
“Yo no tengo prejuicios cuando escojo un proyecto, no pienso si es comercial o de autor. A mí me presentan un libreto y si me atrapa, si me enamoro de él, lo hago. Una persona con prejuicios no puede ser un buen actor”, establece.
En cuanto a hacer un recuento de su carrera, la actriz dice que no le gusta mucho hacer balances. “Vivo el presente. Me interesa lo que estoy haciendo hoy y a eso le pongo el cien por ciento de lo que soy, de lo que puedo aportar”, comenta.
“Siento que a lo largo de mi carrera he hecho mi trabajo con pasión, con amor. He elegido los proyectos, no he hecho nada con concesiones. De eso estoy orgullosa porque muestra un respeto hacia mí misma, al trabajo y al público. Todos los géneros son un reto, cine, teatro o televisión, hasta leer poesía que es algo que también hago y me gusta mucho”.
Con un largo recorrido por los escenarios, Bracho, sobrina de otra grande de la actuación como Dolores del Río, dice que no le interesa dejar escuela ni está dentro de sus objetivos dejar un legado. “El ego es de lo más terrible del ser humano, y más de los actores. Yo tengo el ego muy controladito”, dice bromeando.
Un legado indudable
Son muchas las películas que dibujan la carrera de Diana Bracho. De Las Poquianchis (1976), dirigida por Felipe Cazals, drama basado también en hechos reales, se pude saltar a Y tu mamá también (2002), de Alfonso Cuarón, o a Entre Pancho Villa y una mujer desnuda (1996), de Sabina Berman.
Bracho también participó en el montaje teatral de Entre Pancho Villa y una mujer desnuda, antecedente de la cinta. Respecto a la actuación de la actriz, el dramaturgo y crítico Víctor Hugo Rascón Banda escribió en una revista de circulación nacional la definición de su trabajo actoral: “(La obra) es la oportunidad de ver a la siempre bella, dúctil, fina, inteligente Diana Bracho”.
En televisión, la artista ha trabajado en muchas de las telenovelas insignia del género. Es el caso de El derecho de nacer (1991), Fuego en la sangre (2008), El privilegio de amar (1998), sin olvidar Cadenas de amargura (1991), en la que encarnó a la malvada “Evangelina”, y la ya mencionada Cuna de lobos.
Diana Bracho forma parte del juego de rostros que han hecho de la actuación una pasión de vida.
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