Libre en el Sur

EN AMORES CON LA MORENA / ¡Ahí están las marionetas!

En un montaje extraordinario, el Museo Casa de las Marionetas de Puebla exhibe la más importante colección de la Compañía Rosete Aranda, a la que se había perdido el rastro.   

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Y ahí estaba, con sus ojazos negros y su nariz afiladita, finamente tallados por un talentoso artista anónimo. Hace 32 años que no la veía. ¡Es ella!, lo dije alzando la voz y a la vez conteniéndola desde mi ombligo mientras hacía temblar mis piernas para distribuir la emoción y no alterar el silencio de devoción de los demás asistentes.

Por una u otra razón había pospuesto el viaje desde que descubrí en el año 2019, a través de nuestro defendido Instituto Nacional de Acceso a la Información Pública, el destino que habían tenido las figuras de la colección del INBA(L), la más grande que se conozca de entre las más de 5,000 figuras que fabricó la legendaria compañía de los Rosete Aranda, entre la tercera década del siglo 19 y hasta 1960. Esta vez, a propósito el mes de los pequeños, era la ocasión para escribirlo. Aunque los títeres viven tantas veces como lo queramos imaginar antes de regresarlos al baúl de los recuerdos, donde siempre estarán a salvo.

Romeo y Julieta.

Fueron dos nostalgias las que me llevaron a hurgar. La primera, un lejano recuerdo del niño-adolescente, cuando mi padre me llevó a ver en la carpa Titiriglobo, que estaba atrás del Auditorio Nacional, la puesta Rosete Aranda como en su tiempo, dirigida por el entrañable Enrique Alonso, Cachirulo, durante la única temporada en que el Instituto se interesó en poner a actuar a los muñecos de su colección.  

El otro recuerdo, muy triste, fue cuando realicé un reportaje en 1996, y entonces supe de la tragedia: Buena parte de los títeres de esa colección terminaron entre los escombros, cuando en el terremoto de 1985 cayó el edificio que los resguardaba, en la colonia Juárez. De la subdirección de Teatro Infantil me llevaron a la bodega y constaté la existencia de decenas de cajas de cartón que, marcadas con plumón, ponían: “Pedacería Rosete”. Me aseguraron que se pensaba restaurar a los sobrevivientes para ponerlos en exhibición. Pero transcurrieron los años.  

La Caperucita.

La compañía fue fundada hacia 1830 por Leandro Rosete Aranda, nativo de Huamantla, Tlaxcala, donde se encuentra el Museo Nacional del Títere, que exhibe algunas de las primeras joyas de la familia, que se mantuvo activa la mayor parte del siglo 19. Don Leandro fusionó la técnica italiana de marionetas con una propia, mexicana. A principios del siglo 20 la compañía fue adquirida, de una forma poco clara según versiones que se contradicen, por Carlos V. Espinal, para fundar el “Teatro Carpa Rosete Aranda- Carlos V. Espinal e Hijos”. Controversia aparte, lo cierto es que el empresario engrandeció aún más la leyenda, que incluso llegó al cine y a los prolegómenos de la televisión mexicana. De esta etapa de la compañía son las marionetas del INBAL, que finalmente no supo qué hacer con ellas y las dio en comodato al Museo Casa de las Marionetas, en Puebla, un recinto construido durante el sexenio del gobernador Rafael Moreno Valle, fallecido en un accidente de helicóptero el 24 de diciembre del 2018.  

Espinal murió en 1952 y su familia solo pudo mantener la compañía por 10 años más. “Cuando mi papacito estaba grave dijo que no quería que los títeres dejaran de trabajar, pero cuando murió faltaba el ángel que papá tenía para sus títeres”, contó Rosa María Espinal en una entrevista con la revista Proceso, en marzo de 1982. Una década después de desaparecida la compañía, Carlos Espinal hijo vendió cerca de 800 piezas al entonces INBA. Rosa María solo pudo recuperar una pieza, después de demostrar que era la hija de don Carlos. “Me la devolvieron toda hecha pedazos, como si un perro la hubiera mordido”, se quejó. La colección fue adquirida en un millón de pesos (de los de entonces), cuando José Solé era director de Teatro de la institución. El proyecto original fue crear un teatro específico para albergar la colección y representar sus obras, cosa que nunca ocurrió. En la desgracia del terremoto del 85 se perdieron alrededor de 300 piezas.

El Museo Casa de los Títeres Marionetas Mexicanas, que así es su nombre completo, está ubicado en una de las viejas naves de La Constancia Mexicana, la primera fábrica textil mecanizada, según nos informan los amigos de Wikipedia. Fue la primera en utilizar energía eléctrica en México para mover su maquinaria. Curiosamente dicha fábrica fue instalada en 1835, casi paralelamente al surgimiento de la compañía de los Rosete ahí cerca, en Huamantla.

Lo que llama la atención es que, aunque tiene instalaciones de primera categoría, al museo no se le hace la suficiente promoción, de tal forma que los que llegan allí son los verdaderos devotos de los Rosete. Salvo por la confusión que provoca el mal señalamiento de que la muestra continúa en un segundo piso, donde realmente está la colección, todo lo demás es maravilloso. Fue justo en el primer salón de esa planta alta cuando la vi mientras contenía mi grito: “¡Es ella!”. Efectivamente, se trataba de la misma Caperucita Roja que tomé con mis antebrazos, entrelazadas mis manos, cual si fuese un tierno bebé, hace justamente 32 años en las oficinas de Teatro Infantil de Bellas Artes. Impecable, con su caperuza como hecha ayer y su rostro terso, sin grieta alguna en la madera o la pintura.

Era apenas el comienzo de una visita inolvidable. Los títeres están dispuestos en mamparas de cristal, con escenografías muy bien logradas y una iluminación que permite admirar el detalle de las hechuras, cabecitas en madera de ayacahuite y de colorín sus cuerpecitos. La finura de estas pequeñas esculturas deslumbra aún más cuando se trata de los movibles párpados y boquitas de algunos personajes. La instalación está acompañada por una afortunada idea: los títeres expuestos actúan en videograbaciones, haciendo los diálogos, cantando o riéndose.

Están los cuadros principales que recuerdo del espectáculo del Titiriglobo: El Circo, la Corrida de Toros –donde se mueven las articulaciones hasta del toro y del caballo—, los personajes de los cuentos de hadas, los otros de los clásicos de la literatura, como Romeo y Julieta; el organillero y los niños vestidos de marineritos en la Alameda, los cantantes con sus trajes típicos mexicanos. Deben estar exhibidos unos 200 muñecos en total, aunque el INBAL me respondió en el oficio UT / 574 / 2019 haber prestado en comodato al Museo Casa de las Marionetas 588 títeres fabricados entre 1900 y 1953, así como 291 piezas de utilería y vestuario. Otras 37 marionetas se encuentran bajo resguardo, “para restauración”, en el Centro Nacional de Conservación y registro del Patrimonio Artístico Mueble del Instituto.

El Museo de las Marionetas del Puebla también alberga otra invaluable colección del INBAL, la de la llamada Época de Oro del Guiñol en México.

Por su valor como obras de arte, las marionetas de los Rosete, que miden 45 centímetros de alto, han sido consideradas preciadas esculturas, valuadas por coleccionistas nacionales y extranjeros a veces en miles de dólares. Los autómatas fueron protagonistas de “deslumbrantes producciones artísticas”, en las palabras de Francisca Miranda Silva, del Instituto Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral “Rodolfo Usigli”.

Por poner solo un ejemplo, Cantinflas tomó su personaje de uno de los más célebres muñecos de los Rosete Aranda, El Vale Coyote. Gracias a que se conservan algunos libretos originales, se pueden recordar las palabras del emblemático títere, que era una especie de vocero de los pobres: Atención y punto en boca / porque voy a pronunciar / el discurso que me toca /este valedor no apoda / al que le sabe ayudar / si consigo darte gusto /aplaude no des un susto / al probe Vale Coyote. 

Acerca de la importancia e impacto que tuvieron estos títeres entre el público mexicano, baste reproducir las palabras del poeta y crítico teatral Ignacio Manuel Altamirano, el 28 de noviembre de 1930 en el Diario La República: Los títeres, ¿lo oís? Pero no los títeres que estamos acostumbrados a ver, sino una maravilla de títeres, como apenas han visto iguales las barracas ambulantes de Italia, los teatritos ahumados de Inglaterra y las tiendas de feria de Francia… los títeres de Leandro Rosete Aranda”.

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