Dejamos de aventar culpas para ver lo positivo y bondadoso en la actitud del otro. Aceptamos las carencias y tratamos de subsanarlas. Se aprende mucho y nos ancla el lavar platos, barrer pisos, meter toda la atención al trabajo cotidiano en casa, vernos a los ojos y sentir la calidez de la relación.
POR ANA CECILIA TERRAZAS Y GERARDO GALLY
Cuando el editor me pidió un texto a dos manos sobre la parejeidad amorosa en tiempos de Covid-19, no logré imaginar cómo lo escribiríamos a dos manos. Aún no puedo imaginar cuáles sean las interpretaciones aunque con gusto comparto aquí el resultado.
ACT: Como a muchísimas parejas, durante el confinamiento, la convivencia forzosa de 24 por 24, sin tregua alguna, nos tumbó la paciencia y la alegre convivencia que cumple más de 15 años.
Las discusiones igualitas día tras día no acercaban la posibilidad de restaurar la paz. Así apretados, con algo de desesperanza, atravesamos días, meses. ¿Qué evitó la separación?, ¿qué nos contuvo del divorcio? Un coctel:
El cambio de temas en discusiones; un poco de terapia de pareja; la oportunidad sin límite de abrazarnos; el tenernos vivos y sanos; una lista de quehaceres domésticos repartidos puntualmente; algunas escapadas de fin de semana; un ejercicio específico de ZhìNéng QìGōng practicado por ambos; su sonrisa facilonga e iluminadora y su gozo con mis gracejadas. Hay que añadir, sobre todo, un problema mayúsculo, sorpresivo, que rebasó todas nuestras experiencias juntos. Esto último nos amarró en la solidaridad y en el hacer y ser equipo. Eso, paradójicamente desafortunado/ maravilloso nos enseñó a compartir la dicha de poder agazaparnos, en bolita de amor, ante la embestida. Afuera, entretanto, llega febrero.
GGT: Desde el primer momento y sin saber cuánto tiempo duraría esta pandemia tomamos el acuerdo de mantenernos sanos. Mis suegros viven en el departamento de al lado de nosotros y si uno se contagiaba, los cuatro nos contagiábamos y eso no lo podemos permitir. Seguimos todos los consejos dados para evitar el contagio y sobre todo mantenernos en casa. Lo cotidiano cambió. El ritmo de la vida se trastocó. Viendo hacia atrás me doy cuenta de cuánto esfuerzo metimos en soltar aquello que nos bajaba la frecuencia energética necesaria para mantener la salud. Usamos los recursos que teníamos e inventamos otros que nos hacen reír. Dejamos de aventar culpas para ver lo positivo y bondadoso en la actitud del otro. Aceptamos las carencias y tratamos de subsanarlas. Se aprende mucho y nos ancla el lavar platos, barrer pisos, meter toda la atención al trabajo cotidiano en casa, vernos a los ojos y sentir la calidez de la relación. Rozar las manos y saber que estamos juntos, pase lo que pase, nos llena de cercanía. Negociar el menú, hace las compras desde casa, cocinar para el otro nos llena el corazón. En pocas palabras, estar juntos y sanos es lo que importa, y sin ti, sin nosotros, no lo hubiera logrado.
Ella es periodista. Él maestro zen.
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