“Hizo algunos pases mágicos y tras sentir movimientos en mi cuerpo vi salir el espíritu de una hiena, un lobo y una dragón”.
POR LUIS MAC GREGOR ARROYO
Iba caminando por la lateral del Viaducto cuando se me ocurrió preguntar al aire “¿qué tan intensa es una relación?” y como si me hubiera escuchado el todopoderoso una mujer muy guapa apareció a mi lado y con rostro apenado me hizo entender que un buen compromiso es bastante tranquilo. “¡Vaya!”, consideré, y de inmediato se oscureció el cielo. Parecía como si una fuerza obscura se hubiera presentado para evitar obtener cualquier tipo de conocimiento libre y sin presión. La señora desapareció de mi vista y todos los rostros de los paseantes se tornaron serios.
“¿Existirá el mal? Me lo pregunté, “Tal vez, vaya uno a saber”. Sin ahondar más en el tema seguí mi camino filosofando sobre el tema. Entonces, mientras pensaba acabé dentro de la librería de una famosa tienda departamental. Ahí pude ver un libro que hablaba sobre El ego. “¡El ego!” ¿Acaso no es eso como los orientales o algunos gurús llaman a las fuerzas oscuras? Lo que había alcanzado a comprender hasta entonces no se trataba del ego personal sino de una fuerza en el ambiente llena de un engreimiento que llevaba a la perdición.
¿Pero qué sería a ciencia cierta ese dichoso ego? Tentado introduje mi mano en el bolsillo y saqué unos míseros 150 pesos. No, no me alcanzaba, el libro costaba más de 300 pesitos. Me quedaría con la duda. Ya con el tiempo llegué a la conclusión de que tal vez era Mara la ilusionista de la que tanto hablan en oriente y la que, seguramente, deben de enfrentarse todos los que practican yoga.
Entonces pensé en hacer yoga. Y fui a un lugar en Coyoacán, muy Inn, a practicar esos ejercicios del cuerpo tan en boga. Ahí todos iniciaban la sesión llamando a un viejo maestro hindú. Yo me dije, “aquí sí voy a aprender algo y me voy a mantener en buena condición, y tal vez pueda saber qué es la tal Mara”. Después de tres meses de aspirar y expirar y de hacer muchas poses como la del perro, finalmente ni sentía energía alguna ni me enteraba de nada del yoga. Parecía que muchos, como yo, iban por pura inercia a las clases.
Así las cosas un día me independicé y me alejé del terruño familiar. Me fui a un cuarto que renté cerca de donde impartían el yoga. Muy ingenuo todavía me decía ateo. Cómo uno va a creer en algo si no ve algún hecho sobrenatural. Y vaya que ahí los vi: la hija de la dueña hacía que se apagara la luz del cuarto y se encendiera con tan sólo pensarlo, me curaron una gripa con energía, vi un remolino púrpura en la noche y al otro día una vela que prendí en mi cuarto asumió la forma de una serpiente en la parafina. ¿Pero qué sería todo eso, la tal Mara, el ego, el… mal?”
Bueno, eran cosas sobrenaturales pero eso no indica que haya mal… Así me quedé hasta que un día cuando iba caminando sentí como si unas especies de fuerzas de energía golpearan mi pecho me hicieran caminar lento. Con trabajo avanzaba y a las dos horas tras tomar un güsqui en las rocas regresé a donde vivía hecho pedazos. Con trabajos podía desarrollar alguna actividad en la casa. Acomodaba algunos documentos y se desacomodaban solitos mientras yo experimentaba un terrible letargo. Sin duda vivía algo sobrenatural maligno. Entonces fue cuando me encontré con Yola…
Era la curandera afamada de mi barrio. Iba caminando, ni pensaba hablar con ella, y me dijo que tenía unos espíritus malignos en mí. Lo que siguió después fue trámite. Fui a su casa y me sentó en una silla antigua. Hizo algunos pases mágicos y tras sentir movimientos en mi cuerpo vi salir el espíritu de una hiena, un lobo y una dragón. Finalmente eran espíritus de animales que habían tenido algo que ver en alguna etapa de mi vida. Ahora estoy normal, la vida transcurre como todos los días y sí vi un venado en el Parque Hundido cuando el Covid. Ese era uno vivo.
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