Libre en el Sur

Aniversario de lo que no fue

¿Aniversario? ¿De qué? de los años que estuviste enamorado, de la vida escolar, de los tiempos del colegio, del tiempo que viviste junto a tus padres.

POR MELISSA GARCÍA MERAZ

El paso del tiempo es diferente. Se escucha, se siente diferente. Los años que se convierten en décadas, en una vida. El paso del tiempo también es breve, como se congelan las emociones, los fragmentos, los momentos en los que estuvimos juntos. Hace casi seis años que te conozco, pero solo un par estuvimos juntos, una pieza aún más insignificante de tiempo. Una parte muy pequeña de la vida.

Vista de manera milimétrica, nuestra historia fue de corta duración, fue fugaz: apenas unos segundos de existencia, imposibles de explicar en el largo recuento de la historia. ¿Cómo puede, entonces, recordarse tan vívidamente?

Dime: ¿Qué recuerdas? ¿Qué cuadros fragmentados de “tu”, “mi”, “nuestra” vida aparecen en tu memoria? son años, días, semanas, horas, suspiros, apenas unos breves fragmentos de tiempo.

¿Aniversario? ¿De qué? de los años que estuviste enamorado, de la vida escolar, de los tiempos del colegio, del tiempo que viviste junto a tus padres.

Aniversarios, siempre se me ha reprochado que no memorizo las fechas, no las festejo. No soy una persona que recuerde con precisión. Prefiero mezclar los recuerdos de los hechos con la reconstrucción que mi memoria tiende a hacer. ¿No es acaso ese el sentido de la vida? No existe un hilo de hechos “reales” que recordamos como si hubiesen sido escritos en nuestra memoria, grabados en piedra.

Somos una acumulación de narraciones, de palabras que le dan sentido a nuestra vida. Los recuerdos se mezclan tanto en mi mente que me parece difícil distinguir entre aquellos que sucedieron, aquellos que deseaba que pasaran y aquellos que entrelazo para dar sentido a mi historia. Hace más de diez años que no te veo, ¿hace cuánto fue?, ¿segundos?, ¿horas?, ¿semanas?, ¿meses?, ¿años?, ¿décadas?

Recuerdos que se apelmazan como una serie de historias entrecortadas. Simulaciones de un sistema que se alimenta a sí mismo, creando realidades alternas. O como un dios jugando a los dados.

Así era cuando sonaba la canción de los “Yeah Yeah” en la radio cuando me fui. Sé que había un aniversario en septiembre. El sonido de la canción resuena en mi mente: “Nobody loves you like I love you”. No lo dijiste, solo lo murmuraste mientras la canción continuaba.

Sé que había un boleto rumbo a la Florida en tu mano cuando me olvidaste. Un anillo de compromiso en la otra y una promesa eterna de olvido.

Sé que había comida china en la mesa cuando te fuiste. Mi restaurante favorito, un ramo de rosas sobre la mesa y tu fría despedida. Amabas a alguien más.

Todos esos momentos se entremezclan no me permiten saber que fue lo que se perdió, qué aniversario me perdí. ¿El de 17 años?, ¿el de 3?, ¿el de 2?, justo antes de tu cumpleaños.

La historia se vive de manera diferente si se mira desde la corta experiencia. ¿Puede el amor durar un par de años y el adiós una vida? Afirmaba Paul Ricoeur que el tiempo se hace humano en la medida en que se articula de manera narrativa. Antes de eso no es tiempo, no significa nada. En la medida en que se convierte en una condición de experiencia temporal. Una que ubica una experiencia de vida, de unas horas, de unos meses, de un par de años como lo más significativo en nuestra experiencia.

¿Valió la pena?

Mientras narro mi corta –muy corta, insignificante– duración de vida, donde el amor duró un par de meses, un par de años, donde la descripción de mi vida se entreteje en apenas unos fragmentos de realidad, con mucho de recuerdos y mucho de deseos. Ese par de años de experiencias infinitas, de tocar tu rostro, de besar tus labios para tener que soñarte todas las noches ¿Valió la pena?

¿Puede una vida tan corta ser tan significativa como una que pudiese durar milenios? ¿Podría seguirse narrando en experiencias humanas trascendentes? Quizá, como dicen los filósofos de la historia, la corta duración se pierda para dar paso a la historia de larga duración, donde los grandes momentos, los tiempos extensos adquieren otro significado.

Para Fernand Braudel, el tiempo es geográfico, casi inmóvil. El tiempo de las montañas, de los ríos, de los climas que avanzan lentamente. Que se acumulan en años, milenios y más. En cambio, el tiempo social es más lento, los hábitos, las costumbres, cambian de manera, a veces, vertiginosa. Una civilización es apenas un ápice narrativo. Una vida, un respiro, es algo tan efímero. Ese tiempo, el tiempo corto, efímero, del acontecimiento, donde los humanos creen que hacen historia, cuando en realidad apenas rozamos su superficie.

Es esa historia tan insignificante que constituye la vida y, sin embargo, nos parece tan decisiva. Nadie nos recordará cuando hayamos muerto. Nadie sospechará de los días en que nos miramos fijamente, uno a cada lado de la habitación, contándonos un relato a la distancia de lo que “fue” nuestra historia efímera. De los secretos que develaban nuestras miradas, nuestros intentos por no decir un “te amo” con una risa.

Nadie recordará los años de trabajo, de cansancio, de desvelo, de esfuerzo inquebrantable por no perder la razón. De las madres trabajando sin descanso para cubrir las rentas. Lo mismo que los grandes creadores y sus artículos de revistas indexadas.

Nadie nos recordará cuándo hayamos muerto.

Nos perdemos en una conexión. Una pequeña conexión de la primera vez que nos vimos, mientras tomabas un vaso de agua.

Fue: ¿Hace una década? ¿Dos? ¿Un milenio? ¿Un segundo? ¿O la noche de ayer mientras dormía?

Como si eso fuese importante para la historia del mundo, para esa gran constructora de civilizaciones y organismos. No, no le importa. Decía Braudel: Es la larga duración la que da forma al mundo; el acontecimiento apenas lo roza.

Pero así se comprende la vida. No, no es historia lo que construimos juntos, es nuestra historia, la comprensión de ese mundo subjetivo al que juntos le dimos “sentido”, al más puro estilo gadameriano. Ese “comprendernos” en el mundo lleno de cuevas, osos, princesas, risas, melancolías, llantos y despedidas. Ese mundo que creamos para nosotros, en nuestro diálogo continuo entre el pasado y el presente. En ese pasado donde te vivo y ese presente donde te recuerdo.

Replicando a Bergson: “El tiempo no es una línea recta, ni un reloj, sino la conciencia del fluir continuo”.

Por eso, todo historiador, decía White, es en última instancia un narrador. Y diría yo, todo ser humano lo es también, es un narrador de su propia historia, de las propias construcciones de su mente. “La historia no es menos una invención del historiador que una reconstrucción del pasado”.

El restaurante chino, la canción, el anillo, los minutos, los años, las décadas, el inicio y el fin de la vida… todos con el carácter fragmentario de los recuerdos y la aspiración de ser significativos en una historia mayor. ¿Es el siguiente aniversario importante? Realizamos celebraciones en recuerdo de los que se fueron cada año, en cada 365 días, como si esas fechas fuesen importantes. Me pregunto si cada 8 de octubre recuerdas la vida de la misma manera. Ese fue el último día que nos vimos, ¿cuál fue el año? Como si los años fuesen importantes en estos milenios que nos rodean.

¿Es este aniversario importante? Quizá solo en términos de recordar. De no olvidar por completo.

Sí, quizás esto no será historia para el mundo… pero es mi historia.

A capricho de jugar con una inversión gadameriana: “No comprendimos la historia. La historia nos comprendió a nosotros.”

*Facultad de Psicología, UNAM

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