Primero cerraron las puertas del restaurante aquel donde los comensales gozaban con un “filete a la Nabor Carrillo” y música de salterio. En los ventanales aparecieron letreros que anunciaban una “remodelación”. Pero no era cierto: hace unos días llegaron albañiles para desmontar las cornisas de la bella, legendaria casa con detalles coloniales que por tres décadas albergó a la Antigua Fonda Santa Anita, en la colonia Insurgentes San Borja de la delegación Benito Juárez.
El sigilo de los destructores tiene una explicación: No cuentan con el permiso correspondiente para la demolición, lo que se confirma por la ausencia del aviso de autorización que debe ir en la fachada de acuerdo con la ley. Pero en estos días santos ya han demolido parte del lado norte de la construcción, a escondidas y ocultos por unos tapiales de madera, sin que autoridad alguna los impida. Por sus características arquitectíonicas y su historia, quien ahora posea el inmueble ubicado en Insurgentes Sur 1038, debió documentarse acerca de una eventual protección de la casona por parte de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda o del Instituto Nacional de Bellas Artes.
En estilo colonial californiano, con tejas en el techo, pero adapatada por sus colores vivos en muros exteriores a la forma mexicana, la casa aún conserva una cruz en cantera labrada arriba de un balcón central, y presenta relieves finamente trabajados en sus arcadas, ventanas y columnas, maltrechas ahora por los golpes de la destrucción. La indebida destrucción parace confirmarla un vigilante que sale del lugar visiblemente nervioso apenas ve la cámara fotográfica de Libre en el Sur.
“¿Qué se le ofrece?”, pregunta el empleado de manera amable pero tartamudeando por la duda. Luego explica que “todavía no se sabe lo que van a hacer aquí” y que aún “no se está demoliendo” la vieja casa, cuando las huellas de la destrucción son ya evidentes, como lo demuestra la imagen que aquí se presenta.
La Antigua Fonda Santa Anita estuvo administrada por décadas por una cooperativa de trabajadores que se quedaron con el negocio después de una larga huelga. De ser un lugar prestigiado y concurrido, donde se podía saborear una amplia gama de platillos mexicanos, incluidas las recetas propias como la de la “pechuga a la nata”, o las inigualables chalupas con salsa verde, fue decayendo con el tiempo hasta quedarse prácticamente vacío. Hace un par de años los encargados intentaron incursionar en el negocio alterno, al adaptar el segundo piso de la casa para un bar llamado “La chinampina”, que también fracasó.
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