Los cascos de los caballos zapatistas resonaron fuerte sobre el empedrado de las calles de Mixcoac Era la madrugada del domingo 5 de diciembre de 1914. Provenientes de Xochimilco, las huestes de Emiliano Zapata habían incursionado en territorio de lo que hoy es nuestra delegación Benito Juárez. Estuvieron en Xoco, en Santa Cruz Atoyac y finalmente se encaminaron al viejo villorrio donde se ubicaban las casonas de descanso de la elite porfirista. Parte de su tropa durmió en terrenos del manicomio de La Castañeda, inaugurado apenas en 1910, que entonces estaba rodeado de una zona boscosa.
Zapata, luego de su primera reunión con Pancho Villa en Xochimilco, habría llegado primero a San Ángel, donde fue objeto de una multitudinaria recepción. Una crónica relata que eran 18 mil los rebeldes que se movilizaban desde Xochimilco y llegaron al Palacio Municipal de San Ángel. El reloj marcaba las doce y media del día cuando el destacamento de la División del Norte, que estaba de guarnición en este pueblo, formó la valla de honor al jefe suriano. Zapata vestía traje de charro: “chaqueta de gamuza color beige con bordados de oro viejo y un águila que abarcaba toda la espalda, pantalón ajustado negro con botonaduras de plata y sombrero galoneado, haciendo pendant con la chaquetilla”. Alguien lo describió alto, musculoso, enjuto; de tez morena y vivos, insistentes, sus ojos. Muy temprano, el domingo 5, los zapatistas comenzaron a concentrarse, confluyendo desde San Ángel, Tlalpan, Coyoacán, Xoco y Churubusco. Avanzaron por Mixcoac, San Pedro de los Pinos, Tacubaya y Chapultepec hasta la calzada de la Verónica, hacia el rumbo de San Cosme. Allí se reunieron con la División del Norte, a las once de la mañana, y dio inicio el desfile militar jamás presenciado en México, encabezado por Francisco Villa y Emiliano Zapata.
Según algunas crónicas, a su paso por Mixcoac los zapatistas saquearon varias de las ricas fincas veraniegas –cuyos propietarios las habían prácticamente abandonado despavoridos, temerosos por el avance de los revolucionarios–, e incluso se posesionaron temporalmente de ellas para pernoctar, como habría ocurrido con la famosa Casa Árabe, propiedad de don Fracisco Serralde, uno de los más prominentes y acaudalados abogados del porfiriato. Conforme a otras versiones, las tropas del Ejército del Sur se limitaron a robar algunos caballos y a pedir comida y agua a los encargados de esas casonas y en los pocos comercios que encontraron abiertos a su paso.
Las consejas del pueblo hablan de atroces acciones cometidas por los zapatistas durante su breve estancia en Mixcoac. Una de ellas se refiere a los cadáveres de terratenientes del rumbo que, una vez fusilados, fueron colgados en la llamada Cruz del Diablo, una estrecha callejuela conocida hasta la fecha como Callejón del Diablo, a unos pasos de la plaza Jáuregui. También se dice que la avenida Barranca del Muerto lleva ese nombre en recuerdo de los cadáveres que los zapatistas tiraron en lo que entonces era una gran zanja.
Sea como sea, la presencia de Emiliano Zapata en estas tierras juarenses es un hecho suficientemente documentado, como afirma en entrevista la antropóloga María de Jesús Real García Figueroa, cronista de la delegación Benito Juárez. “En realidad, este territorio en el que en aquel entonces abundaban los ranchos y las haciendas era bien conocido desde antes por quien se convertiría en el Caudillo del Sur”, dice. . Afamado caballerango en Morelos, Zapata conoció en 1906 al yerno del presidente Porfirio Díaz, Ignacio de la Torre y Mier, dueño de la hacienda de Santiago Tenextepango, en Cuautla, Morelos. En 1909 De la Torre lo contrató para hacerse cargo de las caballerizas de las varias fincas que él y sus familiares –como los Escandón– tenían, algunas de ellas ubicadas en la zona de Tacubaya, San Pedro de los Pinos y Mixcoac. Luego de trabajar seis meses para De la Torre y pasados los festejos del Centenario de la Independencia, Zapata regresó a Morelos, amargado y resentido. Se quejaba de que “los caballos de la ciudad de México viven mejor que los campesinos de Morelos…”. Durante su estancia previa como caballerango de los ricos porfiristas, apunta la maestra Real García, ” Zapata habría conocido y repudiado la desmedida opulencia de esas familias”.Y en 1911, se incorporó a la lucha revolucionaria, luego de que los campesinos lo eligieron presidente de su natal Anenecuilco.
La presencia zapatista en Mixcoac forma parte también de los recuerdos infantiles del poeta y ensayista Octavio Paz, que vivió en aquellos años en la casa de su abuelo Ireneo Paz, frente a la iglesia de Santa María de Guadalupe y San Juan Evangelista, en San Juan Mixcoac. A esos recuerdos se refirió en algunos de sus textos: “Aunque originario de una familia burguesa, mi padre fue amigo y compañero del gran revolucionario Antonio Díaz Soto y Gama”, escribió Paz. “Formaba parte de un grupo de jóvenes más o menos influidos por su anarquismo.
Sucedió que esos jóvenes no pudieron unirse a las fuerzas norteñas y se fueron al sur, donde conocieron a Zapata y fueron conquistados por el zapatismo. Mi padre pensó desde entonces que el zapatismo era la verdad de México. Cuando yo era niño visitaban mi casa muchos viejos líderes zapatistas y también muchos campesinos a los que mi padre, como abogado, defendía en sus pleitos y demandas de tierras. Participó en las actividades de la Convención Revolucionaria. Posteriormente fue representante de Zapata y de la Revolución del Sur en los Estados Unidos. Mi madre y yo lo alcanzamos en Los Ángeles. Allá nos quedamos casi dos años”.
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