Los llamados “ayateros”, que durante más de 70 años han mantenido la tradición de vender antigüedades en la calle, reclaman su derecho a ejercer un oficio singular. Y es que se han convertido ya en un patrimonio de San Simón Ticumac, y de Benito Juárez.
Por Mariana Malagón
Más de 70 años de historia representan los llamados “ayateros”, singulares comerciantes del tianguis de antigüedades de Portales, que fueron desalojados en marzo pasado mediante un operativo de la Delegación Benito Juárez, aunque lograron regresar a su lugar el pasado 4 de mayo mediante un amparo. Su caso ha provocado una polémica: para muchos, ellos forman parte de la tradición e identidad del barrio de San Simón Ticumac, por lo que su presencia callejera está plenamente justificada, aunque otros aducen razones de imagen y vialidad para apoyar su retiro.
De acuerdo con María de Jesús Real, cronista de Benito Juárez, el mercado de pulgas que durante siete décadas se ha instalado sobre las calles de Rumania y Libertad –el único tianguis en la ciudad que funciona todos los días, por cierto– pertenece a los usos y costumbres de los habitantes de la zona. Real detalló que durante todos esos años, los “ayateros” se han dedicado a comercializar libros, muebles, arte, porcelana, cuadros de arte, zapatos, ropa, “de todo un poco”. Cuenta que ellos se dan a la tarea de buscar objetos en desuso en las casas ricas. “Toda mi vida los he visto salir en sus carritos a recorrer las colonias aledañas”, dice emocionada. “Todo lo que a uno no le sirve, a ellos sí”.
A dos meses del desalojo inicial, la Delegación no ha dado ninguna explicación ni ha resuelto la situación de los tianguistas, quienes temen perder en forma definitiva su fuente de trabajo. “Esto se podría negociar para que no se pierda la tradición y sobre todo dejar a la gente desprotegida de un trabajo”, señala la cronista.
Los “ayateros” están considerados como trabajadores no asalariados, y por tal motivo cuentan con licencias que les permiten vender en la vía pública con la autorización de la dirección general de Trabajo y Previsión Social del gobierno capitalino. Según denuncian ellos mismos, en marzo fueron retirados de forma arbitraria. Acusan que el motivo responde a intereses por la apertura del nuevo gimnasio FitCenter, ubicado en la calle Santa Cruz número 101. Por lo pronto, una suspensión provisional dictada por el juzgado XVI en Materia Administrativa de la Ciudad de México les permitió regresar a su lugar de trabajo habitual.
María de Jesús Real, quien ha vivido en San Simón Ticumac desde niña, recouerda en entrevista con Libre en el Sur que su madre le platicaba que el tianguis empezó con dos o tres puestos pequeños, que se instalaban en el piso. Ya cuando ella tenía seis años de edad, era ya un mercado en forma. “Creció paulatinamente, tomó más valor, porque para los coleccionistas era un mercado importante”, dijo
La cronista cuenta que vivió en la calle Fernando Montes de Oca. Años antes de que naciera, en la calle de Rumania se instalaron los primeros “ayateros”, llamados así precisamente por el uso de un ayate –originalmente elaborado con fibra de maguey, como el de Juan Diego– en el que llevaban los objetos para su venta. Desde entonces vendían cosas viejas, de todo tipo de artículos, desde una cama, un buró, vajillas, ropa, zapatos, hasta enciclopedias, fonógrafos o recámaras completas. Con los años, el mercado se hizo de fama, y era muy visitado, sobre todo por coleccionistas. También acudían literatos e intelectuales, entre ellos Carlos Monsiváis, vecino del barrio. Los sábados y domingos se podía encontrar “a todo el mundo”.
Recorrer el tianguis permitía encontrar sobre una lona en el piso o a “suelo raso”, lo mismo unas copas de cristal que un juego de té de porcelana, sillones, camas, baúles, cabeceras, libros, herramientas, candiles, neveras; además, había precios para todos los bolsillos. La gente podía hacerse de muchas cosas en ese lugar, había de todo.
“Yo llegué a comprar libros, discos LP y figurillas de gatos”, recuerda María de Jesús. Sin embargo, reconoce que en algún momento el tianguis de antigüedades se convirtió en un foco de infección, debido a la basura que dejaban los vendedores, que a la larga generó contaminación y fauna nociva. Por lo anterior, recomendó que se otorgue un predio de dos niveles, que esté organizado y se cree la conciencia de la limpieza en los “ayateros”. En este sentido, mencionó que se puede negociar para que no se pierda la tradición. “Lo viable es que haya un diálogo con nuestras autoridades y puedan reubicarlos”, dijo Real. “Es una bella tradición que no debe perderse y son muchas familias que se quedarían sin una fuente de ingreso”.
Durante varias semanas, la calle de Rumania lució un aspecto muy distinto sin la presencia de esos comerciantes. Independientemente del amparo provisional que hoy les permite instalarse, ellos piden a las autoridades delegacionales buscar una solución que preserve una tradición de tantos años, además de sus fuentes de trabajo. “No estamos cerrados al diálogo, no queremos que nos reubiquen pero podemos liberar ese espacio o que la DBJ nos ofrezca un terreno”, indicó Ramón Arteaga, uno de los tianguistas.
La cronista juarense indica por su parte que “sería importante el rescate de ese mercado de pulgas porque un pueblo sin pasado, no es nada. “Nosotros como cronistas tenemos que defender nuestro patrimonio tangible e intangible”.
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