Aún veo jacarandas tiñendo de lila el gris del asfalto, y mientras eso suceda, yo seguiré caminando mi barrio, conociendo y reconociendo aquello que el tiempo no puede tocar.
POR LEONORA ESQUIVEL
Vivo en este barrio hace más de diez años y le tengo mucho cariño. Me acostumbré a lo céntrico de su ubicación, sus comercios tradicionales, sus ciclovías y lo peatonal que es a pesar de las edificaciones que intentan devorarlo.
Lo primero que registro cuando llego a vivir a un sitio son los árboles existentes: 10 truenos, 7 colorines, 4 jacarandas, 4 ficus, 5 cipreses, una palmera, un eucalipto, un pino, una flor de mayo. A lo largo de estos años, la palmera, el eucalipto, 2 jacarandas, 2 truenos cayeron. Algunos con los vientos, pero la mayoría cercenados por quienes decidieron hacer sus entradas ahí donde ellos estaban primero. Logré saldar la cifra haciendo que la alcaldía colocara al menos 5 truenos más en las cercanías y disfruto verlos crecer y compararlos con las ramitas que eran cuando los plantaron.
Lo que me es más cercano y querido son las ardillas que me visitan diariamente haciendo funambulismo en los cables, los cuales lamentablemente han proliferado en inversa proporción a los árboles y a la posibilidad de ver un paisaje despejado de nudos negros. Otros de mis invitados son los pájaros: gorriones que se disputan el alpiste que les proporciono y la pareja de colibríes a quienes les doy un brebaje azucarado además de compartirles el néctar de mis azucenas y geranios. Cuando estoy en la terraza, vienen a saludar fugazmente ante el asombro de quienes acostumbrados a las grandes urbes, han perdido el contacto con la fauna urbana local.
Actipan, con sus calles con nombres de animales -aunque sean sólo 4- y la fiesta patronal que se celebra en febrero y nos da la posibilidad de bailar en la calle o de comer un elote mientras los niños se marean en los riesgosos juegos mecánicos. Lástima que Liverpool y su desmedida ambición convertirá uno de los pocos terrenos arbolados de la zona en otro centro comercial, causando la muerte de más de 50 árboles centenarios. Me consuela que cerca de ahí sobrevive a mitad de la calle, un fresno gigantesco; tal vez la Virgen de Guadalupe que le colocaron en el tronco lo ha salvado de motosierras y constructoras.
Ardillas, pájaros, mariposas y colibrís siguen visitándome diariamente, desafiando la tala y la urbanización desmedida. El sol se sigue poniendo por detrás del edificio que antes era el cine Manacar y contra el que muchos vecinos nos opusimos en solidaria lucha. Aún veo jacarandas tiñendo de lila el gris del asfalto, y mientras eso suceda, yo seguiré caminando mi barrio, conociendo y reconociendo aquello que el tiempo no puede tocar.
Activista ambientalista y animalista. @leonoraesquivel
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