Le pido a Baltazar que apure un nuevo orden, a Melchor polvos de tolerancia y a Gaspar esperanza y no temer al diferente.
POR JAIME DÍAZ
En mi época infantil los tres reyes eran la oportunidad perfecta para hacerme del mismo número de obsequios, uno por mandatario, sin embargo al ser el último estirón navideño y ante lo ya gastado de quienes se encargaban de materializar la ilusión, había una cierta consigna paterna, de que uno de dichos reyes traía un juguete, pero los otros dos uniformes, zapatos, ropa, libros o en general cosas prácticas y muy operativas.
Ahora, continuando con esa tradición, en esta carta le pediré a los reyes cosas no personales sino digamos que prácticas y necesarias, para poder pensar en un mundo mejor después del próximo seis de enero.
Le pido a Baltazar que apure un nuevo orden, uno donde las mujeres, y cualquiera con una forma de vida distinta a la dominante, pueda ejercer libremente sus expresiones de ser. Que ninguna mujer tenga que salir a manifestarse, a gritar y dejar marcas en la ciudad, para decirle al mundo que está harta de ser violentada constantemente.
Pero a Melchor le tendría que pedir polvos de tolerancia. Todo cambio implica rupturas, desajustes, enojos y hasta odios. Se dice que los jóvenes que están, más o menos entorno de los treinta años son la primera generación que le están enseñando a sus mayores como vivir este mundo.
Buena parte de los jóvenes del siglo veintiuno, evito cualquier apelativo como cliché, en complicidad con unos no tan jóvenes, han logrado, antes, mucho antes de envejecer y desfallecer ante la vida adulta, que muchas leyes y parte de los valores dominantes cambien, hoy es otro lo políticamente correcto.
Pero ese cambio ha venido acompañado de mucho enojo y violencia para el que no piensa como ellos, los viejos parecen que no tienen oportunidad de pensar distinto. Es tan violento no dar la oportunidad a que el joven exprese cómo ve el mundo, como pensar que una persona tras cincuenta o sesenta años de estar construyendo su mundo ahora de un golpe tiene que emparejar su pensamiento a lo políticamente correcto.
Creo que tanto los que están impulsando los cambios como los que ya tenemos camino recorrido, tendríamos que tener mayor tolerancia y procurar enseñarnos mutuamente, de manera mucho más amorosa, nuestras formas de ver el mundo. Ese regalo de Melchor seguramente haría muchos espacios más amables y de menos disputa, las oficinas, las comidas familiares, las aulas, etcétera, serían espacios de crecimiento y aprendizaje en conjunto.
Por último le pido a Gaspar dos pequeñas cosas que van en un mismo paquete: esperanza y no temer al otro, al distinto. Hoy para muchos su lugar de origen, ya no es un espacio seguro ni de esperanza. Si bien esto no es nuevo, ahora estos hombres y mujeres, sin esperanza en sus tierras, están intentando llegar a un lugar imaginado, cruzan fronteras en la búsqueda de ese sitio, con la idea de que Estados Unidos o cualquier otro territorio es mejor que lo que tenían. Miles de nacidos en Haití y Honduras, entre otros países, creen estar más protegidos viviendo en tiendas de campaña en México que en sus regiones y prefieren eso que a esperar ser asesinados en sus lugares de origen, o simplemente es mejor creer que hay futuro en la tierra imaginada de no sé dónde, que quedarse en la terrible realidad de si se cómo moriré.
Pero la idea de esperanza no puede llegar de una tierra donde los que la ocupan están llenos de temores por el que es distinto a ellos. En una sociedad dominada por el pensamiento occidental la piel de un tono distinto suele despertar miedos entre muchos, sin pensar que el otro es tan parecido a nosotros, con esperanzas y deseo, solo de algo mejor para él y su familia.
Una nueva oleada de personas afrodescendientes comienza a recorrer las calles de México, las cuales indudablemente enriquecerán nuestra cultura y mundo en general, pero si la vivimos con temor será muy doloroso tanto para los que llegan como para los que ya estamos. Seguro que con el regalo de Gaspar podríamos dejar de temer y pensar cómo vivir juntos. La migración al norte es inevitable, porque esos seres humanos solo se mueven como en el pasado se movió la riqueza de sus naciones, nuestro país es también expulsor, también tenemos a nuestros propios emigrantes, pero es claro que hoy nos tocará de nuevo ser receptores y mientras lo hagamos con más miedo más doloroso será para todos.
Sociólogo.
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