Esta vez, los invitamos a un recorrido a pie por las calles del viejo casco de la ciudad colonial, sin darle prioridad a los edificios más significativos y famosos y sin atener guías o rutas preestablecidas, sino para literalmente perdernos en sus calles en busca de lo insólito.
TEXTO: FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
FOTOS: FRANCISCO ORTIZ PARDO
El Centro Histórico de la Ciudad de México, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO desde 1987, es uno de los más atractivos del orbe. La cantidad de sitios de interés cultural, histórico, artístico, arquitectónico, arqueológico y religioso que guardan sus 9.7 kilómetros cuadrados de extensión lo hacen un destino mundial en sí mismo.
Baste decir que además de lugares tan importantes como la Plaza de la Constitución, los vestigios del Templo Mayor, el Palacio Nacional con sus murales de Diego Rivera, la Catedral Metropolitana, hay 67 monumentos religiosos, 129 monumentos civiles, 743 edificios valiosos, que deben conservarse; 111 edificios con valor ambiental, que deben conservarse, 17 edificios ligados a hechos o personajes históricos; 78 plazas y jardines 19 claustros; 26 fuentes o monumentos conmemorativos, 13 museos o galerías, 12 sitios o edificios con pintura mural, todos construidos entre los siglos XVI y XIX.
Esta vez, sin embargo, nuestra invitación es a acompañarnos por un recorrido a pie a través de algunas de sus 47 calles, callejones y plazas, todas ellas llenas de vestigios, reminiscencias, sitios insólitos… y nostalgias. La primera condición es hacerlo sin prisa. La segunda, ir con los ojos bien abiertos, en busca de las sorpresas, los detalles curiosos. Y la tercera, dejar a un lado las guías y caminar, caminar, caminar sin una ruta fijada de antemano.
Perderse, sin rumbo, por la historia.
Así, les sugerimos empezar esta caminata de cuatro o cincos horas en la esquina de Izazaga e Isabel la Católica, al sur del llamado Primer Cuadro, donde por cierto se ubica el Museo de la Charrería. De ahí hacia el norte, encontraremos la calle de San Jerónimo. Ahí se ubica la Universidad del Claustro de Sor Juana, hoy centro educativo de excelencia. Y, enfrente, una las hosterías con más personalidad y sabor, La Bota, sitio de bohemia, libros y muy buena comida, accesible además.
Regina, una calle paralela a la anterior, se ha convertido en una zona peatonal cuya atinada restauración original se ha desvirtuado y derivado lamentablemente en una serie de animadas chelerías demasiado ruidosas y sin carácter. No obstante, el barrio vale la pena. Está ahí el ex convento y la iglesia de Regina Coeli (“Reyna del Cielo”), de los siglos XVI y XVII, así como una remodelada plaza del mismo nombre presidida por el antiguo hospital de Concepción Béistegui, en cuyos bajos funciona ahora una cafetería Jekemir.
Podemos luego caminar por la calle Uruguay (frente al restaurante Danubio, uno de los más abolengo en la capital), hacia la de Bolívar y avanzar por ésta a través de una serie de establecimientos donde se ofrece toda clase de instrumentos musicales y, de pronto, encontrarnos con tres de las cantinas de más tradición del México Viejo: La Mascota, con sus célebres tortas; el Gallo de Oro, hoy con acreditado servicio de restaurante, y la Cervecería Corona.
En la esquina con Venustiano Carranza están el reloj Otomano y la fuente de la rana, que durante mucho tiempo fue lugar de reunión de los boleros del rumbo. Sigue luego una sucesión de edificios coloniales en uno de los cuales se encuentra, en su plana alta, el Casino Español, uno de los restaurantes de mayor tradición, cuyo salón principal es algo para admirar. En el número 27 de esa misma calle encontramos una joya, la zapatería El Borceguí –hoy también Museo del Calzado–, fundada en 1865.
Y de pronto estamos ya en una de las calles peatonales de mayor tradición comercial y de las más concurridas del Centro Histórico, la de Madero, antes calle Plateros, por donde transitan cada día 350 viandantes, en promedio. Topamos de entrada con la Casa de los Azulejos del ya icónico restaurante Sanborn´s, frente a la Torre Latinoamericana, y pasamos ante el templo de San Francisco (1716), el Museo del Estanquillo de Carlos Monsiváis en la esquina con Isabel la Católica, la iglesia de La Profesa (1714-1720) y el Hotel Majestic, al desembocar en el zócalo. En un pasaje que cruza hacia la avenida Cinco de Mayo se esconden aun vestigios del que fuera el convento de San Francisco (1716), el más grande de la Nueva España.
La gran Plaza de la Constitución que ha sido convertida recientemente en una enorme explanada totalmente peatonal, flaqueado por edificaciones coloniales tan importantes como la Catedral Metropolitana, el Palacio Nacional, el Palacio del Ayuntamiento y el Portal de Mercaderes, que data también del siglo XVI, cuyos locales comerciales ocupan hoy numerosas joyerías y, como desde 1847, la sombrerería Tardán en la esquina con 16 de Septiembre, a unos pasos del Gran Hotel de la Ciudad de México.
Vale la pena atravesar el Zócalo mirando a nuestro alrededor, admirando ese entorno espléndido, para llegar, en el vértice nororiente de la plaza, a los vestigios del Templo Mayor. Antes de hacerlo, podemos detenernos en la esquina de Cinco de Febrero y Madero, junto a la Catedral, en el insólitamente poco conocido Monumento Hipsográfico de la Ciudad de México. Miles pasan por ahí cada día, sin conocerlo. Menos saben que ese sitio es la Plaza del Marqués. Está dedicada a Enrico Martínez (1550-1632), el cosmógrafo real, intérprete, editor y primer ingeniero hidráulico. La hipsometría es la medida de elevaciones y profundidades de la superficie de la Tierra en relación con el nivel del mar. Ahí se indica la de la capital mexicana: mil 240 metros.
Del lado contrario de la explanada, en la esquina sureste, está la Plaza de la Fundación, que conmemora la legendaria fundación de la Gran Tenochtitlan en 1325. En ese poco frecuentado y pequeño vástago del Zócalo, ubicado justo enfrente de los edificios del gobierno de CDMX y de la Suprema Corte de Justicia (donde desemboca la avenida Pino Suárez). La escultura elaborada por Carlos Marquina de 1970 representa el mítico avistamiento del águila devorando a la serpiente sobre un nopal, que determinó la ubicación de la gran capital mexica.
Hay que dejar luego la plaza y caminar por esas viejas calles como Moneda, Correo Mayor, Argentina, Brasil, hasta ir a dar a la Plaza de Santo Domingo, –cuyo nombre oficial es “Plaza 23 de Mayo” en referencia al Día del Estudiante, lo que pocos saben– con su templo barroco del siglo XVII, su viejo edificio del Santo Oficio y sus portales que albergaron durante muchas décadas a los famosos “evangelistas”, personajes que ofrecían sus servicios para redactar cartas de cualquier tema, incluido por supuesto el amor… En la esquina de ese portal, en la que todavía funcionan pequeñas imprentas, descubrimos una diminuta placa de mosaico que indica el nivel (10 metros) alcanzado por el agua durante la inundación de 1898.
En la calle de República de Cuba, otro hallazgo: el antiquísimo Cinema Río, que como desde hace un siglo ofrece hoy exclusivamente películas XXX, eróticas o pornográficas. Dispone de dos salas de exhibición, una de ellas para público en general. Y otra… ¡solo para parejas!
De regreso hacia el sur, tomamos la calle de República de Brasil y recorremos con la mirada, una tras otras, las librerías de viejo que ahí abundan, antes de llegar a calle de Tacuba, pasar en la esquina de Donceles por la sede actual del Congreso de la capital y el Teatro de la Ciudad, y detenernos a las puertas del Café de Tacuba para admirar su interior cubierto de azulejos. De ahí a la avenida Cinco de Mayo para pasar delante al café La Blanca, Las petacas de Miguel y la celebérrima cantina La Ópera, hoy convertida en restaurante, en una de cuyas paredes aún se presumen los disparos que hizo Pancho Villa en una de sus visitas al lugar.
Una miradita de paso a la Pastelería Madrid, una de las más antiguas de México, en la esquina de Tacuba y 5 de Febrero, y otra en La Ideal, de 16 de septiembre, completarán la parte gastronómica de nuestro recorrido, que forzosamente habrá pasado por la Plaza Manuel Tolsá (donde ahora está el itinerante Caballito), en la que se ubican el Palacio de Minería, el Museo Nacional de Arte (MUNAL) y el restaurante El Cardenal, en las inmediaciones del viejo Senado de la República de la calle Xicoténcatl.
Amerita asomarse, ya en los linderos del Primer Cuadro, al Palacio de las Bellas Artes, el edificio del Banco de México y el Palacio Postal, en torno a las esquinas de avenida Juárez, Cinco de Mayo y Eje Central, en el que por cierto no se puede evitar una escala en la churrería El Moro. Y, hacia el norte, la Plaza de Garibaldi con sus mariachis y su inigualable Tenampa, refugio e inspiración de José Alfredo Jiménez, Chavela Vargas y hasta Joaquín Sabina. Se vale tomarse ahí un alipús para rematar nuestro recorrido… ¡salud!
comentarios