Aquellos dichos de Andrés Manuel López Obrador tienen mi desprecio, mientras como unos “Manolo”, mejores tacos de la ciudad de México, y bebo agua de jamaica.
POR MARCO LEVARIO TURCOTT
Nací en la colonia Guerrero, crecí en Plaza Garibaldi y mi adolescencia transcurrió en Valle de Aragón. Luego de un paso fugaz por Tlalnepantla, lindé la Colonia del Valle a través de la Narvarte y dos o tres años después, llegué al territorio conquistado con base en el denuedo y el trabajo. Vivo por las calles de Tlacoquemecatl y Romero de Terreros desde hace 26 años.
Cuando camino por la Guerrero recuerdo la sala de cine Chaplin, los pozoles de don Luis y el tianguis de La Lagunilla. En Garibaldi evoco la Plaza Santa Cecilia y, sobre todo, los juegos al aire libre enmarcados por el Callejón de la Amargura. En Valle de Aragón vuelvo a escuchar a PolyMarch y la música Disco de los 70, en Tlalnepantla a Silvio Rodríguez y en la Narvarte regresa la memoria a las Tortas Don Jorge. A pesar de haber vivido aquí casi la mitad de mi vida, no se arremolina la misma nostalgia cuando camino por los parques Hundido y de los Venados ni cuando ocupo una banca entre los prados de Tlacoquemecatl luego de comer en los chamorros de la esquina.
Mi arraigo en la colonia del Valle es como los vinos reposados, lo disfruto en tragos cortos y diario. Lo vivo en el presente. Quizá porque ya no tengo tiempo para invertirlo y luego mirar estos lugares con la añoranza de los años transcurridos. Lo disfruto aquí y ahora, como una realización de mi vida, aunque rente el departamento que ocupo, y exista el riesgo de que el veleidoso futuro me arroje a otros lares.
Nadie en su sano juicio tiene pegado en la cabeza que estos rumbos fueron haciendas y que la colonia debe su nombre a la Compañía del Valle que la fraccionó. Nadie en sus cabales advertiría que está también fue una zona aristócrata de los tiempos de Don Porfirio aunque, justamente cuando termino de escribir esta frase, reparo en que sí hay alquien desquiciado que lo tiene en cuenta, para emprender contra sus pobladores, y ese alguien es nada menos el presidente de México.
Aquellos dichos de Andrés Manuel López Obrador tienen mi desprecio, mientras como unos “Manolo”, mejores tacos de la ciudad de México, y bebo agua de jamaica. La gente de aquí trabajadora, acentada en estos sitios desde hace por lo menos tres generaciones la mayoría y la vitalidad que le han provisto es parte de los incentivos para convivir con ellos aquí. Gente preocupada por su entorno, con una cultura ciudadana que mantiene permanente interacción con las autoridades de la alcaldía. Buena parte de los negocios lo saben y por ello el servicio es de calidad en restaurantes y cafés.
Creo que mis hijos, como a mí me pasa, digamos, con el Callejón de la Amargura, sí tendrán presente sus correrías tras la pelota en los parques, los mariscos del mercado que está atrás de La licuadora, como le decimos al edificio de Mexicana de Aviación, al borde de la avenida Xola. Y entre las remembranzas seguro tendrán presente la soberbia arquitectura del WTC, un coloso donde lo que yo ahora veo es el Hotel de México.
Vivir en la Del Valle es codearse con Artemio de Valle Arispe, bueno, más bien con sus frutos que aquí sembró para ser uno de los grandes cronistas de la ciudad, o con Luis Buñuel, uno de los mejores directores del cine del continente que, aquí, proyectó sus grandes películas. Todo esto lo sé, sin duda, pero como ya he dicho, yo prefiero vivir la Colonia del Valle en el presente para hacerla conmigo en todo momento.
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