Imposible sustraerse o deslindarse –como lo intenta hacer la clase política— de la crisis de Ayotzinapa que ha puesto en jaque a todos los aparatos del Estado mexicano destinados a dotar de seguridad y tranquilidad a la nación entera, al tiempo que ha exhibido la mezquindad de los políticos.
Han transcurrido ya más de cinco semanas y estamos como en las primeras horas de aquellas nefandas fechas del 26 y 27 de septiembre, cuando fueron atacados por elementos policiacos municipales de Guerrero los jóvenes normalistas. Y aunque la pareja imperial de Iguala, quien los mandó “escarmentar”, fue aprehendida finalmente en Iztapalapa, en un operativo digno de telenovela, el asunto de fondo sigue en el suspenso: el paradero y destino de los 43 estudiantes.
Se ha recorrido por tierra, aire y aguas profundas los municipios de Iguala y Cocula, destapando decenas de fosas donde aparecen centenares de osamentas de ejecutados y más desparecidos. Hecho dantesco en sí. El estado mexicano ha desplegado a sus elementos de elite de las distintas instituciones armadas, con sus mejores forenses, investigadores, peritos, criminalistas. Y nada.
Se ha desplegado, dicen, a “toda la fuerza del Estado mexicano” dedicada a la búsqueda: 6 mil 800 soldados, 900 marinos, 110 peritos, 300 investigadores, mil 870 agentes de fuerzas federales y 50 ministerios públicos federales. Y nada.
En cinco semanas ha habido: mil recorridos y 142 vuelos de rastreo, la revisión de 110 lugares, 13 cateos, la detención de 54 personas, 26 órdenes de aprehensión, 20 mil volantes repartidos y la oferta de un millón de pesos de recompensa para informantes. Y nada.
Como se preveía las movilizaciones estudiantiles se han multiplicado al tiempo que las protestas crecen. Se anunció un paro nacional estudiantil de 72 horas, así como un plantón indefinido y el cerco de las instalaciones de la Procuraduría General de la República (PGR). Los ojos del mundo están en nosotros y nos ven con horror y desconfianza.
La gente, en lo general, duda de la capacidad, eficacia y eficiencia de las instancias encargadas de darnos seguridad y ver por nuestro patrimonio y nuestras vidas. Se preguntan si han sido rebasadas por la corruptora fuerza demoledora del crimen organizado; se preguntan hasta qué punto han sido infiltradas.
La crisis de Guerrero ha venido a destapar una gran cloaca colmada de corrupción e impunidad, problemas de fondo que han enfermado gravemente al país de un cáncer maligno y el cual parece extenderse con una metástasis invasiva.
Luego de una semana de acusaciones, deslindes y declaraciones en contra, la clase política, concretamente los tres partidos principales de nuestro escenario –tan exhibidos en esta crisis— llaman a un pacto contra la violencia y lamentan la corrupción y la impunidad en estados con crisis de inseguridad. El llamado es para “concretar políticas públicas y medidas para consolidar la paz en México”. Yo diría que primero habría que lograr la paz en diversas entidades del país.
Y en esto abona la Arquidiócesis de México, que en busca de ese cierre de filas, acusa a la falsa “Izquierda mexicana de ser los que más daño le han hecho al país”, pero puntualiza que en nuestro México quienes han fracasado son “todos los partidos políticos, porque no han buscado el bien de la sociedad”.
Y de la pútrida cloaca abierta en Iguala es de esperarse que muchos integrantes de la clase política, fundamentalmente de lo que queda del PRD, saldrán seriamente embarrados de lodo y podredumbre. Las declaraciones de Abarca y su célebre Lady Iguala darán mucha luz en torno a las complicidades, arreglos y turbios manejos entre administradores municipales, gubernamentales y encargados de la seguridad en aquella entidad con integrantes del crimen organizado.
Hay quienes prevén que la onda expansiva podría llegar hasta el estado de Morelos, donde operaban los Beltrán Leyva y sus brazos armados de sicarios.
No olvidar que en Guerrero se produce el 98 por ciento de la amapola que ingresa a los Estados Unidos; su cultivo ha superado con mucho a la siembra de mariguana.
(En la foto: Hasta en el barrio de San Juan Mixcoac, DF, se han manifestado por la aparición de los normalistas de Ayotzinapa).
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