Las enfermedades decembrinas no son un mito, sino una realidad compleja que involucra variables biológicas, psicológicas y sociales.
POR NADIA MENÉNDEZ DI PARDO
El mes de diciembre es a veces polémico y contradictorio, ya quetradicionalmente es asociado con celebraciones, alegría, reuniones familiares y cierres de ciclos, pero también es un mes que representa una adversidad para la salud, especialmente en el ámbito mental.
Diciembre influye en el entorno emocional, social y físico, efectivamente. El cierre del año suele ser para muchos un periodo de introspección, de balance entre logros y frustraciones, lo que puede desencadenar sentimientos de insuficiencia, tristeza o ansiedad. Según la American Psychological Association (2023), cerca del 89 % de los adultos reportaron un incremento en los niveles de estrés durante las festividades, debido a las obligaciones financieras, la presión social y las expectativas personales. Esta carga emocional puede tener consecuencias clínicas si se prolonga o si se presenta en individuos con antecedentes con trastornos mentales.
De acuerdo con el estudio de Modzelewski et al. (2025), los niveles de ansiedad suelen aumentar durante los meses invernales, coincidiendo con factores sociales y fisiológicos como la disminución de la luz solar. Otro fenómeno particularmente relevante es el Trastorno Afectivo Estacional (TAE), un subtipo de depresión que aparece en los meses fríos y oscuros.
Ambrose y De Simone (2023) destacan que el TAE alcanza su punto máximo en diciembre cuando la reducción de luz solar interfiere con la regulación de melatonina y serotonina. Más aún, en la revisión de Modzelewski et al. (2025) titulada “The Impact of Seasonality on Mental Health Disorders”, se propone que los cambios inmunológicos estacionales también influyen en la aparición o el agravamiento de patologías mentales, incluyendo ansiedad y depresión, lo que refuerza la necesidad de evaluar la salud mental con perspectiva estacional.
A su vez, el aislamiento social, ya sea por distancia geográfica, duelo o conflictos familiares, también es un detonante de sufrimiento emocional en el mes de diciembre. Para muchos, esta es una época que resalta ausencias más que presencias, lo que puede intensificar sentimientos de soledad o vacío. Según un informe del Observatorio de Salud Mental de la OPS (2023), las tasas de consulta por cuadros de depresión se incrementan hasta un 30 % en diciembre en poblaciones urbanas vulnerables.
Desde una perspectiva de salud pública, esto subraya la necesidad de estrategias de prevención primaria en comunidades como los adultos mayores, las personas con enfermedades crónicas o las poblaciones migrantes. En el plano físico, también las enfermedades cardiovasculares aumentan significativamente en esta época, como lo documentaron Phillips et al. (2004) al observar un pico en la mortalidad por causas cardíacas entre el 25 de diciembre y el 7 de enero.
El estrés emocional, la ingesta excesiva de alimentos ricos en grasas y sodio, el consumo excesivo de alcohol y la exposición al frío son factores que incrementan el riesgo en personas predispuestas. Juneau (2024) también documenta que las festividades provocan un comportamiento de descuido médico, con interrupciones en los tratamientos de enfermedades crónicas, lo cual contribuye a este aumento de la morbimortalidad. Además, la temporada festiva se asocia con alteraciones del sueño, cambios en los hábitos alimenticios y una mayor exposición a situaciones de riesgo, como accidentes de tránsito, diferentes tipos de violencia, o quemaduras por pirotecnia.
Sin embargo, lo que más destaca es la relación entre el estado emocional y la manifestación de enfermedades físicas. Los estados de ánimo negativos pueden exacerbar cuadros clínicos existentes como la diabetes, el asma o la hipertensión. De acuerdo con la Clínica Mayo (2023), el estrés crónico tiene efectos fisiológicos acumulativos que impactan negativamente la salud metabólica e inmunológica.
En cuanto al suicidio, existe un debate significativo. Por un lado, diversas fuentes han sostenido que los suicidios aumentan en diciembre, especialmente durante Navidad y Año Nuevo. Esta creencia se basa en las ideas persistentes de que quienes se sienten solos pueden verse aún más afectados durante una temporada de alto contenido emocional. En ciertos contextos, como algunos países latinoamericanos, se ha documentado un incremento de suicidios en días específicos de las festividades, relacionado con consumo de alcohol, violencia intrafamiliar, tensiones económicas o rupturas sentimentales. En México, por ejemplo, datos del INEGI (2022) indican un ligero repunte en intentos de suicidio en las últimas semanas del año.
Sin embargo, estudios epidemiológicos a gran escala en países con estaciones marcadas contradicen esta noción generalizada. Modzelewski et al. (2025) indica que el riesgo de suicidio puede aumentar cuando se combinan factores de vulnerabilidad mental, presión social y estrés de fin de año. Por ejemplo una persona que vive sola y que idealiza la época navideña puede experimentar desajustes emocionales cuando las expectativas no se cumplen, sintiendo que queda marginado de un festejo, lo que puede agravar una depresión latente o desencadenar conductas de riesgo.
Como lo advierten diferentes profesionales, comprender que sentirse “menos festivo” no significa una falla, sino que puede responder a una combinación de factores estacionales, sociales y psicológicos. Además, el reconocimiento de signos de alarma, como trastornos del sueño persistentes, aumento del consumo de sustancias, retraimiento social o pensamientos recurrentes de inutilidad, permite una intervención temprana.
Según la OMS (2023), los programas de intervención temprana en salud mental durante épocas sensibles como diciembre pueden reducir hasta en un 40 % la incidencia de crisis graves. En cuanto a estrategias de prevención se debe considerar un enfoque multifactorial que incluya mantener la calidad del sueño y la rutina, moderar el consumo de alcohol y comidas abundantes, fomentar la interacción social, promover la actividad física, asegurar la continuidad de los tratamientos de salud mental y evitar la difusión de mitos sobre suicidios navideños. Estos elementos ayudan a generar una red de contención frente a los desafíos emocionales de la temporada.
Instituciones como Mental Health Europe (2023) promueven campañas de visibilidad sobre el impacto emocional de las festividades, con el objetivo de fortalecer redes de apoyo y reducir estigmas.
Las enfermedades decembrinas no son un mito, sino una realidad compleja que involucra variables biológicas, psicológicas y sociales. La salud mental ocupa un lugar preponderante en este contexto y reconocer su importancia es el primer paso para un diciembre más saludable.
A medida que la medicina avanza, entender las dinámicas de esta temporada se vuelve crucial para planificar estrategias de intervención que respeten el contexto emocional de fin de año.
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