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El dulce secreto de San Juan: el inigualable Pan de Muerto de las monjas de Mixcoac

Un tesoro conventual que trasciende generaciones: La receta celosamente guardada que perfuma a todo un barrio cada Día de Muertos.

Más que un rico pan: sabor a devoción y un legado de más de cinco décadas en el corazón de la tradición.

STAFF/LIBRE EN EL SUR

Al acercarse la temporada de fieles difuntos, el antiguo pueblo originario de San Juan Malinaltongo —hoy una colonia de la alcaldía Benito Juárez, que aún resguarda su esencia histórica— se perfuma con el inconfundible aroma a azahar y mantequilla del Pan de Muerto. El origen de este elixir dulce no se encuentra en una panadería industrial, sino tras los muros del Monasterio de Nuestra Señora de la Misericordia, hogar de las Madres Dominicas.

Desde hace más de cincuenta años, la comunidad de religiosas de la Orden de Predicadores (Dominicas) se ha dedicado a perfeccionar una receta que hoy es considerada un referente de la panadería artesanal de la Ciudad de México. Esta tradición no es un simple negocio de temporada, sino un pilar de su sustento y, más importante aún, una extensión de su vida espiritual.

La fama de su pan radica en la pureza y la calidad. Las Madres han mantenido un proceso de elaboración completamente artesanal y una fórmula que ha resistido la tentación de rellenos y variaciones modernas. La clave de su sabor reside en la combinación perfecta de ingredientes de alta gama: harina de trigo, huevos frescos, mantequilla de vaca, levadura, azúcar y, la firma distintiva que evoca la repostería novohispana, una dosis generosa de agua o esencia de azahar. Este toque cítrico-floral, asociado a menudo con el recuerdo y la nostalgia, confiere al pan una fragancia y un gusto inigualables, que lo diferencian de cualquier otra pieza.

La labor de la panadería en el convento es una actividad febril que se inicia antes del amanecer. Las monjas, algunas de ellas con más de cuarenta años dedicadas a este oficio, amasan y hornean en sus propios hornos, ubicados dentro del recinto monástico. La masa, de consistencia tersa y suave, debe reposar el tiempo exacto para alcanzar la esponjosidad y la firmeza que permiten que el pan se mantenga ideal para “sopear” o acompañar un espeso chocolate caliente.

El Pan de Muerto, con su forma simbólica de bollo redondo, adornado con las “canillas” (huesos) que irradian los cuatro puntos cardinales del universo prehispánico y la bolita central que representa el cráneo del difunto (o el corazón, según otras interpretaciones), es un acto de profunda significación religiosa. Sor Teresa, una de las Madres con larga trayectoria en la panadería, ha revelado que su verdadero “secreto” no está en la proporción de los ingredientes, sino en el cariño, la paciencia y la oración con la que cada pieza es bendecida en su proceso. Este ritual de trabajo, silencio y fe es lo que los clientes más fieles buscan y valoran, formando largas filas anuales para llevar a sus ofrendas esta muestra de devoción comestible.

La venta de este pan, junto a la de sus icónicas Roscas de Reyes, buñuelos y otros encurtidos, es esencial para el sostenimiento del monasterio, demostrando que la fe y la gastronomía pueden ser pilares de supervivencia para las órdenes religiosas en la modernidad.

La ubicación del Monasterio de Nuestra Señora de la Misericordia, en la Cerrada Augusto Rodin número 8, justo en la Plaza Valentín Gómez Farías de la actual colonia San Juan Mixcoac, envuelve a esta tradición en una curiosa y rica contradicción histórica.

Este convento se asienta, con ironía, en la que fue la gran casona de don Ireneo Paz (1836-1924), militar, periodista, novelista y acérrimo defensor del liberalismo (llegando a ser adversario político del clero). Fue el patriarca de un linaje literario, siendo el abuelo del Premio Nobel de Literatura 1990, Octavio Paz. El poeta pasó aquí su infancia y adolescencia entre 1915 y 1937 , explorando los grandes salones, el frontón y, sobre todo, la biblioteca de su abuelo, un espacio que el mismo Paz describió con detalle en sus memorias y poemas, como Pasado en claro e Intermitencias del Oeste. Así, el comedor familiar de un militar liberal es hoy una capilla, y sus muros resguardan la elaboración de un pan que es símbolo de la fe popular.

La paradoja se profundiza al considerar la plaza que da acceso al convento: Valentín Gómez Farías, el político radical que promovió las primeras Leyes de Reforma, cuyo objetivo principal fue minar el poder de la Iglesia en México y nacionalizar sus bienes. Es precisamente frente al monumento de uno de los arquitectos de la laicidad nacional, que la manifestación más dulce de la fe católica, el Pan de Muerto, encuentra su punto de venta y su máxima expresión.

El Pan de Muerto de las Dominicas de San Juan Mixcoac es, en suma, un sabor que logra trascender la historia. Es la demostración de cómo la perseverancia de una receta, la devoción de unas manos y la fuerza de una tradición pueden florecer incluso en el más irónico de los escenarios, uniendo el recuerdo de un pueblo, la memoria de un poeta y la fe de un convento en un bocado que sabe a México.

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