“Camino a Anillo de Circunvalación para tomar el camión de regreso, pasábamos por el Mercado de Mixcalco, que es un lugar donde se vende ropa. Ahí vi por primera vez la marca Mussi, que usé durante años y que en 2019 hizo famosa Beatriz Gutiérrez, la esposa del presidente Andrés Manuel López Obrador, porque es el diseñador de su ropa”.
POR LETICIA ROBLES DE LA ROSA
El olor a chocolate era una señal inequívoca de que el trabajo de mi mamá ya estaba cerca. No sabía cómo se llamaba la calle, pero siempre veía desde la ventana del Santa Julia las letras mágicas que inquietaban mis papilas gustativas: La Azteca.
Sólo tres calles después de La Azteca, que era la fábrica de cholocates más famosa de México, ubicada en Ferrocarril de Cintura 105, el camión de la ruta Santa Julia- Merced y Anexas daba vuelta en la calle de Miguel Alemán para después tomar Anillo de Circunvalación. Nosotros bajábamos justo en la esquina para caminar por Miguel Alemán y llegar al enorme mercado Abelardo L. Rodríguez, conocido sólo como “El Abelardo” y seguir por El Carmen para llegar al café de chinos donde mi madre trabajaba.
Ahí fue la primera vez que vi la palabra “Goya”. Era y es el nombre del café de chinos que sigue en la esquina de El Carmen y Colombia, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Acompañar a mi mamá al trabajo era una aventura maravillosa, porque mi hermano y yo encontrábamos muchas formas de divertirnos en unas calles que eran tan seguras para un par de niños que podíamos pasarnos la tarde contando las escaleras del hospital Gregorio Salas, o echar carreras entre la entrada del café y la primaria República de Panamá o subir a jugar con la familia de chinos dueña del café “Goya”, que evidentemente le debe el nombre a la cercanía con el antiguo barrio universitario que estaba sólo a unas calles, en San Idelfonso, Argentina, Venezuela y Brasil, donde por cierto desde 1999 la UNAM regresó a celebrar las sesiones del Consejo Universitario en la antigua Escuela de Medicina.
Recuerdo que había una tienda de ropa muy cerca del café, donde vendían un vestido color rosa que me gustaba mucho, pero que nunca se lo pedí a mi mamá, porque mi estilo era más de andar con pantalones, pues tenía una afición enorme a sentir el aire golpearme la cara cuando corría a toda velocidad y los vestidos me estorbaban.
Y cuando terminaba el trabajo de mi madre, el regreso a casa implicaba caminar por otras calles de esa zona del Centro Histórico. Recuerdo mucho al dueño de un puesto de periódicos que estaba en la esquina de San Idelfonso y Loreto, porque nos dejaba leer gratis los cuentos de Archie, del Pato Donald y hasta el Lágrimas y Risas, mientras platicaba con mi mamá.
Camino a Anillo de Circunvalación para tomar el camión de regreso, pasábamos por el Mercado de Mixcalco, que es un lugar donde se vende ropa. Todavía entre los años 2000 y 2009 iba con frecuencia a ese mercado. Ahí vi por primera vez la marca Mussi, que usé durante años y que en 2019 hizo famosa Beatriz Gutiérrez, la esposa del presidente Andrés Manuel López Obrador, porque es el diseñador de su ropa.
En diciembre del 2004, mientras caminaba cerca del Mercado de Mixcalco, de pronto un hombre salió con un montón de ropa colgada y gritó: a 100 pesos, a 100 pesos. Por supuesto que me formé y me hice de dos chamarras, dos blusas, un vestido y un par de faldas. Así estilaban en aquel tiempo algunas fábricas de ropa para sacar sus saldos en el fin de año.
El rumbo, siempre altamente comercial, que conocí desde mi niñez, fue una zona que frecuenté durante años ya en mi adultez. Comprar mezclilla en la parte de atrás del “Abelardo”, en la calle de Colombia, era baratísimo y había chamarras, pantalones, faldas, vestidos.
Pero poco a poco, los locales de comidas, ropa y accesorios fueron cediendo espacios a los vendedores ambulantes y la calle de Miguel Alemán, que en su continuación se llama Venezuela, comenzó a ser intransitable. La extensión de los locales ambulantes llenó por completo las calles en que jugaba de niña y que hoy observo totalmente diferentes; fachadas que están cubiertas por los puestos ambulantes.
Hoy, a décadas de distancia de esos años en que jugaba, a veces sin importar que ya hubiera caído la noche, cuando mi madre salía tarde, se han tornado inseguras. En 2020, por ejemplo, en la esquina de República de Chile y Belisario Domínguez, detuvieron a un hombre que llevaba un cadáver desmembrado en unas cajas de plástico que trasladaba en un diablito.
Caminar hoy esas calles es prácticamente un acto de valentía. Hay esquinas que dejan sentir inseguridad. Hay grupos de jóvenes con mochilas cruzadas en el hombro, en motocicletas, que parecen vigilar a sus alrededores. Los altares a la Santa Muerte son cada vez más y forman parte del nuevo aspecto de estas calles.
En El Carmen, en Correo Mayor, en Perú, en Colombia, en Manuel Doblado o Joaquín Herrera, las plazas y los lugares de mercancías administrados por coreanos y chinos para la venta de mayoreo, se combinan con actividades delictivas que se observan a plena luz del día, como las famosas “rifas” con las que obligan a los comerciantes a comprar números a 20 ó 50 pesos para rifar hasta 100 mil pesos, en un claro acto de lavado de dinero.
A esa zona del Centro Histórico no llegan los turistas que son frecuentes en el Zócalo y entre éste y el Eje Central. Esta zona que se ubica detrás del Palacio Nacional y llega hasta Anillo de Circunvalación se ha convertido en un espacio rudo, donde desapareció el exquisito olor a chocolate de La Azteca.
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