Año con año, el templo de Santo Domingo de Guzmán, en el corazón de Mixcoac, recibe no sólo a los Niños Dios que, engalanados, son cargados por los feligreses en recuerdo de la presentación de Jesús en el templo, sino también a los pequeños del rumbo que sus padres llevan para ser bendecidos y participar en una celebración nacida precisamente ahí hace 410 años: el Día de la Candelaria.
En la Nueva España, durante el proceso de evangelización, los frailes franciscanos que se asentaron en la comunidad indígena de Mixcoac, donde levantaron el templo de Santo Domingo de Guzmán, introdujeron entre otras cosas la costumbre de poner el Nacimiento. A ellos mismos se atribuye en consecuencia, hacia el año 1600, la introducción de la bella tradición consistente en la representación del Niño Jesús que se coloca en el pesebre el 25 de diciembre y que pasados 40 días es necesario vestirlo de gala y llevarlo a bendecir a la iglesia por quienes lo arrullaron de su nacimiento, o sea, sus padrinos.
Sin duda alguna, Mixcoac es la población antigua más importante de la delegación Benito Juárez. Aparece señalada en la tira de la peregrinación azteca mediante un glifo o emblema formado por medio cuerpo voluminoso de serpiente en color azul. Según el conquistador Hernán Cortés, Mixcoac contaba con 6,000 vecinos, quienes se dedicaban a diversas labores entre ellas la hechura de comales, mercancía que vendían en el tianguis de Coyoacán pagando de renta dos tomines (24 granos).
Mixcoac (que significa “culebra de nubes”) fue un pueblo muy bien organizado política, social y económicamente, por lo tanto no fue difícil para los españoles establecer en él su esquema tradicional de ciudad, esto es, fijar un centro que reuniera a los edificios públicos y religiosos, alrededor de los cuales se estableció la nueva población con el nombre de Santo Domingo de Mixcoac, donde los padres franciscanos erigieron el templo en honor del santo patrono 1595, el segundo más antiguo del Valle de México después del de Santa Cruz Atoyac, también en la DBJ, que data de 1564.
Con la celebración, que se lleva a cabo cada 2 de febrero, culmina el ciclo de festividades de la Navidad dentro de la Iglesia Católica; pero una mirada a su celebración en México revela aspectos muy particulares que incluyen el sincretismo con ritos prehispánicos. Para España, la celebración se convierte en una festividad compleja, pues en su esencia también se fusionan la fe hebrea, la cristiana e incluso cultos paganos provenientes de la Isla de Tenerife, de sus Islas Canarias.
En México, detrás de los tamales que deberán ofrecer el 2 febrero quienes tuvieron la buena o mala suerte -según se vea- de encontrar al “niño” en su porción de rosca el 6 de enero, Día de Reyes, pervive una “acción de gracias”. Esa acción se remonta a los tiempos bíblicos, cuando los primogénitos de los hebreos salvaron sus vidas del Ángel Exterminador, contrario de los hijos mayores descendientes de los egipcios.
La doctora Carmen Anzures y Bolaños, especialista del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), explicó en una entrevista que en recuerdo de este hecho, según la Ley de Moisés que se halla escrita en el Levítico, los judíos debían presentar a sus primogénitos en el templo, y sacrificar conforme sus posibilidades, un cordero o un par de palomas blancas, los cuales no debían tener defectos. Esto se realizaba 40 días después del nacimiento del niño, cuando se consideraba que la madre había eliminado cualquier rastro de sangre, producto del parto, pues antes de esto era considerada impura.
Jesucristo, al ser judío, también fue presentado por sus padres, cumpliéndose así el lapso para el ritual, si se cuenta del 25 de diciembre al 2 de febrero son precisamente 40 días. “En el templo se encuentran al anciano Simeón, quien aún ciego reconoce que el niño que María llevaba en brazos, era el Mesías. Y pronuncia hacia Dios: ahora sí me puedes llevar porque mis ojos han visto al salvador de Israel, que será gloria para Israel y contradicción para muchos; y dirigiéndose a la virgen: y a ti una espada de dolor te atravesará el corazón. Eso es lo que ocurre en la presentación del templo y es lo que se conmemora el Día de La Candelaria, por una parte. Aquí en México, el Niño Jesús se lleva a bendecir ese día; en otros países no lo hacen así, ni siquiera en España, y en general en Europa”, señaló Anzures.
La investigadora señaló que dentro de esta celebración “pudo muy bien la parte del Niño Jesús estar de alguna manera montada por la iglesia Católica, aprovechando las ceremonias que sucedían en este mismo período (al inicio de febrero) en la época prehispánica, que para los pueblos mesoamericanos representaba la última parte de los 20 días de su calendario.
Fray Bernardino de Sahagún relata en sus crónicas, que se realizaban sacrificios a los tlaloques, es decir, los ayudantes (las nubes) del dios Tláloc, para pedir lluvia para las próximas cosechas. Para ello se les ofrendaban niños, los vestían de gala, y durante su ascenso, sobre todo al conocido como Monte Tláloc, les hacían llorar como augurio de que habría agua en abundancia. “Esto lo aprovecharon muy probablemente los evangelizadores y sobre una base que guardaba relación con los niños, empalmaron el culto cristiano”, expresó Anzures. “Los sacerdotes llevaron la imagen del Niño Jesús a los templos, y en la misa daban a conocer su significado. Al paso del tiempo, con el cambio de las generaciones, el recuerdo de aquellas ceremonias prehispánicas fue diluyéndose”.
Sobre la costumbre de preparar e invitar los tamales, Carmen Anzures, especialista en Antropología Médica, detalló que antes de la Conquista, en Mesoamérica se comían distintos tipos de tamal, en relación siempre con las fases del ciclo agrícola. “Para la de petición de lluvia eran elaborados con hierbas semiamargas -como penitencia o ayuno-, lo cual todavía permanece en algunas zonas rurales del centro y sur del país para que la siembra funcione”, recordó.
En Europa, la conocida Fiesta de las Candelas o de las Velas también se fusionó con los ritos anteriores. Esta tuvo su origen en la Isla de Tenerife, en las Canarias. Cuentan que por el siglo XIV unos pastores divisaron una imagen de madera con la forma de una mujer, quien llevaba recostado a un niño sobre su brazo derecho, y en su mano izquierda, una candela o vela. Como era costumbre entonces, a una mujer sola no se le podía hablar, así que le aventaron pequeñas piedras, y por consecuencia, a uno de ellos se le paralizó la mano y a otro se le rompieron los dedos, también de la mano. Comentaron esto a su gobernante, y éste les pidió que fueran por ella, y al momento de tocarla ambos quedaron curados. A partir de ese momento empezó su veneración en la cueva donde apareció, pero bajo el título de “La extranjera”.
Anzures refirió que pocos años después, cuando España comenzó su conquista de las Canarias, un niño de este lugar llamado Antón fue hecho prisionero, lo bautizaron e instruyeron en el cristianismo. Tiempo después, al retornar a Tenerife y ver de nuevo a “La extranjera”, comentó a los nativos que esa imagen a la que adoraban era ni más ni menos que la madre de Dios. “Se le llamó la Virgen de la Candelaria por la candela. Aún en la tradición cristiana, el sentido de purificación tiene que ver también con el fuego, es decir, con la luz”, finalizó.
Y es aquí, en México, donde la festividad “ha tenido una fuerza especial que se ha propagado con alguna fuerza a países de Centroamérica como Guatemala y El Salvador”, además de realizarse con menos intensidad, en algunas regiones de España e Italia. La celebración de La Candelaria es un acto generalizado en los lugares urbanos, que cobra gran fuerza en la mayoría de los pueblos indígenas, “salvo los del norte del país”, cuyas festividades no fueron determinadas totalmente por el Cristianismo. Pueblos indígenas del centro y del sur del país incorporan al festejo elementos regionales muy propios, como la música o la danza, y se viste el Niño Dios de manera más sencilla, más tradicional y apegada, “pues se guarda un respeto mayor hacia el acto religioso”.
Otro rasgo característico de esta celebración, principalmente en las zonas rurales del país, como Xochimilco, en el Distrito Federal, y en ciertas poblaciones de Veracruz y Oaxaca, es el sentido no sólo individual, sino comunitario que la festividad adquiere entre la comunidad. En estos lugares, como el pueblo de Amealco, Querétaro, “siempre existen mayordomías en la que intervienen miembros de la comunidad divididos con un sistema de cargos que incluyen mayordomos, posaderos o madrinas, cada uno con una función específica”, comentó el antropólogo Fernando Híjar Sánchez.
Actualmente, en la ciudades, se pueden observar diversas formas de vestir al niño, algunos artesanos de esos pequeños atuendos llegan a contabilizar hasta 80 o 100 diferentes, que van desde el niño médico, el ropón de Papa, el de la selección mexicana de fútbol o incluso superhéroes y personajes populares. En los centros urbanos, explicó Hijar, “hay una mayor flexibilidad para incorporar elementos nuevos que hacen que permanezca o no vigente la tradición; no se trata de que sea positivo o negativo, simplemente es una incorporación que va dando riqueza a la cultura popular”. Como parte de la fiesta, abundó, “el proceso de evangelización no sólo retoma elementos como el del calendario, sino que también asume aspectos como el culinario, donde los tamales a nivel de las fiestas prehispánicas, fueron un elemento principal”.
De esta manera, la fiesta de La Candelaria se erige como una de las celebraciones más tradicionales en la que los convidados llevan a bendecir candelas y degustan un rico tamal en compañía de un atole o chocolate caliente, para honrar al Niño Dios que han vestido y llevado a la iglesia. La costumbre que ha prevalecido en Mixcoac, sin embargo, incluye la bendición de los niños, por lo que los padres dominicos, a cuyo cargo está el templo de Santo Domingo actualmente, invitan a los padres de familia a llevar a sus pequeños para esta celebración.
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