Es como si, en medio del caos social y las implicaciones de salud que esto ha generado, las circunstancias externas se hubieran acomodado a mi favor, y me otorgaran el “permiso” para hacer una de las cosas que más disfruto: contraerme y quedarme en mi capullo.
MARIANA MUÑOZCANO
Un buen día, llegó la cuarentena.
Pasaron los días, las semanas, los meses; y hoy tengo claro que el impacto que tuvo en mi vida ha sido mucho más de disfrute que de desgaste. Creo que a diferencia de muchas personas, la cuarentena me ha traído más beneficios y motivos de agradecimiento, que pesares o razones para quejarme.
Claro, no he estado exenta de tener altibajos emocionales, pero frente a un ejercicio retrospectivo, para mí, la cuarentena ha sido una bendición.
Siendo hija única desde hace 40 años, bastante introvertida desde hace unos 30 y freelance desde hace 20, estar en casa, no ha significado pesar alguno. Por el contrario. Llegó en un momento esencial en mi vida, en medio de un duelo profundo, luego de que mi madre falleciera. Así que ha sido una etapa de reparación emocional, sin tener que preocuparme por otros o por “cumplir” con obligaciones sociales o profesionales.
Luego, me ha permitido afianzar mis rutinas que, desde siempre, han tenido una esencia bastante individualista: pasear a mis perros, leer, dibujar, depurar, pensar, meditar. Estar conmigo no es un problema.
Si bien mis proyectos han disminuido, ha sido también un ejercicio muy enriquecedor luchar con mi independencia económica tan arraigada. Aprender a recibir ha sido fundamental en este momento. Y gracias infinitas a Ernesto, el mejor compañero de vida, por estar siempre.
Esta pausa laboral que resultó ser tan natural socialmente, también me ha otorgado la posibilidad de reformular y replantear mi sentido de vida profesional. Aún sin definirse del todo.
Es como si, en medio del caos social y las implicaciones de salud que esto ha generado, las circunstancias externas se hubieran acomodado a mi favor, y me otorgaran el “permiso” para hacer una de las cosas que más disfruto: contraerme y quedarme en mi capullo.
Y así, como oruga, creo que me he estado preparando para, llegado el tiempo, alzar el vuelo desde una perspectiva distinta, renovada, empoderada. No sé si la “nueva normalidad”, llegue en una semana más, en un mes o seis. Es lo de menos.
Nos han enseñado que logramos ser, en función del reconocimiento que los otros nos otorguen, y creo entonces que quizá los cambios obvios que vendrán, como trabajos desde casa o reducción de convivencia social, a muchos les causen temor. A mí, por el contrario, me emocionan.
Ojalá seamos lo suficientemente resilientes y positivos para enfrentar esta nueva etapa mundial, que sin duda demandará seres humanos ecuánimes, humildes, capaces de fluir más y quejarse menos.
Vecina de la colonia Del Valle Norte. Consultora en Marketing, Comunicación y Coach Ejecutivo
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