Libre en el Sur

En la asombrosa calle de los juguetes de los Reyes Magos también hay bolsitas con carbón

El eje de la vendimia donde cada año se surten estos personajes bíblicos es el callejón de Girón, transversal a la calle del Carmen y a la de Bolivia, que a lo largo lucen al infinito los regalos.

TEXTO Y FOTOS: FRANCISO ORTIZ PARDO

El anciano de barba larga y blanca como su piel se coloca para posar frente a la cámara al ser descubierto por el reportero, que acude al Centro Histórico a constatar la forma en que los Reyes Magos se hacen de tantos regalos para los niños de una de las ciudades más grandes del mundo. Junto a él, sus compañeros de viaje, Gaspar y Baltazar, se mantienen indiferentes y continúan la charla con el organillero, cuyo aparato musical está decorado con motivos navideños y en lugar del tradicional changuito tiene trepado un simpático monigote de peluche de cuatro ojos, dos en su rostro apenas asomados detrás del gorro con que está cubierto, y en que destacan los otros dos círculos de tela bajo unas enormes pestañas.

Melchor es también el único en responder a la felicitación por su día, que realmente es la noche de Reyes, aunque los demás alcanzan a sonreír frente al escenario de mantas desplegadas en el suelo de la calle de Moneda, apenas a la vuelta de la casa de Andrés Manuel López Obrador, el Palacio Nacional, sobre las que se ofrecen los juguetes, apenas el anuncio de la algarabía que es descubierta varias cuadras más adelante, en una amplia zona que abarca desde el anillo de Circunvalación, hacia los rumbos de La Merced, y hasta los recovecos oscuros cercanos a la Plaza de Santo Domingo.

Es impresionante la juguetería que se construye esa noche que va de templada a fría en las antiguas callejuelas, muchas de ellas deterioradas por el tiempo, la mugre y la falta de mantenimiento, lejos de lo que sí cuida el gobierno, que es la zona turística adyacente al Zócalo. Es ese pedazo de ciudad que emerge surrealista, y sus usos y costumbres, desconocido para la mayoría de los habitantes de zonas de clase media donde los juguetes son comprados por relativamente baratos en los supermercados y por caros en las llamadas tiendas departamentales, entre ellas El Palacio de Hierro y el Puerto de Liverpool, que era ese su nombre original cuando por cierto surgió en el Centro Histórico capitalino entre los grandes almacenes afrancesados.

Lo mismo que han de saber sobre José Joaquín Antonio Florencio de Herrera y Ricardos, que es el nombre verdadero de Joaquín Herrera, militar y político liberal moderado que ocupó en tres ocasiones el cargo de Presidente de México, la denominación de la calle que luego se convierte en Bolivia, donde esta historia diferente se ha cocido en medio de vecindades y viviendas de renta congelada, inseguridad, caos vial en el que ahora hacen lo suyo centenares de motocicletas que circulan en cualquier sentido sin la menor prudencia de sus conductores.

El punto neurálgico –y mágico en este caso— surge en la esquina que forma esa calle con el Anillo de Circunvalación, en cuyas banquetas hace treinta, cuarenta años se enfilaban los puestos de juguetes donde los Reyes Magos se surtían. El eje de la vendimia donde cada año se surten estos personajes bíblicos es el callejón de Girón, transversal a la calle del Carmen y a la de Bolivia, que a lo largo lucen al infinito juguetes y más juguetes. En el callejón hay una curiosa forma de locales “formales” que han sido construidos con columnas de hierro y techos de lámina y en algunos casos tienen piso de mosaico. Luego se nota que esa parte es más fancy, si así se puede decir, con sus aparadores bien lucidores donde se muestran objetos incluso de colección, entre ellos miniaturas de superhéroes o de animes. Desde eso hasta “armas” falsas, que francamente sí parecen de verdad.

 

Los cientos, miles de enviados de los Reyes que forman verdaderos ríos provocan un ambiente festivo en el que también se ofrecen raspados, esquites, refrescos, chicharrones, para el tentempié que ha de durar todo lo que se necesite para decidirse por el mejor producto al mejor precio, de acuerdo con los encargos de cada pequeño. La cantidad de puestos se deben contar por cientos, de tal forma que no es difícil afirmar que el 5 de enero en la noche, esa es la juguetería más grande de todo México. Unas 15 cuadras han de sumar las longitudes de Joaquín Herrera- Bolivia y Del Carmen, además del Callejón de Girón, conocida como la “calle de los juguetes” que allí sí se venden todo el año.

La cabeza de este reportero no alcanza a ubicar algo que se escape a la venta, salvo los juguetes tradicionales mexicanos o de madera o educativos, que ya se han vuelto cosa del pasado o de las élites. Por lo demás, todo, bueno y chafa.

Desde tráilers de plástico de 10 pesos hasta consolas de videojuegos. Miles y miles de peluches, muñecas (por supuesto las Barbies de todas sus versiones), juegos de mesa, muñecos, vestiditos, playeras, bicletas, motocicletas, carritos, autopistas, trenecitos, pinturas y lápices de colores, legos y semejantes para armar chinos o japoneses o qué sabe uno donde seguramente también hay copias vendidas como originales. Pelotas, almohadas, zapatos, cestos, cobijas, gorras…y hasta carbón en bolsitas de celofán “para los niños que se portaron mal”. ¿Cómo me voy a regalar yo mismo la bolsita?, le dice este cronista a la vendedora, que responde carcajeándose: “De todos modos te la van a traer”.        

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