Un tema preocupante que se incrementa en nuestro país con alarmante rapidez, es el trabajo infantil. La Organización Internacional del Trabajo (OIT), establece las diferencia entre actividades que l@s niñ@s y adolescentes realizan y que no perjudican su salud o interfieren con sus actividades escolares y que son benéficas para su desarrollo personal.
Ayudar en el hogar, realizar alguna actividad de apoyo que les genera ingresos en temporadas vacacionales, o incluso apoyar en el negocio familiar, fomenta en la infancia su carácter, a tener otra visión de la vida, y sobre todo a valorar las cosas de las que disfrutan gracias a sus padres o quien se haga cargo de ell@s.
En cambio, según la OIT, el trabajo infantil: “Es todo aquel que priva a los niños de su niñez, su potencial, su dignidad, y es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico”. Ello, que se explica por sí mismo, constituye una violación de los derechos de niños, niñas y adolescentes, especialmente al de estar protegidos contra la explotación, al sano crecimiento, a la educación, al juego, la cultura y el deporte. En suma, a su pleno desarrollo.
Bajo rendimiento escolar, falta de asistencia regular a la escuela o abandonarla, violencia, maltrato, inicio temprano de la vida sexual, embarazos no deseados, explotación sexual comercial infantil, consumo de drogas, entre muchas otras, son sus consecuencias.
Innumerables organismos y asociaciones se han creado en el mundo entero para vigilar que niños y niñas no vivan en esta situación, sin embargo, estamos perdiendo la guerra como comunidad mundial.
En México, por ejemplo, 3.6 millones de niños, niñas y adolescentes entre los 5 y 17 años de edad están trabajando de acuerdo al Módulo sobre Trabajo Infantil de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE 2007).
Es menester entonces volver a mirarnos como sociedad y aceptar que nos hemos acostumbrado a ver a niñas, niños y adolescentes vendiendo mercancía diversa en calles, realizando actos en semáforos o plazas públicas o siendo utilizados como rehenes de sus padres o cuidadores que los traen a cuestas, para conmover a las personas y obtener mayores ingresos.
Debemos tener presente además, que los niños que son sometidos a este tipo de trabajos, en muchos casos son separados de sus familias, son abandonados en las calles y abusados; expuestos a grandes peligros y enfermedades todos los días.
El trabajo infantil no es un fenómeno sencillo de resolver; implica una red de interés económicos y hasta políticos en ciertas latitudes que representa una de las mayores amenazas a su integridad en nuestros días. Por ello concientizarnos de lo que no está bien, abonará para que nuestra realidad empiece a cambiar. Todos y todas por la infancia.
*Dinorah Pizano es vecina de Benito Juárez, ex Diputada Local y Especialista en Derechos Humanos por la Universidad Castilla-La Mancha.
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