Libre en el Sur

Espacio público e identidad vecinal

Quienes tenemos más de treintaicinco o cuarenta años, recordamos cómo jugábamos en plena calle. Conocíamos a los vecinos y hasta podíamos ir a echar novio conlos de la otra cuadra. Los jóvenes de hoy, mucho menos los niños, no saben qué se siente ser de la Narvarte, la Portales o la Postal, por citar algunas colonias de amplia tradición.

Ahora es raro ver jugar a niños y adolescentes en la vía pública. No sólo es por el creciente número de vehículos; tampoco por el incremento de la población; incluso la apabullante proliferación de juegos electrónicos, por sí sola no explica el desarraigo del vecindario. Entonces, ¿por qué no conocemos siquiera a quienes viven al lado o frente a nuestros hogares? ¿Por qué no sabemos cómo se llaman los habitantes del mismo edificio donde residimos?

Seguramente identificar esos porqués requeriría todo un tratado sociológico, pero algo que me parece fundamental para explicarlo es el espacio público. Como su nombre lo indica, es un lugar donde todos debiéramos coincidir; un sitio para convivir con la familia, los amigos, los vecinos; una esfera para crear comunidad. Sin embargo, poco a poco abandonamos esa noción y hoy asistimos a la indiferencia cotidiana. Salimos de casa al trabajo, la escuela, el súper y párale de contar. Si acaso vamos a la plaza comercial, a alguno de los pocos parques o al cine, generalmente sólo acompañados del núcleo familiar.

¿Qué ha pasado? Más allá de definir causas, que tal vez muchos intuimos, creo básico comenzar a reapropiarnos del espacio público, iniciar un proceso de remembranza activa que nos conduzca a regenerar los lazos fraternos con nuestros vecinos. ¿Por qué no un sábado o domingo organizar una cascarita en la calle? ¿Por qué no pedir a la delegación o al gobierno central que por unas horas brinde seguridad vial? ¿Por qué no preparar un garrafón de agua de limón con chía para refrescarnos y platicar mientras los hijos patean el balón?

En los tiempos complicados que estamos viviendo, una propuesta de esta naturaleza pudiera parecer pueril, pero estoy convencida de que la organización nacional comienza por el vecindario; que reconstruir vínculos con nuestro primer entorno debe reflejarse en contextos más amplios; que hacer comunidad obligará a las autoridades a considerar a la población a la hora de tomar decisiones que la afecten.

Intentarlo no cuesta mucho.

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