El imperio del lugar común nos embelesa en redes sociales. Aprende otro idioma. Conviértete en deportista de alto rendimiento. Cocina. Sube tus fotos leyendo. Haz un huerto urbano. Medita. Vuélvete yogui. Escribe las tesis pendientes. Mantén limpia tu casa y tu corazón. Lava. Desinfecta. Vuelve a lavar. Conviértete en estrella del home office aunque la espalda te parta en dos. No te quejes. No dudes. No llores. No tienes derecho porque eres una privilegiada: no te has contagiado, tienes qué comer. No llores.
POR LORENA ELIZABETH HERNÁNDEZ
Este tiempo detenido con tantos nombres distintos. Camino por la calle donde alguna vez viví. Era otra vida. En esa misma calle, cuadras arriba, estuve encerrada durante pocos días por la amenaza de la influenza. En esta misma calle, ahora, del otro lado del barrio, vivo encerrada la cuarentena. No sé si creer en coincidencias. Recuerdo aquellos días, hace una década, cuando la luz se filtraba por los amplios ventanales de aquel departamento a la par del silencio. Era un silencio distinto.
Despierto una mañana cualquiera. Abro los ojos. Uno, dos, tres segundos. Miro la habitación. Sí, me digo, es cierto. No estaba soñando. Es cierto que estoy encerrada de nuevo, sólo que esta vez en el imperio de la incertidumbre. Cuan humanos somos. Necesitamos vivir asidos a certezas aunque éstas sean efímeras, incluso falsas. Nos han movido la realidad a la que nos aferrábamos, la que nos daba sentido y pertenencia y ahora añoramos lo que incluso antes detestábamos. Vivimos deseantes. Todo aquello que constituía nuestra realidad se ha desvanecido en apenas unas semanas.
De niña mi idea del fin del mundo se llamaba guerra nuclear. Imaginaba al hombre de traje cuyo dedo índice estaba presto para apretar el botón que iniciaría el desastre. Las bombas caerían con su poder destructor de un lado a lado del planeta y en algún momento nos alcanzarían. Mi imaginación no daba entonces para intuir que el enemigo no iba a ser un conflicto internacional sino un microscópico adversario como en una mala película de ciencia ficción.
Be positive. Debes ser optimista. El imperio del lugar común nos embelesa en redes sociales. Aprende otro idioma. Conviértete en deportista de alto rendimiento. Cocina. Sube tus fotos leyendo. Haz un huerto urbano. Medita. Vuélvete yogui. Escribe las tesis pendientes. Mantén limpia tu casa y tu corazón. Lava. Desinfecta. Vuelve a lavar. Conviértete en estrella del home office aunque la espalda te parta en dos. No te quejes. No dudes. No llores. No tienes derecho porque eres una privilegiada: no te has contagiado, tienes qué comer. No llores. Ama más. Ama. Aunque no toques. Aunque ya no puedas abrazar a tus amigos /quién sabe cuándo volverás a verles/ o saludar de beso en la mejilla. Aunque tengas ese miedo lacerante al tocar a los tuyos cuando vuelves de comprar algo indispensable. Tu pequeña hija corre a abrazarte. No me abraces. Déjame bañarme. Lavarme. Desinfectarme. ¿Estaría enferma la mujer del mercado que estornudó cerca de mí mientras me despachaba?
La virtualidad no era lo que nos prometieron. Nada sustituye el contacto humano. Sí, podemos videollamarnos pero el calor de la cercanía física aún no se siente a través de la computadora. Trabajamos más, el mundo no está listo para que dejemos de producir. Lo que sea que hiciéramos antes tenemos que seguir haciéndolo, sólo eso da sentido al caos. Y sin embargo no había visto tantos amaneceres en años, ni había caminado la calle donde antes viví cuadras arriba con tanto ímpetu y tanto azoro. He recuperado mi capacidad de mirar. ¿Cuándo la perdí? No sé si estoy aprendiendo algo, si seré mejor, sólo sé que estoy, vivo, respiro, siento. Quiero volver a bailar hasta quedar exhausta. Volver al mar. Siempre el mar. Tal vez esto se llame esperanza, este involuntario tiempo detenido, porque cuan humanos somos necesitamos creer. Y sí, esperamos. Esto también pasará.
Vecina de San Pedro de los Pinos. Promotora Cultural. @lorenaleer
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