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Fátima Bosch puso contra las cuerdas al director de Miss Universo… ¡y luego ganó!

Su proceso hacia la corona terminó convirtiéndose en un mensaje global de dignidad

La mexicana enfrentó humillación pública en plena transmisión y respondió con temple.

STAFF / LIBRE EN EL SUR

El momento que definió a Miss Universo 2025 ocurrió lejos de las luces del escenario y de los vestidos brillantes. Sucedió en una sala de juntas, durante lo que debía ser una reunión rutinaria para revisar pendientes de la agenda. La mexicana Fátima Bosch, representante de Tabasco, estaba sentada entre otras concursantes cuando el director local del certamen, Nawat Itsaragrisil, la confrontó de forma abrupta. Le reclamó haber llegado tarde a una grabación, pese a que ella ya había explicado que estaba cumpliendo otra actividad asignada por el propio equipo de producción.

El tono subió en segundos. El directivo no solo la interrumpió, sino que le ordenó que no hablara y luego soltó un “tonta” que quedó registrado en un livestream seguido por miles de espectadores. Las concursantes se miraron entre sí, desconcertadas. Algunas se levantaron y salieron junto a ella, en un gesto que difícilmente se ve en un concurso donde prima la obediencia hacia la organización.

La grabación circuló en pocos minutos por redes sociales de todo el mundo. La presidenta internacional del certamen tuvo que salir a dar una respuesta urgente, calificando la escena como un trato impropio hacia una participante. La presión aumentó tanto que, durante las siguientes 48 horas, la organización global no tuvo más opción que reconocer públicamente el abuso de autoridad ejercido por Itsaragrisil.

A pesar del ambiente enrarecido, Bosch decidió mantener una postura serena. No dio entrevistas incendiarias, no se mostró afectada ante las cámaras ni alimentó el conflicto. Dedicó sus horas a lo que había ido a hacer: prepararse para las pruebas preliminares. Ese mismo día, en la entrevista privada con los jueces —la más determinante del certamen—, llegó puntual, con un vestido sobrio y con la misma compostura con la que había soportado la humillación. Testigos de la sesión relataron que se mostró clara, articulada y emocionalmente estable.

En los ensayos de pasarela de los siguientes días también destacó. Los coordinadores técnicos comentaban en voz baja que, aunque el episodio la había expuesto de un modo brutal, Bosch no había perdido concentración. Al contrario, la controversia parecía haberla fortalecido. Poco a poco, se convirtió en una de las concursantes más observadas: cada aparición suya generaba reacciones inmediatas en redes y comentarios en medios de distintos países.

Para el público internacional, la mexicana se volvió una figura simbólica: la candidata que se mantuvo firme frente a un superior y que, sin escándalo, estaba demostrando profesionalismo. Para los jurados, se transformó en una aspirante con resiliencia. Para otras participantes, en un referente de unidad.

La noche final: ascenso, respuesta y coronación

La gala final del Impact Arena reunió a miles de personas y a millones de espectadores. El proceso de selección avanzó rápido: de más de 120 candidatas, quedaron solo 20 semifinalistas. Cuando el conductor anunció “México”, el público respondió con un estallido que superó incluso al de países tradicionalmente fuertes.

En la pasarela en traje de baño, Bosch apareció con una seguridad limpia, sin exageraciones de pose ni movimientos innecesarios. Su estilo —más elegante que agresivo— llamó la atención por contraste con participantes que apostaron por un “show” más marcado.

En la competencia de vestido de noche, eligió un diseño blanco de líneas simples. No era el más llamativo ni el más cargado de adornos, pero sí el más coherente con su narrativa: autenticidad, claridad, sobriedad. Fue un riesgo en un certamen acostumbrado a la espectacularidad, pero fue un riesgo que pagó bien. Mientras otras prendas luchaban por sobresalir, la simplicidad de Bosch la hacía destacar casi sin esfuerzo.

La ronda final llegó con una pregunta sobre liderazgo auténtico. Ella respiró hondo —algo apenas perceptible— y respondió con una elegancia que sorprendió incluso a los más escépticos:

“Crean en el poder de su autenticidad. Sus sueños importan. Sus voces importan. Nunca permitan que nadie les haga dudar de su valor.”

Esa frase, breve pero contundente, se convirtió en la síntesis de todo lo vivido en Bangkok. Bastó para que el público la ovacionara y para que los comentaristas de transmisiones internacionales señalaran que había sellado la competencia.

Minutos después vino el veredicto.

“…Miss Universe 2025 es… México.”

Fátima Bosch tembló de emoción. Cerró los ojos un segundo antes de romper en lágrimas mientras recibía la corona de la ganadora saliente. Las cámaras captaron cómo sostenía el cetro con ambas manos, como si se tratara de un objeto más pesado de lo que realmente era. En las primeras imágenes de backstage, se le vio abrazando a varias participantes que habían caminado con ella durante el proceso. No había rencor en sus gestos; había alivio.

Su victoria significó más que un título de belleza. Bosch se convirtió en la primera tabasqueña en ganar el certamen nacional y en la cuarta mexicana en lograr una corona universal. Pero, sobre todo, se convirtió en una figura con un mensaje que trascendió el concurso.

Cuando más tarde fue cuestionada por la escena de la humillación, respondió con una claridad que no dejaba espacio para interpretaciones:

“No soy una muñeca para estar peinando y cambiando de ropa. Estoy aquí para luchar por las causas en las que creo.”

Al final, su triunfo no solo cerró un certamen; abrió una conversación global sobre la dignidad, la autoridad y la manera en que las organizaciones tratan a sus participantes. En un concurso que presume empoderar mujeres, fue justamente una mujer la que les recordó —con acciones, no con discursos— lo que significa tener voz.

Y en Bangkok, esa voz fue coronada.

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