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Es Felipe Leal el tercer arquitecto en ingresar a El Colegio Nacional en la historia

STAFF / LIBRE EN EL SUR

Las ciudades del siglo XXI se enfrentan a desafíos ambientales, económicos y sociales. La crisis sanitaria presente ha incidido en la necesidad de repensar el modelo de ciudad como un lugar con calidad de vida, con mayor seguridad y que apueste por la proximidad, por un uso y disfrute de espacios públicos cada vez más vegetados y dotada de una movilidad sostenible, afirmó Felipe Leal Fernández, integrante y exdirector de la Facultad de Arquitectura (FA) de la UNAM, al ingresar como miembro de El Colegio Nacional. 

En la ceremonia, Leal Fernández recibió el diploma y el fistol que lo acreditan como miembro de El Colegio Nacional, institución creada por decreto del 8 de abril de 1943 “con el fin de fomentar y difundir, en sus formas superiores, la obra de la cultura patria”.  

En su lección inaugural, Las huellas de la memoria y los pasos al devenir, el universitario añadió que adaptar la ciudad a los nuevos requerimientos que implica la pandemia no será fácil. Este desafío entraña crear espacios libres de contagio, y fomentar el comercio y actividades básicas de proximidad (la llamada área del kilómetro, donde deben existir los servicios esenciales al alcance de los vecinos), “un modelo dinámico y multifuncional respecto a la escala humana y capaz de proporcionar un equilibrio entre los barrios”. 

En este sentido, dijo ante Julio Frenk Mora, presidente en turno de la máxima cátedra de México, han aparecido conceptos como el de “economía circular” o el de “ciudad de los 15 minutos”, propuestas que consisten en movernos menos para vivir mejor y contar con ofertas de servicios, educación y trabajo a no más de 15 minutos de traslado, aclaró el especialista. 

El escenario actual, sostuvo Leal Fernández, es propicio para desarrollar tales propuestas, aunque no se pueden negar los efectos asimétricos que estos planteamientos podrían tener en función de los territorios y las composiciones sociales. Estamos frente a un cambio profundo para decidir cómo habitar la ciudad que nos espera; no basta con pensar, hay que actuar ante este desafío, proponiendo modelos de habitabilidad menos tóxica, donde la higiene resulte una premisa para la totalidad de los espacios construidos. 

La reflexión fundamental que debe acompañar a la arquitectura durante este convulsionado siglo XXI es su relación con la naturaleza. Los temas ambientales deben ocupar buena parte del tiempo dedicado a su concepción, no sólo como requisito, sino de forma integral, asumiendo una nueva actitud frente al medio ambiente y al potencial de la riqueza natural. 

ONU-Hábitat estima que 38 por ciento de la población de nuestro país habita una vivienda inadecuada, es decir, en condiciones de hacinamiento, hecha sin materiales duraderos, con carencia de servicios regulares de agua y saneamiento. Actualmente, abundó, en el país existe un rezago de nueve millones de viviendas adecuadas. “Sin duda, nos encontramos frente a una realidad incómoda, más no existe desafío que esté más allá de lo que como ciudadanos podamos afrontar; sobran ejemplos universales y locales de cómo adaptarse a nuevas realidades”. 

En el Aula Mayor de El Colegio Nacional expuso que la arquitectura es una portentosa huella de la memoria: se apodera del espacio, lo limita, lo cerca, lo encierra; tiene el privilegio de crear lugares mágicos, “obras del espíritu, diría Le Corbusier”.  

Se trata, agregó, de un hecho cultural, una de las disciplinas más complejas de la creación humana, debido al conjunto de conocimientos, saberes y sensibilidades que se requieren para su realización. Es una de las manifestaciones más evidentes para conocer y acercarse al entendimiento de las civilizaciones, y una prueba fehaciente de la memoria material de los pueblos. Muestra de ello son las obras y construcciones que han visto la luz desde tiempos inmemoriales, hasta las que observamos y nos acompañan en nuestros días. Es un arte útil de gran responsabilidad social; una actividad creativa al servicio de las comunidades humanas. 

En tanto, la ciudad continúa siendo el lugar más atractivo para vivir y sobrevivir. La mayor parte de la población mundial habita en ellas; en nuestro país la población urbana alcanza 78 por ciento, por ello es necesario preguntarnos cómo vive la gente, ya que se calcula que sólo una cuarta parte de la humanidad vive en condiciones aceptables. “Las políticas urbanas no pueden basarse únicamente en las leyes del mercado, ni la vivienda puede constituir tan solo un elemento financiero. Se trata de un derecho que, al valerse, deriva en una crisis ética”. 

Luego de mencionar que desde pequeño el ambiente y aroma urbano lo atraparon, y que su padre lo enseñó a recorrer la ciudad sin prejuicio ni estigma alguno por sus barrios y villas, ofreció un tributo a quienes “me enseñaron a ver la arquitectura y a entender esta ciudad, desde la literatura, la vida cotidiana, el cine y la academia”, entre ellos, a Efraín Huerta, Octavio Paz y Mario Pani. 

Asimismo, confesó que echa de menos a su amigo Teodoro González de León, “de quien aprendí mucho, sobre todo de arte, arquitectura y de la importancia de esta ciudad; extraño sus apasionadas conversaciones y agudo pensamiento. Hoy me corresponde, con inmenso honor, representar a la arquitectura con la dignidad que se merece” en El Colegio Nacional. 

También reconoció la huella del pensamiento humanista de uno de sus mentores, Max Cetto, su maestro y tutor en el seminario de tesis, hombre sencillo, sensible, modesto y de gran sabiduría, hermanado en alma, espíritu y vivencias con dos titanes: Juan O´Gorman y Mathias Goeritz. Asimismo, a sus colegas profesores, alumnos y la comunidad de la UNAM, a quienes “debo el derrotero de conducirme hacia una visión interdisciplinaria de mi quehacer”. 

Al responder la lección inaugural, el escritor Juan Villoro, dijo que aunque México es el país de Luis Barragán, Mario Pani, Félix Candela, Ricardo Legorreta y otros destacados artífices del espacio, sólo tres arquitectos han formado parte de esta institución: José Villagrán García, Teodoro González de León y, desde ahora, Felipe Leal. “Su llegada resulta no sólo imprescindible, sino urgente”. 

La arquitectura es para el universitario un arte compartido; revisa con idéntica pasión las obras clásicas y los logros de sus contemporáneos, y encomia la destreza de los herreros, los carpinteros y los albañiles mexicanos, la legión cubierta de polvo rara vez celebrada que nos salva de vivir a la intemperie. “No es exagerado decir que en nombre de Felipe Leal, un gremio ingresa con nosotros”. 

Nacido en 1956, el arquitecto se ha declarado habitante de dos ciudades, la de México y la UNAM; en 1976 ingresó a la FA y en sentido estricto no ha egresado de ahí, pues buena parte de su vida transcurre en esas aulas. Además, su impulso fue decisivo para que el campus de Ciudad Universitaria fuera inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. 

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