El panorama lo observo desolador y por esa razón mi optimismo está a la baja. Deseo ver el entorno más prometedor, pero poco contribuye el flujo informativo de los periódicos, noticiarios y programas de análisis. La realidad marca la pauta de mi estado de ánimo.
POR VÍCTOR MANUEL SUBERZA BLANCO
La esperanza por recobrar la actividad normal de tanta gente parece esconderse entre el miedo de salir a la calle y las cifras poco alentadoras acerca de la pandemia, su presencia entre nosotros y los estragos ocasionados en miles de familias.
Con las reservas del caso recibo la noticia de la investigación fase 3 de la vacuna AZ-1222 contra Covid-19. Si todo sale como esperan los científicos, la campaña de vacunación se iniciaría en México el primer trimestre del año próximo, claro está, luego de la certificación de la Cofepris.
Todo cuanto ha ocurrido en estos meses de confinamiento tiene el sello de lo inédito. A consecuencia del virus, en unos cuantos días han fallecido colegas, amigos y vecinos.
Dos de mis primos fueron atendidos en el hospital durante tres semanas y actualmente se hallan en su casa haciendo el mejor esfuerzo por recuperarse plena y cabalmente.
El panorama lo observo desolador y por esa razón mi optimismo está a la baja. Deseo ver el entorno más prometedor, pero poco contribuye el flujo informativo de los periódicos, noticiarios y programas de análisis. La realidad marca la pauta de mi estado de ánimo.
Llevo más de cuatro meses de encierro. Realizo mi trabajo en casa por ser persona en condición de vulnerabilidad a mis 62 años. Estoy en el otoño de la vida.
Con tal de no dejarme avasallar por esta situación de alcance mundial, me esmero en respetar todas y cada una de las recomendaciones de las autoridades sanitarias: me lavo perfectamente las manos cada hora, desinfecto dos veces al día el área de trabajo, utilizo el cubreboca cuando tengo la necesidad de salir de casa para ir al mercado y guardo debidamente la sana distancia hasta con mí sombra.
Aunque parezca mentira me considero un ser positivo, pero la adversidad del momento me rebasa. No es mi propósito teñir de gris el futuro ya de por sí incierto, tan solo me conformo con mantener vigente la esperanza de retornar algún día a la vida normal.
Regresar a la oficina, ir al encuentro de la prisa y las presiones; atender el teléfono una veintena de veces, responder un número similar de correos; revisar textos, proponer ideas para la siguiente campaña de difusión. A la hora de la comida ir al cafetín y pasar revista a los amigos, reír con ellos, estrechar su mano, darles el fuerte abrazo en señal de afecto. Recorrer la calle, hacer uso del metro y el autobús sin temor al contagio. Volver a observar los parques de la ciudad repletos de niños juguetones después de ir a clases.
Seguro pronto pasará esta pesadilla, al menos tengo la esperanza.
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