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Las jacarandas unamitas

“Ese año de 1999 la cotidianidad de Ciudad Universitaria no se alteró en absoluto al inicio de la primavera porque el activismo quedaba todavía en los cubículos de facultades como Economía, Ciencias y Filosofía, para planear y tomar decisiones de cómo frenar las actividades de la UNAM”.

POR LETICIA ROBLES DE LA ROSA

Aunque es una flor muy familiar para todos los capitalinos, porque es señal de que la primavera está en la ciudad y que la Semana Santa está cerca, las jacarandas llevan a mi mente al año 1999 y a la hermosa Ciudad Universitaria, cuando estalló el paro estudiantil más intenso que ha tenido mi querida UNAM.

Presionada por los recortes presupuestales que los gobiernos federales priistas le aplicaron durante toda la década de los noventa del siglo pasado, como parte del esfuerzo nacional de recuperar las finanzas públicas, luego de dolorosos años de crisis económica y previa bonanza petrolera pésimamente administrada, la UNAM enfrentó en el último año del siglo 20 la decisión de aumentar sus ya testimoniales cuotas escolares, lo que provocó un movimiento estudiantil particularmente radical.

La rectoría de la UNAM, encabezada por Francisco Barnés de Castro, anunció en diciembre de 1998 que la institución analizaba los escenarios para mejorar sus ingresos provenientes de las cuotas de sus estudiantes, dadas las carencias presupuestales que enfrentaba para el año 1999, lo que despertó el interés inicial del grupo de activistas más conocido: el Consejo Estudiantil Universitario (CEU).

Sin embargo, al margen del CEU, otros grupos estudiantiles, la mayoría escisión del propio CEU, hacían sus propias valoraciones.

Recuerdo una reunión en la Facultad de Economía, una tarde de febrero de 1999 donde se intentó dialogar entre todos los liderazgos, incluidos los ceuistas, y que no resultó como tenían planeado. No hubo acuerdos de trabajo coordinado, aunque sí la coincidencia de que tenían que movilizar a la UNAM.

Y empezaron a hacerlo. Poco a poco se realizaban asambleas en diferentes escuelas, dentro y fuera de Ciudad Universitaria, para informar a estudiantes, principalmente de licenciatura, que el alza de cuotas iba a ser una realidad y que, desde el punto de vista de los activistas, eso rompía el principio constitucional de la educación gratuita.

Pero ¿por qué relato lo que ocurrió en la UNAM, si el tema es la primavera? Ah, pues porque en primavera, la Ciudad Universitaria de la UNAM es hermosísima. No sólo las jacarandas florecen y forman alfombras violetas en diferentes zonas como a los costados del Jardín Central, también las bugambilias hacen acto de presencia con sus intensos colores; los diferentes jardines recuperan el verde intenso que les quitó el invierno y es común encontrar estudiantes y maestros en busca de una sombra para resguardarse del intenso sol.

El Jardín Central se convierte en una especie de zona de algarabía. Algunos juegan fútbol soccer; otros se tiran a leer; unos más se besuquean; hay quien juega con las flores que caen de los árboles; varios fuman marihuana; diversos grupos de la Facultad de Ingeniería salen con los topógrafos para aprender a usarlos. Hay quien sólo camina para ir de Insurgentes a alguna oficina que esté después de ese enorme jardín.

Y ese año de 1999, la cotidianidad de Ciudad Universitaria no se alteró en absoluto al inicio de la primavera porque el activismo quedaba todavía en los cubículos de facultades como Economía, Ciencias y Filosofía, para planear y tomar decisiones de cómo frenar las actividades de la Universidad Nacional.

Pero la inmensa mayoría de la comunidad universitaria estaba ajena a esos planes e, incluso, era opuesta a romper el ritmo de las clases. Y tan fue así que el 19 de abril de 1999, cuando diversas escuelas en Ciudad Universitaria y fuera de ella comenzaron a parar clases, no lo hicieron como efecto de una asamblea donde los votos mayoritarios optaran por el paro, sino porque se formó una brigada de estudiantes, comandada por Alejandro Echevarría, estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, que armados hasta con palos obligaron a diferentes escuelas a cerrar.

Tengo muy nítido el recuerdo cuando llegaron a la Facultad de Veterinaria y Zootecnia. Entraron varios de ellos encapuchados y comenzaron a desalojar a los estudiantes, incluidos a quienes estaban en las clínicas de atención médica a mascotas de personas externas a la Universidad Nacional. En algunos casos emplearon la amenaza y hasta los empujones. Y así pasó con la mayoría de las escuelas.

Y también recuerdo que mientras eso ocurría en las facultades, en los jardines de Ciudad Universitaria la tranquilidad de la tarde de primavera no había sido alterada. El cuadro de esparcimiento y convivencia cotidiano no sufrió alteración alguna.

Cuando cerró la Facultad de Filosofía y Letras, que fue de las pocas que lo hizo por decisión innegable de la asamblea estudiantil, recuerdo caminar rumbo al edificio de Rectoría y observar en uno de sus bellos jardines los cientos de flores violetas de las jacarandas y la tranquilidad con la cual los jóvenes vivían su día, sin enterarse de lo que ocurrió a escasos metros de ellos.

Esa imagen de los jardines con tapiz violeta y del inicio de un paro de actividades que duró 10 meses y que fue necesario terminar con el ingreso de la entonces Policía Federal Preventiva, solicitada por el ya rector Juan Ramón de la Fuente, se quedó tan anclada en mi mente que las jacarandas son voceras de la primavera, pero también recuerdo de un activismo juvenil que sorprendió hasta a los propios estudiantes.

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