(Francisco Ortiz Pinchetti)- Durante décadas, el antiguo barrio de San Juan Mixcoac, o Malinantonco, como se llamaba originalmente en lengua náhuatl este pueblo de raíces prehispánicas, tuvo fama en toda la ciudad de México por la destreza de sus coheteros, expertos en la fabricación de espectaculares “castillos” y otros juegos pirotécnicos, que eran “exportados” a otros barrios capitalinos.
Aunque esa tradición se ha prácticamente perdido, persiste hasta la actualidad la costumbre de festejar en grande la celebración anual en honor de Nuestra Señora de Guadalupe, una fiesta de alcances nacionales que tiene su expresión juarense en la antigua parroquia, un templo del siglo XVII bastante bien conservado dedicado a San Juan Evangelista y Santa María de Guadalupe
La restaurada plaza Valentín Gómez Farías, grata y evocadora, da un marco singular al atrio que guarda como reliquia el viejo templo, mencionado curiosamente por el poeta Octavio Paz –que ahí pasó, en la casa de su abuelo Ireneo hoy sede de un convento de monjas, su infancia y parte de su adolescencia— en uno de sus primeros escritos como “una iglesia enana”, seguramente por la desproporción entre su altura y la grandeza de su entorno.
El pueblo de San Juan Evangelista Malinantonco, como se denominaba durante la Colonia, ha sido víctima a través de los años de una destrucción atroz, pero aún conserva el aliento de lo que fue su florecimiento como un barrio campestre en las afueras de la capital mexicana a finales del siglo XIX y principios del XX. San Juan Mixcoac, como hoy se llama, se ha reducido a sólo 22 manzanas, en las que hay doce calles, cuatro cerradas y un callejón.
El centro del pueblo sigue siendo su hoy restaurada placita, presidida por el templo y completada al poniente por el convento de las madres dominicas y la que fuera casa de don Valentín Gómez Farías, a quien debe su nombre, hoy sede del Instituto Mora de Investigaciones Sociales. Según mapas de los años veinte del siglo pasado, San Juan era mucho más grande, pues abarcaba lo que hoy son las colonia Nochebuena y Ciudad de los Deportes y llegaba al Norte hasta el río Becerra (hoy avenida San Antonio) y al oriente hasta la avenida Insurgentes.
En su jurisdicción se incluía el Parque Hundido, “que entonces era llamado el Parque Chino por las casitas de piedra, como pagodas, que había sobre las isletas de sus tres laguitos y a las que se llegaba por unos puentes de cemento”, según describe el maestro Alfonso Martínez Cabral, historiógrafo y académico de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, autor de una sorprendente monografía sobre este barrio.
Martínez Cabral menciona que en aquellos tiempos de su auge, las calles del pueblo de San Juan tenían otros nombres: Holbein se llamaba Córdoba; Augusto Rodín, avenida de San Juan; la cerrada de Rodín, callejón Violetas; Corot, calle del Pocito; Nattier, Jerusalén; Fragonard, Romeritos; Rubens, la Primera calle; Cuauhtémoc, la Segunda; Ireneo Paz y la calle de Millet, General José Ceballos; Carracci, Melchor Ocampo; Extremadura, calle del Ferrocarril; Revolución, avenida México; Patriotismo, avenida Tizapán Norte, y Porfirio Díaz era conocido como camino de San Ángel a la Piedad. Sólo Insurgentes y la calle Empresa conservaron sus mismos nombres.
Mitad historia y mitad leyenda, se cuenta que en 1675 una epidemia de tifo asoló al barrio de San Juan, por lo que hubo necesidad de quemar los jacales de sus habitantes. Y que cuando cesó el fuego sólo quedó de pie un muro en el que estaba la imagen de la Guadalupana. Este milagro habría propiciado la construcción del templo de San Juan Evangelista, bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe.
En efecto, se trata de un pequeño templo colonial de espléndido estilo barroco. Tiene valiosas pinturas al óleo y unos muy interesantes vitrales que muestran cómo La Virgen de Guadalupe se le apareció a Juan Diego en el cerro del Tepeyac; de hecho, la imagen de la Virgen es la que está en el fondo de la iglesia, teniendo enfrente de ella a un cristo dorado.
En el atrio al que se accede por la calle Augusto Rodín, frente a la plaza, estuvo colocada una imponente cruz atrial de cantera, que lamentablemente fue derribada accidentalmente hace varios años cuando se usó para atar en ella la cuerda para colgar las piñatas, precisamente durante una celebración decembrina de las tradicionales “posadas”. La cruz, partida en varios trozos, se encuentra yacente en una de las esquinas del atrio, junto al templo, en espera de ser restaurada. Otra cruz de piedra, sin mayor valor, la sustituye por ahora.
INVENTARIO DE SAN JUAN
Como todo buen pueblo –escribe el historiador Alfonso Martínez Cabral, que vivió en este barrio– San Juan tenía a mediados del siglo pasado: seis tiendas de abarrotes, dos verdulerías, una tienda CEIMSA, dos pulquerías, una cantina, una tlapalería, una farmacia, una cocina económica, dos tortillerías, un molino para maíz, tres carnicerías, un expendio de tamales, la fábrica de galletas Mac'Ma, y una fábrica de cubitos para consomé Pollo Rico. Había también un expendio de petróleo y carbón, otro de leña y combustibles para boiler y tres panaderías; dos escuelas primarias para hombres (la Valentín Gómez Farías y la Escuela México, hoy Escuela Tabasco) y dos para mujeres (la Olavarría y Ferrari y la Independencia). Aunque el cine más cercano era el Reforma, a un lado del mercado de Mixcoac, los domingos había “cinito” en la Iglesia de San Juan, gratis para quienes tenían su boleto de la doctrina completo, o de a cincuenta centavos para los demás. Había, y hay, tres conventos, “y para escándalo de todas las familias, San Juan tuvo también su motel de paso, el Nochebuena, sobre Porfirio Díaz casi frente al parque Chino o Hundido”.
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