Libre en el Sur

La Habana, medio milenio de magia entre cambios y coyunturas

POR JOSÉ GABRIEL MARTÍNEZ

La Habana llegó este 16 de noviembre al medio mileno sin haber perdido un ápice de todos esos atributos que la convierten en una ciudad excepcional, llena de mística, magia y costumbres que impactan en todo aquel que la vive o visita.

Los festejos por tan marcado aniversario iniciaron días antes, e incluso contemplaron visitas especiales como la de los Reyes de España, pero será este sábado cuando todos los moradores y visitantes se unan en distintas actividades para celebrar a esa pequeña ciudad que, pese a notorias dificultades económicas y de infraestructura, nunca ha permitido que la historia y los grandes acontecimientos dejen de reservarle un sitio distinguido.

Historia de cambios y apetencias hegemónicas

Fundada el 16 de noviembre de 1519 por el adelantado y conquistador español Diego Velázquez de Cuéllar, La Habana fue la sexta villa de la isla de Cuba. Con el nombre oficial de San Cristóbal de La Habana, en su emblemática Plaza de Armas se efectuaron en esa fecha la primera misa y el primer cabildo.

Fue alrededor de El Templete, un monumento con una ceiba que está ubicado en dicha plaza, donde los fundadores y primeros moradores proclamaron el surgimiento de la ciudad. Por ello es que, como ocurrió en ese entonces, cada año muchos acuden a celebrar el aniversario citadino a la sombra del icónico árbol.

Por su posición geoestratégica, con una bahía desde la que se puede partir directamente a cualquier parte del mundo conocido y conquistado por las potencias europeas en ese entonces, la villa habanera fue apetecida por todos los que se disputaban el dominio mundial.

Foto: Cuartoscuro

Española por derecho de conquista y fundación, hasta la muy posterior independencia cubana, fue objeto del deseo de Inglaterra, Francia y, posteriormente, los Estados Unidos.

Ese valor y el deseo que despertaba hizo que por mucho tiempo la ciudad estuviese continuamente expuesta a ataques de corsarios y piratas. Ante éstos, en 1561 la Corona Española orientó desplegar castillos militares y fortificaciones en todos los ángulos de la bahía.

Servirían no sólo para la protección, sino también para el atraco de barcos que ya empezaban a acudir y partir de La Habana, punto neurálgico de todos los viajes que enlazaban a la metrópoli española con sus dominios en el llamado “Nuevo Mundo”, la mayor de las veces cargados de riquezas.

Los castillos y fortificaciones aún existen. Son museos y parte importante del patrimonio arquitectónico e histórico de la ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982.

Ejemplos son el Castillo del Morro y el de la Real Fuerza, complementados años después de su construcción por la fortaleza de San Carlos de la Cabaña, erigida tras la ocupación inglesa de la villa por cerca de un año en 1762 tras dos meses de feroces combates entre invasores, defensores militares y moradores.

 

En la Habana Vieja. Foto: Adolfo Vladimir. Foto: Cuartoscuro

La toma de los ingleses es uno de los episodios más icónicos de la historia habanera en sus primeros siglos. Para cuando ocurrió, ya La Habana era abiertamente un centro de disputa imperial entre las principales potencias de la época.

Además de fortificada, era una ciudad embellecida, capital desde 1563 de la mayor de las Antillas, referida en no pocas ocasiones como la llave del Golfo (de México), y una de las más importantes y florecientes desde cualquier punto de vista -económico, cultural, religioso, etc.- en el continente americano.

Algunos historiadores consideran que La Habana, a la que el rey Felipe II de España le concedió el título de ciudad en 1592, fue por ese entonces y durante mucho más tiempo no sólo la ciudad más importante de Cuba, sino también de toda América Latina.

De ahí la apetencia de Inglaterra, que pese a materializar su ocupación no pudo transformar a su antojo a la ciudad durante su breve dominio. De hecho, a mediados de 1763 los ingleses optaron por devolver La Habana a los españoles a cambio de Florida; un cambio que les convenía para consolidar su dominio en Norteamérica, pero que supuso la renuncia a la llave del Caribe y del comercio en el hemisferio occidental.

Fue tan fructífero el comercio en Cuba y su capital, que para mediados del siglo XIX la metrópoli decide construir allí su primer ferrocarril, con el objetivo de agilizar la transportación de azúcar, tabaco y otros bienes.

El ferrocarril supuso un reconocimiento de la importancia de La Habana, pionera también a lo largo de su historia, en su área geográfica, en diversos adelantos tecnológicos y de infraestructura como barcos y máquinas de vapor, alumbrado público, teléfono, climatización de grandes edificaciones, automóviles y tranvía.

El siglo XIX es calificado como la centuria de oro o el siglo dorado de La Habana. Durante sus años se erigieron la mayoría de teatros, palacetes, conventos y parques que todavía en la actualidad embellecen las calles y legitiman todos los distintivos recibidos por la ciudad a nivel mundial.

Asimismo, fue en esa época cuando, tardíamente en comparación con otras posesiones españolas en América, estallaron las guerras por la independencia de Cuba.

Tras años de lucha entre mambises (independentistas cubanos sobre las armas) y efectivos del Ejército de la Corona, La Habana y Cuba dejaron de ser una colonia española para convertirse en un protectorado de Estados Unidos, quien ya emergía como una fuerte potencia en el orden mundial y quería consolidar su supremacía sobre toda América.

Washington, con su intervención en el conflicto cubano-español, escamoteó la plena independencia cubana. La isla devino en República, pero una enormemente mediatizada por los designios de su nueva metrópoli económica y, aunque informalmente, política.

Bajo la égida estadounidense, La Habana fue evolucionando durante cerca de seis décadas hasta convertirse en el mejor destino de ocio y descanso en el Caribe. Hoteles, casinos, casas de apuestas y recintos de espectáculos y deportes fueron los principales atractivos de la ciudad, que inevitablemente devino también en centro de negocios turbios, corrupción y mafia.

Por todo ello La Habana era referida en ocasiones como la Gomorra de las Antillas. En medio de continuidades arquitectónicas y turísticas, enfrentó cambios trascendentales que supusieron continuas mezclas culturales e idiosincráticas.

El último de éstos fue el triunfo revolucionario de 1959. Supuso una conversión radical de espacios y propiedades, así como el fin del imperio del ocio, la mafia y vicios asociados.

En su etapa socialista, La Habana nunca ha renunciado a sus encantos arquitectónicos y culturales. Sin embargo, pareció quedar congelada en el tiempo, específicamente en los 50 del siglo pasado.

Tras años de precariedades económicas, hoy su centro histórico sigue luciendo hermoso, pero al interior de muchos de sus barrios se observa el impacto de carencias y falta de mantenimiento y limpieza a calles y edificaciones.

La inversión en infraestructura ha sido severamente limitada debido a la falta de recursos y liquidez, una constante en la economía socialista cubana, sobre todo tras la desaparición en los 90 de la Unión Soviética y las llamadas democracias populares de Europa del Este.

Coyuntura tras coyuntura

Consolidada la revolución cubana, La Habana mantuvo intacto su esplendor por muchos años, gracias a una economía que, aunque centralizada y planificada, era mayormente suficiente para sus necesidades principales por la abundante ayuda de los socios socialistas de Cuba.

Sin embargo, tras el desplome comunista, Cuba quedó a merced de su capacidad y suerte, como esa isla rebelde que nunca está dispuesta a aceptar imposiciones, aún cuando su principal agresor, Estados Unidos, arrecia en sus políticas hostiles y de asfixia.

La crisis económica que vivió Cuba a partir de ese entonces no parece tener fin. Ha mejorado durante varios intervalos, según los aires políticos que soplen en el continente y las flexibilizaciones que su Gobierno está dispuesto a conceder a la iniciativa privada y la libertad individual, pero como norma se mantiene enfrentando coyuntura crítica tras coyuntura.

De hecho, desde hace más de dos meses la isla enfrenta una nueva crisis por la carencia de combustible y divisas, pese a la cual los 500 años de la capital no han pasado desapercibidos y están siendo celebrados por todo lo alto.

Sin importar cuánto “se apriete la cosa”, como suelen decir los habaneros y cubanos en general, siempre hay momentos y motivos para celebrar que se está vivo y en una ciudad mágica y excepcional, donde para estar de fiesta no se necesita más que familia y amigos.

La música, el ron, el buen carácter y la idiosincrasia son activos innatos de la ciudad, que no cree en coyunturas de ninguna índole, aunque haya fachadas y edificios derruidos, sin todo el color material que al observador le gustaría contemplar.

Distintivos especiales. La fiesta continua

Además de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el centro histórico de La Habana fue declarado Monumento Nacional en 1976 por el gobierno cubano.

En diciembre del 2014, la ciudad fue incluida entre las Siete Ciudades Maravillas del Mundo Moderno. Miles de personas la definieron así por su “atractivo mítico, lo cálido y acogedor de su ambiente, y el carisma y jovialidad de sus habitantes”.

Y es que, además de historia, arquitectura y cultura, la capital cubana impacta mucho en el gusto e imaginario de quien la conoce por las peculiares costumbres y formas de socializar de su gente.

Resultado de mezclas y mestizaje, de la transculturación e influencias españolas, africanas y otras culturas concurrentes, las tradiciones y costumbres de los cubanos conforman un folklore único en el que la música, los festejos y la espontaneidad son medulares.

La Habana, y Cuba toda, es música. Basta con caminar unas pocas calles para encontrar a alguien cantando, tocando o coreando cualquier tema musical. De la misma manera sucede con los festejos. Los habaneros y los cubanos son muy sociables, por lo que nunca, sin importar la coyuntura o la escasez, faltará un “bonche” o celebración, así como tampoco la rumba, el son y la salsa.

La Habana es fiesta continua. “Es un símbolo completo y absoluto de la nación cubana”, como señala su historiador, Eusebio Leal. Aunque son innegables sus carencias y su pérdida de hegemonía económica y comercial en el área, en parte por la política de bloqueo de Estados Unidos hacia la mayor de las Antillas, así como por las características restrictivas del sistema político cubano, en su quinto centenario es de notar que sigue y presumiblemente seguirá siendo una ciudad excepcional.

Este sábado llega a su medio milenio de existencia y magia. Un devenir que ha afrontado entre cambios trascendentales y severas coyunturas económicas y políticas, pero en el que nunca ha perdido sus valores y mayores atractivos, para posicionarse como esa perla que todos quieren tener, conocer o vivir.

Notimex

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