“Hoy, el escribidor se atreve a publicar fragmentos de una especie de diario de duelo que ha escrito y reescrito a lo largo de más de tres años y medio; un escrito íntimo…”
POR GERARDO GALARZA
Los mexicanos (el escribidor ignora si otros también) creemos en la luz como la representación de la vida.
La luz del sol anuncia el día; la luz de la luna o, bien dicho, la luz reflejada en la luna anuncia la noche.
Sin luz, aunque sea nocturna, no hay vida.
La luz es como el agua.
Una, se escapa entre los ojos; la otra, entre las manos.
Junto con el aire, que respiramos; el fuego de la necesaria purificación, y la tierra como ancla, es nuestra vida.
La luz es la unión entre la vida y la muerte humanas.
Los mexicanos encienden luces a lo largo de su vida, siempre como símbolo de vida, de esperanza: en el bautizo, en la primera comunión, en la confirmación, en el matrimonio, en la extrema unción y a la hora la muerte.
Hay quienes buscan que cada una de esas velas porten la luz del compromiso y también de la esperanza y guardan y atesoran (aunque se pierdan en los clósets y roperos), cada una de ellas, pero que el escribidor sepa, ninguno de los cuatro cirios que velan cada uno de los vértices del cajón último.
Porque la luz es señal, símbolo de vida, incluida la eterna. A veces, el único asidero o, mejor, la última esperanza, la creencia, la fe.
Cuando a la Sonia Elizabet Morales se le ocurrió morirse, el escribidor vagó y se perdió en la oscuridad de la muerte.
La buscó por todos los rincones caseros y ajenos… sólo encontró silencio y soledad; oscuridad, pues.
Entonces se le ocurrió pedirle a la ausente una muestra, un signo de su presencia.
Le pidió una señal a quien se había negado a estar en los sueños, inclusive, pese a que sus amigas y familiares le contaban que la habían soñado…
Hoy, el escribidor se atreve a publicar fragmentos de una especie de diario de duelo que ha escrito y reescrito a lo largo de más de tres años y medio; un escrito íntimo.
Ya se sabe que quienes escriben lo hacen para que los lean, incluso los diarios íntimos.
Del mío es lo que sigue:
“Ya lo escribí arriba: encendí una veladora por tu sexto aniversario mensual.
“Creo en la luz eterna; sé que tú también.
“La veladora que encendí en la mañana reventó a media tarde. La sustituí por una vela en uno de los candeleros que alguna vez compramos en Santa Clara del Cobre, Michoacán.
“Buscaba más documentos para el notario y escuchaba música y recordé, gracias a Eric Clapton, que en el cielo no hay lágrimas; así que tú no puedes llorar. Entonces, llorar es exclusivo para quienes estamos acá, según los cánones de quienes decimos estar vivos.
“Desde que te fuiste te he pedido que no me dejes, que tengas la compasión de un signo, una señal de que estás conmigo. Te he sugerido que aprietes una tecla de tu piano –ése que te empeñaste en comprar porque habías perdido el tuyo con tu familia–, para que yo escuche su sonido y saber que tú estás ahí. Sólo una tecla, sólo un sonido, una nota. Nunca lo has hecho y me prometí seguir esperando.
“Hoy, sin embargo, el cabo de la vela que estaba en el candelero de cobre sobre el piano, frente a tu fotografía que ahí mantengo desde que te fuiste y que estuvo sobre tu ataúd, comenzó a prenderse y apagarse por sí solo.
“Eran las 23:57, lo ví en el reloj del celular. A las 00:00 horas exactas, aquella luz dejó de parpadear, se apagó, y entonces tuve la sensación que estabas ahí. Temblando, te hablé y el fuego de la vela volvió a crepitar y se encendió. Volví a temblar, sin ya poder decir nada.
”¡Quiero creer que escogiste la flama de una vela en lugar del sonido de una tecla!
“Ya pasaron seis meses.
“Ahora, cuenta tú. ¿Cómo te va? ¿El cielo es lo que esperabas? ¿Te gusta? ¿Tu nombre es el mismo? ¿La H que acá le agregaban a tu Elizabet, la evitan o sigues allá con la misma bronca? ¿Has encontrado a alguien conocido? Creo, sé que tu, nuestra, abuela Carmen está contigo. ¿Has encontrado a tu hermano Javier? ¿Y a tu papá y a tu mamá? ¿A tus suegros? ¿A algún amigo? ¿Te acuerdas de mí, de nosotros?
“ Estoy seguro de que has encontrado la paz.
“¿Me reconocerías si te viera en el cielo? Yo sí. Estoy seguro: cuando cayera, llegarías para levantarme y exigirme seguir adelante.
“No es fácil seguir aquí, adelante, sin ti.
“Cómo olvidar que volabas”.
***
¡Cómo olvidar la flama, el fuego, la luz, tu luz!
…cada día 13 de cada mes, de cada año, de cada vida, mientras viva, encenderé esa vela tuya, mía.
***
¡Que la luz de la Navidad nos ilumine a todos!
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