Es Ana Valencia, egresada de la Facultad de Psicología, quien ha dejado este ejemplo a la humanidad
En promedio, cada tramo cargaba entre cuatro y cinco días alimentos y tenía que racionarlos.
STAFF / LIBRE EN EL SUR
Ana Valencia duró más de cinco meses en caminar la Cresta del Pacífico de más de cuatro mil kilómetros, que comprende la frontera de México a la frontera con Canadá, dentro de Estados Unidos, a través de las montañas. Buscó regresar al origen para conservar al planeta.
Sin generar un solo gramo de basura, emprendió la travesía el 18 de abril de 2021 por el Pacific Crest Trail (que atraviesa California, Oregón y Washington). “Cuando empecé me di cuenta que había mucha basura involucrada, muchas cosas de un solo uso y entonces decidí hacerlo de esta forma. Fue peligroso, a veces, estar a merced de la naturaleza, de las tormentas eléctricas, de los ríos”, relató en entrevista.
Al investigar sobre el viaje, se percató que nadie lo hacía sin producir basura. “Me dije: también es mi responsabilidad comunicar de la mejor manera posible que esto es factible y que no siempre va a ser perfecto, pero intentarlo es muy valioso”.
Y continuó: “Tengo la sensación de que si tanto amamos a la naturaleza y muchas personas salen a hacer este camino, también tenemos la obligación de cuidarla. Al final de cuentas somos parte de ella y lo que hacemos tiene impacto; nosotros decidimos si va a ser positivo o negativo”.
Durante su recorrido se encontró con numerosas personas con las mismas preocupaciones. Al principio le decían: “es que pensábamos que era imposible”. Sin embargo, al ver la forma como yo lo hacía les inspiraba. Es como un efecto dominó, porque hay quienes tenían esta idea, pero les pasó como a mí, que al investigar vieron que nadie lo estaba haciendo”.
Al principio escribió en su diario de viaje, pero conforme avanzaba en su trayecto las adversidades se lo impidieron. De esos registros recuerda lo que anotó en el día 44:
“Kilómetro 1042. Comenzó siendo un día difícil, caluroso, con poca agua y poco viento. Mi plan era sólo caminar 30 kilómetros, o tal vez un poco más, y acampar cerca de un riachuelo que se veía en el mapa. Llené mis botellas con tres litros de agua. Al inicio del día y comencé la larga y calurosa subida. Me sentía cansada, hambrienta y con poca energía. Descansaba en las sombras de vez en cuando hasta que por fin llegué al prometido riachuelo, que en realidad era una tubería donde salían algunas gotas, una o dos por segundo. No había suficiente como para acampar ahí.
“Mi siguiente fuente de agua estaba a dos kilómetros y medio. Llené un litro y me lo tomé. Llegaron otros tres caminantes con la esperanza de encontrar agua, aceptando la derrota; cada quien recolectó lo que pudo de un charco con una bolsa de jugo cortada que uno de ellos traía. Me puse de nuevo la mochila y comencé a caminar. Pasaban las cuatro y media de la tarde, tenía tiempo”.
Al reto mental y físico, Ana Valencia agregó el de la basura, porque comúnmente quienes recorren el Camino de la Cresta del Pacífico no se preocupan por su producción, llevan plástico y luego lo desechan. Diseñó una logística de comprar a granel, usar bolsas compostables y mandarlas a las oficinas postales de los pueblos por los que pasaba.
Ana Valencia también recuerda otro pasaje importante: los días de tormenta eléctrica. Eran mentalmente difíciles. “No duermes bien, hace frío y está lloviendo; te preocupas porque no se te meta la lluvia a la tienda, que no se moje tu sleeping”.
Rememoró el día 62 en el kilómetro 1378. “Me despierta una tormenta eléctrica a las dos de la mañana. Temí por mi vida. No entraré en detalles ahora. El resto del día caminé y caminé en estado de shock, casi toda la mañana. Fue un día largo, caluroso y difícil que terminó en un campamento infestado de mosquitos. Una caminante que conocí ese día armó una fogata y eso nos permitió estar afuera un rato”.
Ahora platica: “Todo lo que necesitas lo tienes que cargar, se vuelve un balance entre peso y conveniencia. Cada cuatro o cinco días llegaba a un pueblo y conseguía más comida; en promedio, cada tramo cargaba entre cuatro y cinco días alimentos y tenía que racionarlos. En ocasiones ya no quería caminar, porque estaba muy cansada o había tenido una experiencia fuerte en la caminata anterior. Quería descansar y no podía porque me quedaba sin comida. Eso fue lo más difícil, la parte mental, cuando estás físicamente exhausto y no puedes detenerte porque tienes que llegar a algún lugar o seguirte moviendo”.
Ana Valencia terminó su viaje el 3 de octubre de 2021.
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