Libre en el Sur

Marcha por la paz: Crónica de un anónimo

Por motivos de fuerza mayor me vi impedido de asistir a la marcha por la paz, encabezada por el poeta y periodista Javier Sicilia, a quien le extiendo todo mi afecto y solidaridad por la muerte de su hijo en manos de cavernícolas criminales. Empero, mis ojos, mis sentidos, mis sentimientos estuvieron ahí en la persona de un fraternal amigo que me hizo llegar sus impresiones. Aprovecho éste generoso espacio para dar el testimonio de quien prefiere mantenerse en el anonimato, pues teme represalias.
Al igual que la primera marcha por la paz a la cual asistimos, la gente llegó temprano y en su mayoría, vestidos de blanco. Al frente de la marcha iba caminando con la bandera nacional, un hermano de los muertos de la familia Lebarón, de allá de Chihuahua, y unos metros atrás, el Poeta y escritor Javier Sicilia con un pequeño grupo que lo resguardaba porque era mucha la gente que quería hablar con el.
La marcha salió temprano de Ciudad Universitaria, en donde previamente ya habían ido personajes como Isabel Miranda de Wallace y otros, supongo que a solidarizarse con Javier en esta marcha por la paz a la cual el convocó.Empezó la marcha a las ocho de la mañana con poco más de mil personas, tomamos avenida universidad hasta río Churubusco y de ahí, a División del Norte para tomar todo el Eje Central hasta Madero y entrar al zócalo. Quiero decirte que, desde que salímos, en cada esquina se sumaban pequeños grupos a la marcha, haciendo cada vez más grande el contingente de tal forma que cuando llegamos por la lateral del río Churubusco hasta División del Norte, ya ocupaba como diez calles la manifestación, ahí doblamos hacia el eje central y se detuvo la marcha para descansar unos minutos y reorganizarse, había cantidad de mantas pero no de protesta, sino con fotos de personas secuestradas y asesinadas, o desaparecidas, todas tenían nombre y apellido, y sus familiares o deudos llevaban su manta y su dolor a cuestas. No había gritos ni consignas partidistas, no convocaba ningún partido político, no había colores, solo un profundo dolor y un hartazgo sin límite.

Conforme avanzábamos sobre el Eje Central, se iba sumando más y mas gente a la marcha y los vecinos que vivían por donde pasábamos, aplaudían en un gesto de aprobación, y muchos, muchos de ellos, regalaban lo que podían a los manifestantes, manzanas, naranjas, botellas de agua, tortas, paquetitos de galletas, etc. Era muy emocionante ver las muestras de solidaridad de las familias a nuestro paso, y así, cuando llegamos a Viaducto, desde la parte alta de esta calle, miré hacia atrás de la marcha, y, sorpresa, la cola llegaba hasta donde llegaba la vista, y para adelante, ya estaba lleno todo el eje central hasta la Alameda con otros contingentes que venían de todos los estados de la república y se unían a la manifestación. Aquí, de plano, se me hizo un nudo en la garganta, era por demás emocionante, miles y miles de personas llenaban todo el eje central de norte a sur. Toda esta gente harta de tanta inseguridad, de tanta violencia, de tanta sangre, se volcaba a las calles a manifestar su descontento y su dolor, y así, paso a paso, cuando llegamos al zócalo ya había diversas agrupaciones y familias que, en relatos desgarradores, contaban frente a todos, las barbaridades que vivieron, las vejaciones de que fueron objeto, tanto por los delincuentes, como por las autoridades.
Estaba el Padre Solalinde, de Chiapas, con un numeroso grupo de centroamericanos, estaba la familia de Maricela, la que mataron en Chihuahua por protestar por la muerte de su hija, estaba el doctor Garza, cuyo hijo fué muerto recientemente, y, a cada relato, el corazón más y más se me estrujaba y el alma se caía al piso. Tal vez te preguntes qué me motivó a ir a esta marcha y la primera respuesta que te puedo dar es que por mis hijos. Y por los hijos de mis hermanos, por los hijos de mis amigos y por todos los jóvenes y los niños de nuestro país, que no merecen este México de ahora, ahogado en una corrupción insultante, en una cínica impunidad y en una violencia sin medida.
En este punto, me pongo a reflexionar en aquella frase multicitada que dice: “El pueblo tiene el gobierno que se merece”. Permíteme disentir de esta frase. No la creo acertada ni real. El México que yo ví ayer en las calles no se merece esta clase de gobernantes farsantes, cínicos, mentirosos, corruptos, ladrones, ineptos, amorales, y como tienen el fuero, la fuerza del Estado, y la riqueza producto de sus raterías, entonces, coludidos con el crimen organizado, solapan verdaderas orgías de sangre, como las de San Fernando, o las de Durango, donde, con el poder de las armas, armas que la población no tiene, porque el Estado no lo permite pero sí tolera a los delincuentes, los mataron estos uno por uno, de un balazo en la cabeza, a 68 centroamericanos que ya tenían secuestrados, atados de pies y manos y con los ojos tapados con cinta canela. Esto que te digo no lo invento yo, lo dijo un sobreviviente de esta masacre al que ya habían dado por muerto.
Entonces, retomando la idea, mas bien, el que tiene el poder, el dinero y las armas, sojuzga a los demás al precio que sea y como sea. Y un animal como estos con un AK-47 en la mano, es capaz de matar cientos. Y esto vienen haciendo los que ostentan el poder desde hace ya no sé cuantos años.No tengo la menor idea de como poder cambiar esto, pero si sé que, de no cambiar nuestra realidad actual como país, el futuro, el futuro de nuestras familias, el futuro de nuestros hijos, y de nuestra sociedad como tal, estará condenada a un infierno inimaginable, como muchos países de África y de medio oriente, por citar algunos.














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