“Recurro al poema convertido en canción ‘Te quiero’ de Benedetti, porque el uruguayo describe en él al país en el que me gustaría vivir”.
POR PATRICIA VEGA
A María Teresa Salcedo Ortega, In memoriam
Me invitaron mis queridos amigos y colegas, los dos Pacos, a imaginar el país en el que me gustaría vivir. Atrapé el reto apenas fue lanzado, al vuelo, y sin considerar las dificultades que me esperaban. En estos tiempos en que me he vuelto muy olvidadiza, también olvidé que ignoré la acertada recomendación que un día me hizo don Luis Cardoza y Aragón, ese entrañable poeta y ensayista guatemalteco, avecindado en nuestro país hasta su muere en 1992.
Con su característica voz dulce y cantarina, don Luis me advirtió: “si quieres ser escritora, ¡no más de diez años de periodismo! Pues el rigor testimonial al que te someterá tu profesión matará esa capacidad de imaginación que requiere la literatura. Serás buena para describir, pero no para inventar”.
No le hice caso –llevo cuarenta años cultivando el oficio de contar historias de la manera más apegada a la realidad que me ha sido posible–. Sufro las consecuencias de mi desobediencia y mi imaginación termina aplastada por la realidad en esa cotidiana escritura de lo que veo y oigo. Es por eso que la mayoría de mis textos nacen de experiencias reales y cercanas.
Empiezo, pues. Por haber nacido en 1957 pertenezco a la generación de los llamados baby boomers. Una generación a la que le tocó ser protagonista o testigo –para bien y para mal– de los cambios políticos, sociales, culturales y tecnológicos más importantes de la segunda mitad del siglo XX.
Supe del asesinato de John F. Kennedy y el del Doctor Martin Luther King; del impacto del emblemático año de 1968 en la juventud occidental; vi, a través de la televisión, la llegada del hombre a la Luna en 1969. Después descubrí que el movimiento de liberación de la mujer terminaría por influir en mi vida de manera definitiva. Soñé con ser hippie, pero como no tenía la edad para andar en esos vericuetos me tuve que resignar con seguir el paso de la contracultura desde la comodidad del sillón de mi casa, bajo la tutela de una madre inteligente y sensible, siempre abierta a mis descubrimientos personales.
En cuanto tuve las herramientas y la oportunidad, hice de la contracultura uno de mis temas periodísticos favoritos y dese esa óptica aprendí a mirar el mundo y a soñar con su transformación. Un ejemplo será suficiente para sintetizar mi desilusión ante tanto fracaso, lo que me impide imaginar los “avances” civilizatorios que me gustaría vivir y disfrutar.
En 1959 era muy pequeña para entender el triunfo de la Revolución cubana, pero 20 años después, en 1979, me tocó seguir en vivo, a través de la prensa, el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza, en Nicaragua, que fue antecedido por un terremoto físico que ocurrió en 1972 y que destruyó gran parte de la ciudad de Managua, capital de ese país. Casi a finales de esa década yo era testigo del terremoto revolucionario y vi a varias de mis amigas y colegas partir alegres, esperanzadas y solidarias para participar en las campañas de alfabetización y programas de corte social que iniciaron con el triunfo de los sandinistas (en particular recuerdo con enorme admiración a Rosa María Roffiel con su libro testimonial ¡Ay Nicaragua, Nicaragüita! y a Gabriela Cano por sus incursiones –para contribuir con la causa– en el entonces llamado turismo revolucionario).
Después, en 1983, realicé la cobertura informativa para Radio UNAM, del 2º. Festival Internacional de Poesía, convocado por el poeta michoacano Homero Aridjis. Ahí, en Morelia, la capital Michoacán, escuché a los combatientes revolucionarios sandinistas leer en voz alta su poesía: Gioconda Belli, Ernesto Cardenal, Daisy Zamora, Claribel Alegría… Si mal no recuerdo, portaban sus uniformes verde olivo y, obnubilada, consideré un privilegio conocer personalmente a algunos personajes protagónicos de la Revolución hecha por los poetas, la nicaragüense.
Durante los años siguientes, ya como reportera cultural de La Jornada, escribí crónicas, reportajes y entrevistas sobre los logros del sandinismo en Nicaragua hasta que llegó el fin de ese sueño libertario y el inicio de la pesadilla dictatorial en la que aún hoy viven los nicaragüenses.
Entre muchas cosas más, fui testigo de las maniobras censoras emprendidas para destituir y despedir al antropólogo y sociólogo marxista, Roger Bartra, de su cargo como director del suplemento “La Jornada Semanal”. El motivo de su remoción fue autorizar la publicación de un texto crítico, muy crítico, del sandinismo que escribió el periodista catalán Joaquín Ibarz, quien bajo el título de la “La piñata sandinista” convirtió sus palabras en un filoso escalpelo para diseccionar con precisión las desviaciones de lo que, en sus inicios, fue una revolución ejemplar. Ese texto vio la luz antes del del arribo a la presidencia de Nicaragua del excomandante sandinista Daniel Ortega, de quien hoy se afirma que ha superado con creces las vilezas del dictador Anastasio Somoza contra el que el propio Ortega luchó en los años iniciales de la Revolución nicaragüense. ¿Ven el por qué me he vuelto una escéptica sin remedio?
Saco un as bajo la manga. En un lejano 1989 escribí sobre el apoteósico e inolvidable recital poético del escritor uruguayo Mario Benedetti en El Palacio de Bellas Artes. Su presencia convocó a miles de admiradores que no cupieron en la sala principal del recinto, como si se tratara de un concierto de rock en un estadio. Esa crónica mereció anuncio en la primera plana de La Jornada. Ante mi falta de imaginación para cumplir con la encomienda que señalé al principio de este texto, recurro al poema convertido en canción “Te quiero” de Benedetti, porque el uruguayo describe en él al país en el que me gustaría vivir:
Tus manos son mi caricia/ mis acordes cotidianos/ te quiero porque tus manos/ trabajan por la justicia// si te quiero es porque sos/ mi amor mi cómplice y todo/ y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos// tus ojos son mi conjuro/ contra la mala jornada/ te quiero por tu mirada/ que mira y siembra futuro// tu boca que es tuya y mía/ tu boca no se equivoca/ te quiero porque tu boca/sabe gritar rebeldía// si te quiero es porque sos/ mi amor mi cómplice y todo/ y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos/ y por tu rostro sincero/ y tu paso vagabundo/ y tu llanto por el mundo/ porque sos pueblo te quiero// y porque amor no es aureola/ni cándida moraleja y porque somos pareja/ que sabe que no está sola// te quiero en mi paraíso/ es decir que en mi país// la gente viva feliz/ aunque no tenga permiso// si te quiero es porque sos/ mi amor mi cómplice y todo//
y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos.
Retomo la voz para resumir que me gustaría vivir en un país en el que ser y pensar de manera diferente a como lo hace la mayoría de las personas no sea motivo de castigo, censura, desplazamieto forzado o hasta el asesinato. Me gustaría invenatar un país en el que se respete la libertad de expresión, entre muchas otras.
Al escribir estas líneas pienso particularmente en quienes integran la red Periodistas de a pie. Ellas y ellos saben quienes son. Valoro, admiro y agradezco su trabajo. Por mi parte, declaro mi falta de competencia para abordar los temas a los que ese colectivo dedica sus destrezas periodísticas, mente y corazón.
Honro con estas líneas a quienes han pagado con su vida el atrevimiento de ser críticos: a cada uno de los 58 periodistas asesinados en México entre 2018 y 2024, según datos de el Mecanismo de Protección para Defensores de Derechos Humanos y Periodistas.
Ahora, guardo silencio de manera voluntaria.
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