Los Juegos Olímpicos de París en 1900 marcaron un hito al permitir la participación de mujeres por primera vez, aunque de manera limitada y en disciplinas consideradas ‘acordes a la naturaleza femenina’.
POR MELISSA GARCÍA MERAZ*
Un estudio clásico preguntó a madres y padres de recién nacidos cómo percibían a sus bebés. Los bebés varones fueron descritos como fuertes, activos, enérgicos, independientes y asertivos, mientras que las bebés femeninas fueron vistas como delicadas, lindas, suaves, dóciles, afectuosas, emocionales y fáciles de cuidar (Rubin et al., 1974). Este aparentemente sencillo experimento demostró que las percepciones de género están presentes desde el nacimiento y pueden influir en la manera en que los padres visualizan y crían a sus hijos e hijas. Por otro lado, Williams y Best (1990) mostraron que, de forma generalizada, las personas tienden a ver a los hombres como más dominantes, enérgicos y agresivos.
Además, estudios globales han demostrado que los hombres valoran más el poder y el logro que las mujeres, lo que contribuye a que ellos ocupen más posiciones de liderazgo (Schwartz & Rubel, 2005; Pratto, 1996).
Dado este contexto del siglo XX, no sorprende saber que, en las primeras Olimpiadas modernas, las mujeres no participaron. Desde su primera edición en Atenas en 1896, con apenas 241 competidores de 14 países en nueve deportes, hasta la próxima cita en París 2024, el evento ha evolucionado de manera significativa. Los Juegos Olímpicos de París en 1900 marcaron un hito al permitir la participación de mujeres por primera vez, aunque de manera limitada y en disciplinas consideradas “acordes a la naturaleza femenina”, como el golf y el tenis. Este hecho refleja las percepciones y restricciones de género de la época, las cuales han sido objeto de un largo proceso de cuestionamiento y cambio.
A pesar de las “cualidades” que se han asumido como parte del espectro femenino en contraposición con el masculino, lo cierto es que los patrones están cambiando y las diferencias de género están disminuyendo en muchas sociedades industrializadas. Las mujeres ocupan cada vez más posiciones de liderazgo transformador y relacional, demostrando que existen diferentes formas de ejercer el liderazgo. Y no solo eso, sino que bajo patrones de competencia, las mujeres están demostrando su valía en el deporte.
Soraya Jiménez, la primera mujer mexicana en ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000, es un ejemplo de cómo las mujeres han desafiado y superado las expectativas y limitaciones impuestas por la sociedad. Desde los 16 años, Soraya se destacó en la halterofilia, rompiendo récords y demostrando que las mujeres pueden competir y triunfar en deportes tradicionalmente dominados por hombres.
Su logro no solo marcó un hito en la historia del deporte mexicano, sino que también sirvió como inspiración para futuras generaciones de atletas femeninas. Lamentablemente, Soraya enfrentó problemas de salud y falta de apoyo económico que llevaron a su retiro prematuro del deporte y, eventualmente, a su fallecimiento. Su historia es un recordatorio de los desafíos que las mujeres aún enfrentan en el deporte y la necesidad de un mayor apoyo y reconocimiento.
De acuerdo con la información del diario Récord, en los Juegos Olímpicos de París 2024, más de la mitad de los 109 atletas mexicanos que competirán en 27 de las 32 disciplinas serán mujeres (constituyendo el 58% de la delegación mexicana), participando tanto en pruebas individuales como por equipos, un hecho nunca antes visto en la historia del deporte nacional. Entre las atletas mexicanas se encuentran las ya medallistas Alejandra Orozco (clavados) y Alejandra Valencia (tiro con arco). Alexa Moreno, quién en el pasado enfrentó críticas por “supuestamente no cumplir con los canones más altos de estereotipos femeninos y atléticos”. Contrario al pasado, Alexa hoy tiene el apoyo de todos los mexicanos demostrando que tiene todos los atributos femeninos para la competición: fortaleza, dedicación, perseverancia y capacidad entre muchos otros. Este avance es un testimonio del creciente reconocimiento y apoyo a las mujeres en el deporte y una señal esperanzadora de que las barreras de género continúan derrumbándose.
Las Olimpiadas representan no solo una competencia deportiva, sino también una plataforma para desafiar y cambiar las percepciones de género. Una justa donde no solo se compiten con otras naciones, sino con las marcas personales de cada atleta, y, al parecer, con las barreras sociales, culturales y estructurales de cada nación. La pregunta que surge es: ¿cómo podemos reforzar, como sociedad, la participación femenina? Los programas de apoyo, la crianza y la educación de niñas, adolescentes y mujeres deben tener en cuenta estos patrones. Se deben seguir desafiando y cuestionando fuertemente los patrones y estereotipos tradicionales de género. Todos, independientemente del sexo, género o identidad, somos capaces de tener características deseables para un atleta: fuerte, capaz, decidida, tenaz y perseverante y, sobre todo, resiliente. Estas características deben resonar desde el nacimiento de cualquier bebé y, en especial y ante la posible falta, de las niñas.
A medida que nos acercamos a los Juegos Olímpicos de París 2024, recordemos que cada atleta, sin importar su género, tiene el potencial de cambiar la historia y desafiar las expectativas sociales. Para que muchas de ellas lleguen, debemos cambiar como hemos encasillado a los géneros. En última instancia, la verdadera victoria será aquella en la que todos los atletas, hombres y mujeres, compitan en igualdad de condiciones y sean reconocidos por sus méritos y logros, más allá de los estereotipos de género.
*Universidad Nacional Autónoma de México.
comentarios