“Todo aquello que cae en el rubro de la llamada ‘nueva normalidad’ apesta. Y la ‘nueva normalidad’ musical no es la excepción. Basta con preguntar a los miles de músicos que se han quedado en silencio, sin trabajo, sin público…”
POR JUAN ARTURO BRENNAN
Y dijeron las voces catastrofistas: “Llegó el virus y se acabó la música”. No, se equivocan, no es para tanto. La música está ahí, y estará ahí cuando ya no estemos, ni nosotros ni el virus. Lo que se detuvo (que no se acabó, Inshallah) fue la actividad musical pública. Las consecuencias han sido devastadoras en muchos sentidos, tanto en el ámbito de lo público como en el de lo privado.
En lo personal, recuerdo con particular claridad el último concierto al que asistí antes de que nos condenaran al encierro, y a cierta forma perversa de silencio musical. Y lo recordaré con una extraña mezcla de sentimientos encontrados, porque no sólo escuché ese concierto, sino que participé en él. Los días 6 y 8 de marzo de 2020 (último fin de semana de actividades musicales pre-virus) la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección de José Luis Castillo, ofreció un concierto especial con algunas obras de música clásica que fueron magistralmente utilizadas por Stanley Kubrick (1928-1999) en sus películas. (Ya circulaba ese fin de semana la certeza de la infección, y la probabilidad de la cuarentena).
El concierto incluyó la proyección simultánea de algunos montajes de imágenes de diversos filmes, realizados especialmente para la ocasión. La idea general, el hilo conductor y la continuidad fílmico-musical del programa requerían un narrador: ése fui yo. Unos años antes, en 2017, con motivo de la notable exposición sobre Kubrick montada en la Cineteca Nacional, José Luis Castillo, la OSN y yo habíamos realizado una primera versión del proyecto; la combinación del repertorio con las imágenes kubrickianas y el experto trabajo de José Luis en la sincronización de la música en vivo con las imágenes resultó un éxito total, que nos movió a planear y realizar una segunda entrega, con repertorio nuevo y videos nuevos.
Como la primera vez, este Kubrick reloaded fue un éxito completo. Apenas terminado el concierto del domingo, reunidos en su camerino en Bellas Artes, José Luis y yo, encarrerados, ya estábamos tramando algunos otros proyectos análogos relativos a la música en el cine y, más interesante aún, a la música de cine, con algunas ideas francamente delirantes; pero el ambiente ya era de incertidumbre. Fue la última vez que hablamos del tema: el fin de semana siguiente, se cancelaron todas las actividades de música de concierto, y así estamos desde entonces.
Lo que siguió para quienes somos melófilos, melómanos o melópatas (escoja su clasificación, amable lector) se convirtió en una rutina que hoy ya es bien conocida: hurgar y explorar en la insondable www en busca de videos musicales de todo tipo, que a la postre han resultado ser un paliativo menor, incompleto, para el triste estado de amusia en el que nos encontramos. El protocolo ha sido casi invariable: buscar, hallar, conectar, mirar/escuchar, recomendar (o no), intercambiar puntos de vista con otros locos musicales, buscar más, y más, y más.
No dudo en afirmar que navegar la red en busca de música se ha convertido en una adicción, a veces a pesar nuestro, a veces con nuestra anuencia y complicidad plenas. La oferta es vasta, variada y numerosa, aunque de calidad desigual. Además de los innumerables videos musicales sueltos que flotan en esta o aquella red, están los sitios oficiales de algunas de las instituciones más prestigiosas del mundo. Y es aquí donde empiezan los problemas.
Si bien es cierto que muchos de estos sitios abrieron sus redes para ofrecer gratuitamente sus músicas durante la pandemia (y tarde o temprano volverán a cobrar, so pena de no sobrevivir), muchos otros son de paga. El dilema es claro: no hay bolsillo que resista (y menos en situación de subempleo y desempleo pandémico) pagar por una lista más o menos larga de suscripciones. Food for thought, como dirían los británicos.
En los meses de encierro, tanto la Orquesta Filarmónica de Berlín como la Ópera Metropolitana de Nueva York, cuyos sitios digitales son ejemplares, abrieron sus canales de manera gratuita, lo que ha significado una oferta musical y operística de gran variedad y muy alta calidad.
Mientras escribo estas líneas, la filarmónica berlinesa ha iniciado su temporada 2020-2021 con conciertos formales y la presencia de un público reducido (¡qué envidia!), después de haber realizado una mini-serie de conciertos de cámara sin público, transmitidos en vivo por su ya famoso Digital Concert Hall; verlos y escucharlos ha sido un bálsamo para el espíritu. Otros buenos sitios, como medici.tv, han seguido siendo de paga, aunque ofrecieron descuentos en el precio de sus suscripciones.
Navegar por la red en busca de música se ha convertido en una adicción, a veces a pesar nuestro, a veces con nuestra anuencia y complicidad plenas.
Algunas instituciones musicales notables, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt entre ellas, han subido a YouTube una buena cantidad de materiales de concierto de primera, con repertorios en los que hay un poco de todo y para todos los gustos.
Y sí, entre marzo y septiembre de 2020 he visto, entre muchas otras cosas, una veintena de óperas del Met, así como una cantidad ingente de conciertos desde Berlín, entre los cuales hice audiciones sistemáticas de todas las sinfonías de Anton Bruckner (1824-1896) y de Jean Sibelius (1865-1957).Todo ello muy disfrutable, sí, pero lo que ha quedado finalmente es una extraña desazón.
No quiero acostumbrarme a pasar horas infinitas aplastado en la silla de mi estudio frente a la pantalla, a la cual ya dedico horas suficientes de trabajo. No quiero olvidar esa sensación única que es la música en vivo, compartida con una de las dos únicas multitudes que tolero (la otra es la de un estadio de fútbol). No quiero que las sabrosas polémicas post-concierto se reduzcan a un mezquino intercambio de mensajes por WhatsApp.
En fin, que no quiero… y tampoco quiero escuchar a las voces comodinas que afirman que esta forma de interacción musical es suficiente, e incluso mejor, que la tradicional; en general, todo aquello que cae en el rubro de la llamada “nueva normalidad” apesta. La “nueva normalidad” musical no es la excepción. Basta con preguntar a los miles y miles de músicos que en todo el mundo se han quedado en silencio, sin trabajo, sin público, sin perspectivas. A ellos, la pandemia no les ha caído como anillo al dedo, ni mucho menos. A nosotros, tampoco.
Juan Arturo Brennan es el primer egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica (febrero, 1979), donde estudió realización y fotografía de cine. En 1980 obtuvo un Ariel y una Diosa de Plata por su trabajo en el guión de la película El año de la peste, escrito en colaboración con Gabriel García Márquez. Comenzó su labor como periodista musical en 1978, y desde entonces ha colaborado en numerosas publicaciones culturales.
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