Libre en el Sur

Mi nación imaginaria

“La profesión de periodista me ha permitido visitar muchos países muy diferentes a México. Ciudades como Viena, Roma, Londres, París, Madrid, Chicago, Nueva York han dejado huellas imborrables en mi vida, pero también el anhelo de que México pueda ser así”.

POR LETICIA ROBLES DE LA ROSA

Viajar es una oportunidad para conocer, para aprender, para confirmar que un lugar mejor es posible o para darse cuenta que los errores de la humanidad dejan consecuencias lamentables en las sociedades.

A la pregunta de cómo sería un país ideal, el recuerdo de mis viajes me permite esclarecer mis ideas para imaginar esa nación que puede ser México, aunque me queda claro que mi idea no necesariamente es compartida por mucha gente.

Por ejemplo, a mi parecer fue muy importante que hace 10 años se concretaran reformas que permitían a México ser un país con potencial elevado en el mercado internacional energético; que se crearan organismos autónomos para regular las decisiones del Poder Ejecutivo para garantizar competencia económica, para que las concesiones en telecomuniacciones no respondieran a los caprichos del gobierno en turno; que la educación no fuera un botín de sindicatos que suspenden labores porque buscan que les den más y más y más dinero y prestaciones.

¿Por qué me parece que era un camino correcto?

Hace unos meses, en un artículo de opinión de Excélsior, relaté que en octubre del 2013 tuve la gran oportunidad de conocer Corea del Sur, una nación de la que leí mucho en los novena, porque es uno de los cuatro tigres asiáticos: Taiwan, Corea del Sur, Singapur y Hong Kong, que sorprendieron al mundo por el avance vertiginoso de su economía, basado en una apuesta por la educación para el desarrollo tecnológico y el impulso a empresas que tradujeron el nuevo conocimiento en avances tangibles en salud, seguridad social y, por supuesto, economía.

Corea del Sur es una nación bella, limpia, que también es conocida por sus producciones cinematográficas. Cuando la conocí, hace sólo 11 años, el mundo cantaba Gangnam Style y los coreanos estaban entusiasmados en incursionar en el mundo del espectáculo; por eso, invirtieron mucho en su escuela de cine y producción audiovisual, que conocí. Hoy todos conocemos las producciones que han marcado tendencias de audiencia en el mundo, como El Juego del Calamar, por ejemplo.

Las marcas LG y Samsung son altamente consumidas en esa nación, porque son suyas y se sienten orgullosos de haberlo logrado. Los coreanos sienten que cada uno de ellos es responsable del éxito económico que ha tenido su nación, que ya en 2013 tenía hospitales públicos altamente inteligentes; los pacientes portaban en sus smartphones sus expedientes clínicos y el pago en efectivo en las tiendas ya era poco común.

Ese mismo año también conocí Países Bajos, que en América Latina conocemos más como Holanda. La ciudad de Ámsterdam me pareció hermosa, con personas que entraban a lugares para fumar mariguana con total libertad; que recorren sus calles en bicicleta, por lo que hay muchos lugares dónde dejarlas. Incluso se pueden dejar tiradas a la mitad de la calle y nadie las toca. No se las roban.

Como tampoco hay personas que se metan sin pagar al metro, al tren o a los autobuses, aunque no existen torniquetes ni alertas de que se pasa sin pagar. Es sorprendente ver cómo cada ciudadano coloca su tarjeta electrónica de viaje para marcar su ingreso y salida del transporte público.

Relaté cómo con un amigo brasileño hicimos el experimento de dejar su equipo de fotografía en el andén del tren y vimos cómo la gente llegaba, se sentaba, se iba y jamás alguien tocó el equipo. Hasta que regresamos por él.

A finales del siglo pasado conocí Canadá y me sorprendí con la zona donde habitan las personas con menores recursos económicos. Sus casas eran mejores que muchas de clase media en México, lo que me hizo entender por qué a nivel mundial se ubicaba la extrema pobreza en familias con ingresos inferiores a un dólar al día.

La profesión de periodista me ha permitido visitar muchos países muy diferentes a México. Ciudades como Viena, Roma, Londres, París, Madrid, Chicago, Nueva York han dejado huellas imborrables en mi vida, pero también el anhelo de que México pueda ser una nación como esas: con altos niveles de educación, con desarrollo tecnológico que le permita un crecimiento económico donde la pobreza no sea más el comer agua con harina, sino tener una vivienda como de Canadá; donde los ciudadanos se respeten, no se roben entre ellos; donde se pueda ser libre, sin temor alguno para decidir lo que consume y lo que hace de su vida.

Una nación con excelentes servicios, conectada totalmente con la tecnología. Una nación donde exista la tolerancia y la polarización se erradique. Un país en el que trabajemos juntos por crecer nuestra economía. El lugar donde aspirar a ser cada día mejor sea una virtud y no un defecto y en que la pobreza duela tanto que nos lleve a todos a unirnos para erradicarla, no con limosnas, sino que mejores empleos, mejores ingresos y mejores servicios de salud y de educación.

Los esfuerzos realizados en el 2013 para lograr un México diferente, basado en reformas que permitieran despuntar su economía, no fueron aceptados por millones de mexicanos, que en 2018 optaron por otra forma de gobierno que ha revertido todos esos cambios para regresarnos al siglo pasado.

Los viajes, insisto, son una oportunidad de conocer países diferentes al nuestro y que hoy me permiten tener claro cuál es mi nación favorita… en la imaginación.

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