Libre en el Sur

No hay mejor dieta que la que no se hace

En todos estos años he comprobado que las dietas solo engordan.  Te inflan por todos lados, por afuera y por adentro.  Te llenan de inseguridad, de mal humor, de cansancio. 

POR MARIANA LEÑERO

¡Qué tema ese de las dietas! Si eres de los suertudos a los que no les ha caído su maldición, te recomiendo que te resistas… Quienes hemos estado atrapados en ellas sabemos lo peligrosas que son. Las dietas explotan como bomba alterando el alma y la salud mental.

Mi complexión nunca ha sido de flaca y mi metabolismo es bastante roñoso; así que en diferentes etapas de mi vida caí en sus garras.  Conozco un montón.  Están por ejemplo, las de morirse de hambre por unos cuantos días, o semanas si tienes más voluntad, para luego abalanzarte a todo lo que dijiste que no.

Hay otra, que por llamarse “fasting”, imaginas que rapidito pierdes peso y solo necesitas dejar pasar 14, 16, 18 horas sin consumir alimento, pero tampoco funciona. Está la del té rojo.  Crees que por ser té proviene de sabias pócimas orientales. Pero sólo es un pinchurriento té que al pasar el día se va amargando y sabe a madres.

Existe la de las bolas de nieve de vainilla que se acompañan de porciones y combinaciones de alimentos qué no te imaginarías. Con ese postre al final ¿quién en su sano juicio come una lata de atún con betabel, una salchichita asada con seis ejotes, una rebanada de queso amarillo encima de cinco galletitas saladas? Y no, tampoco sirve. Nunca logró agrandar lo plano y encoger lo voluminoso.            

Probé la de vinagre de manzana en ayunas. Pero las arcadas de asco que me provocaba hacían que terminara comiendo más para consolarme.   

Pero la que gana el premio mayor es la de sopa de tomate con remolacha. Sólo de recordarla siento en mi estómago la misma sensación que provoca el sonido de un rasguño sobre un pizarrón.  Es terrible. En un inicio la crees inofensiva. ¿Cómo aborrecer una rica sopita caliente sabor casero?  Pero no es así… Hay que comerla durante todo el día. Es decir: la desayunas, la almuerzas, la cenas….  Es tan horrible que antes de terminar el primer día que la inicias ya estás dispuesto a dejarla.  Yo creo que debido a que las tripas se resisten a su potente sabor es que uno enflaca, si es que funciona.   

¡Ah! Y esa creencia de que quemas todo lo que comes cuando haces ejercicio no es para todos. Yo córrele que córrele y la fórmula no sirve.

En fin, en todos estos años he comprobado que las dietas solo engordan.  Te inflan por todos lados, por afuera y por adentro.  Te llenan de inseguridad, de mal humor, de cansancio.  Colaboran para que fracase la lucha que uno tiene a lo largo de su vida de aprender a aceptarse cómo uno es.  Las dietas te privan de paz, te avasallan el ánimo, te enferman, es decir, te joden la vida.  Como toda prohibición, provocan más nostalgia por las cosas que sacrificas y las que negaste como si fueran un peligro.  El placer de una comida sabrosa, la felicidad que te llena cuando cocinas y lo compartes en familia, el apretón de mejillas cuando preparas unas papas con limón, los mmm y los qué rico.  

No fue hasta cuando me resistí a ellas, que bajé de peso. Apunté a la dirección correcta de simplemente ser. Alimenté mis ánimos y mis caderas disminuyeron.  Seguí corriendo y dejé de escuchar el vaivén de mi poca estima.  En el momento que las evite comencé con mejores hábitos y eso ha ayudado.   No miento, no es así todo el tiempo. Parece que las dietas se acostumbraron tanto a mí que aún me persiguen. Me persiguen en el espejo, en la ropa o en la pesadez de una mañana. Tengo que luchar contra ellas y contra mí para no elegirlas.  Tengo que recordar que no hay mejor dieta que la que no se hace.

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