Por María Luisa Rubio González
En varios foros virtuales, a propósito de las grandes pifias (por decir menos) de los gobiernos nacional, locales y municipales o delegacionales, se puede leer el desencanto, la impotencia y el enojo de los ciudadanos que se involucran de alguna manera con el hacer público.
“Nos vemos en el 2018”, dicen, aludiendo a las elecciones del próximo año. Se repite como mantra, con conciencia plena del voto como instrumento de castigo para los representantes que no representan la voluntad ciudadana.
Los partidos políticos lo saben, pero conocen también, porque han sido artífices de ello, los vicios ocultos (y ni tan ocultos) del sistema político-electoral de nuestro país. No olvidemos que el mismo marco legal que lo norma construido con base en los intereses de los mismos partidos políticos.
Cómo explicar, si no, la impunidad con la que vimos desfilar al gabinete presidencial por el Estado de México, en pleno proceso electoral, conferenciando, repartiendo, operando a favor del candidato oficial.
Para quienes vivimos la elección presidencial de 1988, la sensación de impotencia es casi inhumana: colocar la organización y calificación de las elecciones en manos de un árbitro imparcial, ciudadano, parecía la gran vacuna contra la operación oficialista de las elecciones.
Pero un estado democrático es imposible cuando los actores políticos no están comprometidos con la democracia. Y en nuestro país no lo están las cúpulas partidistas, ni sus militancias; ni las instituciones y quienes las conforman; ni los ciudadanos, para ser totalmente francos. Las honrosas excepciones a ese juicio lapidario no alcanzan a formar una masa crítica, aún, que le dé la vuelta a la tortilla.
Y así, mientras los ciudadanos interesados y comprometidos libran batallas para frenar legislaciones abusivas, actos de gobierno autoritarios o dispendios a costa del erario, instituciones y partidos amasan sus clientelas electorales, que se nutren, a veces sin plena consciencia, del abuso, el autoritarismo y el dispendio, en un círculo vicioso que no parece tener fin, y que tiene consecuencias mucho más graves que el “solo” fraude electoral.
“Nos vemos en el 2018”, repetimos, aunque sabemos en nuestro fuero interno que nuestro voto de castigo caerá en el sufragio por “el menos malo”, en el voto nulo o en el abstencionismo desencantado, porque los avances ciudadanos, encomiables como el “sin voto no hay dinero”, no alcanzan aún para frenar la bola de nieve del clientelismo electoral.
Se cruzan ya las apuestas para atinarle al candidato que saldrá con la mejor oferta electoral; con la menos mala, pues, mientras los aparatos partidistas acomodan sus piezas para garantizarse un juego con la mejor ganancia o con las menores pérdidas posibles.
¿De veras solo nos queda esperar al 2018? En nuestra delegación, en Benito Juárez, ¿de veras vamos a esperar sentados un año y medio más de obras inútiles y de mala calidad, de funcionarios inexistentes, a que el grupo en el poder se perpetúe a costa de nuestra calidad de vida? ¿De verdad no podemos construir una agenda ciudadana con mínimos indispensables? ¿De veras no podemos impulsar un diálogo entre vecinos, entre grupos organizados, para convencernos de que ganamos más si se fortalece un juego democrático real de largo plazo?
En ViveBJ creemos en la fuerza de la ciudadanía organizada. La hemos visto funcionar una y otra vez: cómo se pueden concertar esfuerzos y trascender diferencias en torno a un objetivo común. Participamos con nuestra experiencia, con nuestro esfuerzo, y vemos otros movimientos vecinales articulándose. Sabemos que la labor ciudadana trasciende las elecciones.
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