En plenos tiempos electorales, el vocero del Circo Atayde Hermanos, Federico Serrano, pone en su lugar –en una colaboración especial para la edición impresa de ‘Libre en el Sur que empezó a circular este lunes’– a los analistas que a menudo recurren a ese lugar común… y falso.
Federico Serrano-Díaz
Cada vez con mayor frecuencia, reconocidos analistas de nuestra vida pública hacen referencias al circo, comparándolo con la clase y la actividad política nacional. Muy probablemente sea más bien por ignorancia que por tontería o mala fe, pero lo cierto es que ese tipo de comentarios han contribuido a degradar entre el público la percepción de lo que es el circo verdaderamente: un deslumbrante arte escénico, ancestral y vivo, esencialmente democrático, parte del patrimonio cultural de la humanidad y que además tiene en nuestro país raíces milenarias.
El circo funciona como un mecanismo de relojería: un trapecista no puede cambiar la ruta de su vuelo, ni un malabarista alterar caprichosamente su rutina, ni un entrenador de tigres improvisar su acto. Detrás de cada acto circense hay todo lo que no hay en la política en este país: concentración, rigor, disciplina, valoración del esfuerzo individual y colectivo, confianza en uno mismo y en los compañeros, elegancia, precisión y belleza. Es el arte del asombro.
Por otra parte, el ejercicio del circo no le hace daño a nadie, al contrario, mientras que nuestros políticos, con su estupidez, hacen daño a millones de ciudadanos. “Quisiera que el escenario fuese tan angosto como la cuerda de un equilibrista: eso le quitaría a muchos ineptos las ganas de subir a escena”, decía J. W. Goethe. Vale la pena citar algunas opiniones de personas altamente calificadas sobre lo que es y significa el circo, y que merecen ser tomadas en cuenta porque se trata de grandes creadores y pensadores de la cultura universal: “No sé exactamente lo que el circo me ha dado, excepto que vi gente arriesgando sus vidas con una gracia y una elegancia infinitas para entretener a sus semejantes; y eso me parece más que suficiente”: Máximo Gorki. “El circo es el único espectáculo que conozco que mientras se mira, proporciona la sensación de vivir en un sueño feliz”: Ernest Hemingway. “El circo es una pequeña arena cerrada que nos envuelve en el olvido; por un momento nos permite salir de nosotros mismos para fundirnos en un mundo de gozo y maravilla que nos conduce al corazón de un universo misterioso”: Henry Miller. “Cada hombre, mujer o niño sale del circo refrescado, renovado y preparado para sobrevivir. El circo es una ruptura radical en la pauta de la realidad: la belleza contra la fealdad; la excitación contra el aburrimiento”: John Steinbeck. “Desde la infancia, desde la memoria que revive el pasado, y también desde el presente por supuesto, el circo es siempre un paraíso”: Vicente Leñero.
La lectura de las citas anteriores contribuirá sin duda a que los lectores se percaten de que las comparaciones entre ambos mundos son, por lo menos, ligeras e injustas. En México, por ejemplo, el Circo Atayde Hermanos cumple 124 años de vida en este 2013. Y en ese tiempo han caído Porfirio Díaz y el PRI, se han gestado generaciones de nuevos ricos gracias a la política, se expandió y desapareció el ferrocarril, ocurrieron crímenes de Estado como los de 1968 y 1971, y México es muy distinto en esos más de 120 años. Sin embargo, el Circo Atayde Hermanos sigue ahí, propositivo y vigente, maravillando al público mexicano. Por supuesto existen circos de diferentes niveles y calidades, como ocurre con cualquier otra actividad humana. Lo mismo sucede con los medios, los periodistas y los políticos. Es por ello que resulta irresponsable la generalización.
En todo caso, y con mucha buena voluntad, lo cierto es que política nacional podría ser definida como una farsa (pieza cómica breve, según el Diccionario de la R.A.E.), interpretada por una multitud de mamarrachos (persona o cosa defectuosa. Hombre informal que no merece respeto, ibídem), pero jamás se puede decir que la política es un circo, con sus acróbatas, malabaristas y payasos, con su exigencia de entrega y perfección. No hay que confundir los términos. Si la política mexicana funcionara como un circo, este país sería un paraíso, un espacio funcional y organizado, y no lo es: el espectáculo circense está en las antípodas de la clase política mexicana y de la denigrante forma de hacer política. Ojalá lo entendieran así quienes banalizan la imagen del circo en el imaginario colectivo, y un día aprendamos a valorar el patrimonio circense en nuestro país. Es una tarea común.
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