Libre en el Sur

Ológrafo / Ayotzinapa, cuatro meses

Ya se cumplieron cuatro meses de la noche más triste de Guerrero, y de los 42 normalistas levantados por policías municipales y entregados a sicarios del crimen organizado seguimos sin saber su paradero. No aparecen ni vivos ni muertos y la exigencia sigue, pese al carpetazo que se le intento dar.

Según lo dicho por el Procurador General de la República Jesús Murillo Karam, no hay nada más que investigar: “Es la verdad histórica de los hechos, basada en las pruebas que aporta la ciencia, y así como lo muestra el expediente”. El procurador señaló que al haber certeza jurídica se procederá en contra de los implicados –hasta hoy 99 detenidos—a los que les espera hasta 140 años de prisión.

Los nuevos indicios de la tragedia, y en los que se fundamentó el procurador son las versiones monstruosa del sicario Felipe Rodríguez, conocido como El cepillo, quien aseguró, en declaración ministerial, que los 43 jóvenes les fueron entregados por policías municipales de Iguala y Cocula y que al llevarlos al sitio de su ejecución –aún a sabiendas que no eran de grupos delictivos antagónicos, sino estudiantes—25 ya estaban muertos por asfixia y 15 fueron acribillados a tiros. Faltarían entonces tres más en caso de ser cierta esta versión y que ellos mismos los hayan incinerado hasta reducirlos a cenizas, aventarlos al río y consumar su completa desaparición.

Sin embargo, los forenses argentinos aseguraron un día antes que no hay evidencias suficientes para vincular a los calcinados de Cocula con los 42 normalistas desaparecidos. Entonces, con base a argumentos científicos aún hay un diferendo, pues si bien una de las muestras óseas si dio positivo para identificar a uno de los jóvenes normalistas, el resto de los huesos encontrados estaban tan dañados que fue imposible vincularlos con los jóvenes desparecidos. Entiendo, entonces, que por éste pequeño detalle no hay total certeza científica, y seguimos en la incertidumbre.

Una interesante reconstrucción de los hechos del 26 y 27 de septiembre del año pasado, realizada por Juan Pablo Becerra Acosta –un reportero-reportero que sí investiga–, si bien exonera a los integrantes del 27 batallón de infantería del Ejército mexicano, destacado en Iguala, de haber participado directamente en los criminales hechos, los deja muy mal parados pues en dos ocasiones tuvieron contacto con los normalistas en hospitales del lugar y los abandonaron a su suerte pese a haber constatado que había sido balaceados. Lo cual puede considerarse como un grave caso de omisión. La misma reconstrucción deja claro que el gobierno estatal supo en todo momento lo que sucedía y no hizo nada, y el entonces gobernador y su gente siguen muy campantes. Sin lugar a dudas, la reconstrucción deja claro que la orden de pararlos a como dé lugar fue de las autoridades municipales de Iguala.

Me sumo al dolor, a la desesperación y la frustración de los padres, que como era de esperarse rechazaron la versión de la Procuraduría General de la República. Entiendo que seguirán las protestas y movilizaciones y que no podemos dejar en el olvido tan horrendo hecho. Empero, desde ahora me inconformo y rechazo las futuras muestras violentas e incendiarias que puedan sucederse. Ello no nos brindará justicia, sino más encono.

Del anterior Ológrafo y sobre el tema surgieron tres posturas de amigos respetados y queridos:

Rolando Isita me escribió:

Mi estimado Víctor Manuel Juárez Cruz. Te externo mi comentario partiendo de que, igual que la mayoría, sólo tengo la información que proporcionan los medios (de muy baja calidad todos, porque ninguno investiga). Aun así, yo me abstendría de calificar a los protagonistas como “subversivos” o adivinar sus objetivos como “incendiar” el estado de Guerrero.

Me vienen a la memoria las técnicas de contra información y propaganda contrainsurgente. Guerreo es un estado que desde mi infancia he escuchado (y a veces sabido) cuya población ha sido expoliada y despojada, y simplemente ignorada por intereses transnacionales. El que haya caído el muro de Berlín, que ya no exista la URSS y que Cuba se siente ya a cenar con “el decadente imperialismo yanqui”, no elimina la realidad de la lucha de clases, y en el lenguaje que se utiliza para dar cuenta de los sucesos en ese estado define de qué lado está el comentarista, o mejor se atiene a los hechos sin calificar, como lo hace un buen periodista honesto. En el estado de Guerrero hay una lucha de clases muy bien definida y cada bando lleva su política y sus tácticas de lucha y propaganda (buena o mala). ¿De qué lado estás? Yo soy muy escéptico.

Salvador Hernández del Olmo lee y comenta:

Yo creo, Víctor Manuel Juárez Cruz y Rolando Isita Tornell, que la lucha de clases que anima el conflicto guerrerense, es la clase de amapola que se cultiva y la clase de transporte para movilizarla y la clase de explotación de los trabajadores del campo…de la golden y de la amapola.

Armando Rojas Arévalo, desde su trinchera coincide conmigo y señala que los de la CETEG quieren entrar a los cuarteles, no a buscar a los 42 aún desparecidos, sino para hacer reconocimiento y mapas de las instalaciones militares y detectar las partes vulnerables de los mismos para luego darles duro.

Le comento entonces a mi amigo Rolando:

Primeramente debo decir que para mí tus opiniones son muy valiosas. Me preguntas de qué lado estoy. Te digo en digo en primera instancia: exijo justicia y el total esclarecimiento de los violentos hechos del 26 de septiembre del 2014 que llevaron a la desaparición –y hoy me temo ejecución– de los 43 normalistas; que todo el peso de la ley caiga sobre autores materiales e intelectuales y caiga quien caiga; me sumo al dolor de los padres de los desaparecidos como si fuera propio, pues tengo hijos jóvenes y puedo sentir su aflicción; repruebo totalmente los métodos violentos de los cegetistas y demás grupos extremos que tratan de incendiar, casi todos los días, algo en Guerrero; me sumo también a la gente de a pie que vive del turismo y diversas actividades comerciales y empresariales en diversos puntos de la entidad, y que han visto caer severamente sus ingresos.

Cierto, es muy difícil confiar hasta en los medios y sus fuentes, pues ya no hay muchos reporteros-reporteros que investiguen a fondo. Alguna vez fui reportero-reportero y me metí por veredas, senderos, barrancas, montañas y cañadas de Guerrero a la búsqueda de guerrilleros del EPR, poco después de la matanza de Aguas Blancas.

Confieso que nunca puede hacer contacto con la guerrilla, aunque veía sus pintas en bardas de poblados muy apartados. También vi la pobreza y el dolor de sus habitantes expoliados y despojados y lo denuncie.

Recogí evidencias sobre la matanza en Aguas Blancas de 17 campesinos a manos de policías municipales, así como el tácito reconocimiento del entonces gobernador de la entidad, Rubén Figueroa hijo de que él los mando matar. Entonces en su despacho de Chilpancingo azotó su manaza sobre el escritorio y me dijo: “Pues que quería Víctor Manuel, no eran unas blancas palomas y había que pararlos”.

“A balazos, gobernador”, alcancé a decir antes de que diera por concluida la entrevista. Tal y como quedó plasmado en la revista Época para la que trabajaba.

Sabemos bien el explosivo coctel existente allá en Guerrero. Donde grupos subversivos –subvertir= trastornar, revolver, destruir– quieren calentar y hasta incendiar la entidad y evitar a toda costa los comicios del 7 de junio.

Me manifiesto, pues, en contra de la violencia y el terror y me inclino por el Estado de derecho y la aplicación de la Ley.

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