Las mentalidades cambian y nadie podrá detener esta revolución en marcha: compartiremos lo bueno y lo malo con los animales mientras dure la vida en nuestro planeta.
POR PATRICIA VEGA
Una amiga a la que hace unos meses le presté varios libros vino a mi depa a entregarlos personalmente.
–Oye, qué padre está tu colonia, me dijo en cuanto bajó de su auto.
Su afirmación, tan parca y contundente a la vez, me hizo reflexionar sobre cómo el peso de la costumbre me había hecho dar por hecho que las características de la colonia en la que vivo –Del Valle—no se replican en todas las colonias de la Ciudad de México.
Resumo los aspectos básicos con los que sustentó su aserto: el alumbrado público y los semáforos son suficientes y funcionan; se tiene agua la gran mayoría del tiempo; hay banquetas con buen espacio para caminar; se siente un ambiente seguro que propicia el que la gente saque a pasear a sus perros; se ofrece todo tipo de bienes y servicios en establecimientos grandes y pequeños y, en general, es una zona con muchos árboles, jardínes y parques.
Hace casi dos décadas llegué a vivir a este barrio y sin perros. Contar con el acompañamiento de un perro es uno de los gustos que había reprimido por no contar con un entorno adecuado para eso: compartir mi espacio vital con animales domésticos. Y para hacer corta una larga historia, de repente y casi sin estar del todo preparada para ello, llegaron a casa dos magníficos y hermosos rat terriers que apenas tenían tres meses de edad y decidimos nombrar Puck y Rock. Fueron tan felices en casa y estuvieron tan enamorados de la buena vida que pudimos ofrecerles que ambos fallecieron pasados los 15 años en el caso del primero y 16, en el segundo. Un récord bastante considerable aun entre perros de raza pequeña. Pero esa es una historia distinta que en alguna otra ocasión les contaré.
Así que al grano: durante los últimos años he sido testigo de la proliferación de mis sitios favoritos de la colonia del Valle, los “parques para perros” dentro de los parques para personas. Es un espacio pensado para que los perros interacúen y socialicen entre ellos. Les describo esta innovación bastante reciente, si consideramos la vida de los parques en sí que han sido parte del panorama urbano a lo largo del tiempo.
Se trata de áreas confinadas –generalmente con un enrejado que hace las veces de cerca—destinadas a favorecer que los perros puedan correr y jugar libremente libremente, en un área controlada y sin la obligación de colocarles una correa, pero que tienen que ser supervisados por sus dueños. Los canes también pueden hacer ejercicio y ser entrenados ahí ya esas áreas tienen equipamiento para practicas de agility,es decir, una serie de trucos y habilidades que redundan en el biestar y salud de los perros o simplemente rasquen hasta que se cansen o hasta convertir los hoyos en túneles.
Como toda innovación, al principio los parques para perros fueron conflictivos porque la comunidad suponía que su implementación significaría que sus perros estarían restringidos a solo esas áreas y serían expulsados de las otras zonas del parque. Con el tiempo comprobaron que era una idea diferente: sueltos dentro de los espacios perrunos y con correa en los parques para personas. Así todos contentos.
Las mentalidades cambian y nadie podrá detener esta revolución en marcha: compartiremos lo bueno y lo malo con los animales mientras dure la vida en nuestro planeta.
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