(Francisco Ortiz Pardo)- ¿Qué es verdad y qué mentira? Para Rafael Pardo, la pregunta no es un mero eslogan de Ánimas, mascarada de espectros, la puesta teatral que dirige en la capilla del Instituto Cultural Helénico, en San Ángel. Se trata en realidad de una invitación a que el espectador reflexione sobre la clase de vida que quiere llevar, la de la evasión y la fantasía –”que se puede convertir en un verdadero infierno”— o la que encara la realidad, la vida con sus buenas y sus malas. La de la conciencia, a fin de cuentas.
La obra trata de tres leyendas novohispanas. Y por supuesto que en el interés de Pardo está el rescate de ellas como parte de las tradiciones mexicanas, que sobreviven a pesar de todo como parte medular de nuestra cultura. “Me gustan las puestas en escena que hablan de lo que somos”, dice en entrevista. Como si hubiese descubierto un tesoro en un cofre de piratas, se emociona mientras cuenta cómo desde los siglos XVII y XVIII se instalaron “chismeaderos” en el Centro Histórico de la ciudad de México, uno de ellos en alguna esquina del Zócalo.
“En un tiempo en que por supuesto no existían medios electrónicos ni radio o telenovelas había merolicos en un escenario, un poco a la usanza de las tandas, donde contaban los chismes que, como tales, siempre son reinventados, exagerados. Así poco a poco se convertían en leyendas”, dice Pardo. “Lo interesante es que, a diferencia del mito, donde se trata de explicar lo inexplicable, o del cuento, que consiste en una total creación de ficción, las leyendas sí se basan en hechos; hechos distorsionados, pero hechos al fin”.
Uno de los ingredientes sustanciales en la creación de las leyendas virreinales, cuenta, era el que aportaba la Iglesia en su momento más confesional, con un énfasis en el diablo y los pecados. Para el director –que también presenta cada fin de año la pastorela con mayor prestigio en la ciudad de México— esos elementos suponen interesantes metáforas acerca de los miedos en la vida actual. “Es que el infierno sí existe –dice—; pero está en la tierra y lo construimos nosotros mismos”.
Con la dramaturgia de Fernando Martínez Monroy, que incorporó el lenguaje de la época para poner a “dialogar” a los personajes que no hablaban en los textos originales sino que sólo aparecían descritos por un narrador, Ánimas presenta las versiones originales de las leyendas y las contrapone con lo que según los realizadores teatrales ocurrió en verdad. Y es que, además de las intenciones clericales ya citadas, es probable que las leyendas hubiesen sido “tocadas” como en muchos otros casos por ingleses o portugueses que, en la disputa por las colonias de América, se dedicaron a hacerle “mala fama” a los españoles, a exagerar su fama de matones, por ejemplo, o a estigmatizar una Santa Inquisición que en realidad no estuvo tan activa en los territorios conquistados como en la Península Ibérica
–¿Hay entonces una intención en desmentir las leyendas? –se le pregunta a Pardo, que coproduce la obra con su entrañable amigo Mauricio Bonet, quien también deja ver sus dotes de actor excelso.
–No, no es ese el objetivo. Respeto por un lado una tradición tan rica como las leyendas, que creo que debemos difundir para preservar. Lo que pasa es que me interesa que también motiven una reflexión acerca de lo que somos, de la clase de personas que somos. La leyenda es un buen pretexto para que se realice una introspección acerca de qué es lo que queremos creer y en esa medida de cómo queremos vivir.
Rafael Pardo lleva trabajando en Ánimas más de seis años. En una primera puesta, en el convento de los Carmelitas, por cierto muy cerca del Helénico, también en la avenida Revolución al sur de la ciudad de México, la obra fue itinerante y los escenarios dominaban sobre todo lo demás. En el caso de la reposición actual, dice, los perfiles de los personajes y sus actuaciones han sido esculpidos de tal forma que permiten aportar al espectador mayores elementos para su reflexión. Además, la capilla del Helénico funge como un personaje más, cuyas piedras de la época medieval traídas desde España resultan como mandadas a hacer para la escenografía que busca imprimir tonos de misterio y oscurantismo.
La música en vivo, que es ejecutada magistralmente por dos artistas que colaboran con la Orquesta de Minería, también sufrió una transformación. Ha marginado las melodías barrocas para fusionarse con las intenciones dramáticas, con composiciones originales. Aunque se cuida que siempre estén en un segundo plano, las notas musicales, con toque contemporáneo se asemejan a lo estravinsquiano –”involuntariamente”, aclara Pardo a pregunta expresa– y generan sobre saltos que efectivamente aportan emociones a la obra. El director explica que es en ese sentido se trata de una música más cinematográfica que teatral.
Ánimas está llena de detalles. Al punto donde los personajes usan perfumes con aromas próximos a la época, según una investigación que se realizó ex profeso. El vestuario es diseño original de Mónica Raya, recreado a la estética, moda y hechura propias de los siglos XVII y XIX bajo.
También hay un cuervo (Corvus), que aunque ave de mal agüero en nuestra tradición Pardo pretende reivindicar como el pájaro inteligente que es, símbolo de prosperidad y astucia en el oriente, y que en esta obra representa “la parte luminosa del ser”. Corvus es la metáfora de la sensatez en un personaje que es el narrador y que también tiene su parte miedosa y fantasiosa. Se llama Arcadio Coyote, Arcadio –explica el realizador— porque es un nombre muy de carpa y de los pregoneros de una época que sobrevive en la nostalgia de la cultura mexicana. Y Coyote en honor al célebre personaje de las marionetas de la Compañía de Rosete Aranda, que brillaron a finales del siglo XIX y principios del XX, y que era el que desengañaba al pueblo de los mitos y mentiras propagados por los gobernantes abusivos.
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