“La pelea no es por un cacho de poder o por sentarse en un banco, la lucha es por un cambio de cultura”. José Mujica.
La encuesta publicada en días pasados por GEA-ISA contiene un dato que me parece digno de resaltar. Ante la pregunta: “¿Está usted satisfecho o insatisfecho con la forma en cómo funciona la democracia en México?” El 69 por ciento dijo estar insatisfecho. Además, un 20 por ciento aseguró que podría estar de acuerdo en algunas circunstancias con un gobierno autoritario.
Endosar la palabra fracaso abona a la estridencia pero aleja la construcción de alternativas ante las respuestas que demandan las problemáticas manifiestas en nuestra sociedad. En consecuencia nuestros espacios carecen cada vez más de sociabilidad. Por ello no sorprenden el grado de insatisfacción ni la manera en cómo algunos ciudadanos conceden viabilidad al autoritarismo.
Si bien las encuestas retratan un momento específico y en los cuales las personas responden influenciados por factores inmediatos y en ocasiones poco reflexivos, resulta evidente que más allá de una reconstrucción, es deseable eslabonar un discurso de refundación.
Me refiero a la necesidad de complementar los mecanismos democráticos al día de hoy edificados. Elecciones y representación partidista indican que tenemos cierto grado de democracia, pero que requieren incluir las expresiones netamente ciudadanas, generar una nueva institucionalidad para, por ejemplo, formular planes de desarrollo urbano, gestionar el espacio público, establecer la agenda cultural y deportiva, definir la vocación económica por regiones, impulsar medios de comunicación comunitaria, mejorar la movilidad y el transporte, y un largo etcétera.
La refundación de lo político tiene sentido cuando a la par de la población creció la desigualdad y, en un país con más del 40 por ciento de la PEA en condiciones de informalidad y más de 60 millones de pobres, es complicado relatar como benéfico un modelo, sistema o forma de gobierno.
En principio es deseable incubar y procesar una nueva idea fuerza, la relacionada con la capacidad que tenemos para transitar de una condición de sujeción a una de acción. Comenzar el aprendizaje tácito de ser verdaderos ciudadanos, hacer política. Es preciso enfatizar e insistir en que no significa sustituir a determinadas personas, sino, como reza la frase al principio de nuestro texto, cambiar la cultura.
Un cambio que retorne la dignidad a la labor pública, a la discusión libre de ideas, a la organización, a la comunidad, a la libertad como ejercicio responsable en pos de disminuir las condiciones de desigualdad y destierre el individualismo y el voluntarismo por participar para imponer y acumular.
Vivimos un momento delicado. El acomodo de los factores en la refundación merece atención pues no han de ser los ciudadanos quienes se “integren” o “participen” de las estructuras conocidas y hoy en evidente descrédito y atrofia institucional. Ello debe cambiar mediante nuevas intencionalidades colectivas, como la construida por los ciudadanos y que estriba en el derecho a la calidad de vida.
Finalmente, este tipo de procesos permiten eliminar la doble labor de los ciudadanos quienes, en el caso de la delegación Benito Juárez, tuvieron que organizarse y actuar como abogados, psicólogos, gestores, urbanistas y demás funciones para defenderse de intereses privados que florecieron al amparo del entramado institucional. Estridente, surrealista.
A más de uno ilusionan las fotografías de cientos y cientos de capitalinos durante las horas límite posteriores al sismo del 19 de septiembre, pero debemos colocar esa corriente genuina en función de procesos de empoderamiento, con nuevos odres. De poco servirá, como incontables ocasiones dan testimonio, llevar a un ciudadano hacia la vieja política, antes bien, debemos jalar la política hacia los ciudadanos.
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