Libre en el Sur

Reporte Especial desde India: De Belén a los Himalayas, los 'años perdidos' de Jesús

Miles de rollos que permanecen en Tibet revelan la probable presencia de Jesús en India durante su adolescencia y juventud –después del viaje a Egipto y antes de inciar su misión en Palestina, a los 30 años–, etapa que se conoce como “los años perdidos”, de la que no hay registro en La Biblia. La edición impresa de Libre en el Sur correspondiente a diciembre está dedicada a este fascinante tema para disfrutarse en medio del ambiente navideño.

Francisco Ortiz Pardo

Rishikesh, India.- Para los habitantes de esta pequeña ciudad del norte de India –cuyo nombre significa “señor de los sentidos”—, el paraíso sí existe y está frente a sus ojos: Es la “Madre Ganga” (el río Ganges), que cae desde los cabellos del dios Shiva (Los Himalaya). A los pies de las montañas no se come carne roja, ni pollo, ni pescado y las vacas sagradas son en proporción más numerosas que en las grandes urbes. Conocida como “la capital mundial del yoga”, a este sitio de atardeceres anaranjados han acudido miles y miles de personas de todo el mundo (los Beatles entre ellos, que llegaron a un ashram en 1968), para practicar la meditación y encontrar la paz interior. Los rituales hinduistas de cantos alegres y ofrendas coloridas tienen en esta región selvática de changos y tigres una de sus máximas expresiones. Cuesta arriba en Darhamsala, a 2,700 metros de altura, viven los tibetanos en el exilio y su líder espiritual, el 14 Dalai Lama, que llegaron cruzando las montañas a través de Nepal. Pero además, 22 kilómetros hacia el norte, en la región santa de Hardiwar, se encuentra un sitio que, de acuerdo a la tradición oral y la enseñanza de algunos maestros indios, resultaría clave para descifrar uno de los más grandes enigmas de la historia: Los llamados “años perdidos de Jesucristo” –cuando el Nazareno tenía entre 13 y 29 años–, que no aparecen en La Biblia. Ahí, a unos 50 metros de donde el río Ganges corre puro y creciente, está la cueva donde se afirma que vivió y meditó Jesús, revelación que implicaría no sólo su estancia en India sino el intercambio doctrinario que habría tenido con otras religiones, particularmente las ya mencionadas. Este reportero sólo puede asegurar que cuando uno entra en esa cueva se siente una paz sobrecogedora y los olores de las flores y el incienso permanecen en las fosas nasales varios minutos después de salir de ella.

De la supuesta estancia de Jesucristo en India y otros países de Asia Central hay distintas versiones, la más fundamentalista de ellas sostiene que se convirtió al hinduismo. También se llega a decir que murió en Cachemira, ya anciano. Pero aquí nos ocupamos de la que hasta la fecha es la más documentada, basada en los “rollos” que se custodian en el Tibet territorial, ocupado actualmente por China. La primera descripción la dio a conocer un periodista ruso, Nicolás Notovitch, en un libro publicado en francés en 1894 (La Vie inconnue de Jesús-Christ). Durante un largo viaje, en un monasterio de Mulbekh (lugar que se considera “la puerta de entrada” al budismo) un lama tibetano le reveló la existencia en Lhasa, la capital del Tibet, de miles de pergaminos con escrituras muy antiguas que se referían al profeta Issa, nombre oriental de Jesús. Copias de algunos de esos documentos, particularmente una bografía del “Santo Issa”, que consiste en 244 versos, fueron encontrados por el periodista en un monasterio de Pintak. En ella se escribió que a los trece años Jesús debía tomar esposa de acuerdo con la tradición judía, por lo que abandonó secretamente la casa de los padres en Jerusalén y viajó al oriente porque sus ideas eran muy diferentes a las de su entorno. Lo hizo por “la ruta de la seda” con la idea de perfeccionarse en “La Palabra Divina”. Si esto es así, estaba claro que ya en aquella época al oriente se le consideraba como más místico y espiritual, región para estudiar las grandes leyes del Buda. Así pasó seis años en la riviera del Ganges aprendiendo y enseñando en Juggernsut, Rajagriha, Benarés (Conocida en el mundo como Varanasi, la ciudad más sagrada del hinduismo) y otras ciudades santas en India.

Pero luego entró en conflicto con la casta sacerdotal de los brahmanes y los castrillas por enseñar las Sagradas Escrituras: Issa negó la Trimurti (Trinidad Hindú) y la encarnación de Para-Branma en Visnú Siva y otros dioses, y en lugar de obedecer a los brahmanes predicó en contra de ellos, por lo que éstos pretendieron su muerte. Como los sudras recibían las enseñanzas de Jesús, advirtieron al maestro del plan y por la noche escapó de Juggernaut hacia el pie de los Himalayas, en el Nepal meridional, en una zona en la que hacía cinco siglos había nacido Gautama Buda. Y aquí surge una reflexión interesante sobre las semejanzas entre el budismo y el cristianismo: Buda y Jesús predicaron la existencia del más allá y del paraíso, así como la superación de los límites nacionales y racionales, porque la salvación llega a todos los seres humanos. En un reportaje del periódico español El Mundo, la teóloga Karen Amstrong explicó que “la compasión budista y la radical no violencia activa del siervo de Yavé son lo mismo”, en tanto que el amor al enemigo, distintivo del creyente cristiano, está también presente en el budismo, entendido como solidaridad con todos.

Aún cuando por supuesto la controversia de la estancia de Jesús en la región del Ganges y los Himalaya seguirá abierta, es sobresaliente que los manuscritos tibetanos no contradicen La Biblia. Y hasta sorprenden: “Poco tiempo después un hermoso niño nació en el país de Israel; el mismo Dios habló por boca de este niño explicando la insignificancia del cuerpo y la grandeza del alma. Los padres de este niño eran gente pobre, que pertenecían a una familia distinguida por su piedad, que había olvidado su antigua grandeza sobre la Tierra, celebrando el nombre del Creador y agradeciéndole las desgracias con que los había provisto. Para premiar a esta familia por el hecho de haber permanecido firme en el camino de la verdad, Dios bendijo a su primogénito y lo eligió para que redimiera a aquellos que habían caído en desgracia y para que curara a aquellos que estaban sufriendo. El niño divino, al que dieron el nombre de Issa, comenzó a hablar, siendo aún un niño, del Dios uno indivisible, exhortando a la gran masa descarriada a arrepentirse y a purificarse de las faltas en que habían incurrido. La gente acudió de todas partes para escucharlo y quedó maravillada ante las palabras de sabiduría que surgían de su boca infantil; los israelitas afirmaban que en este niño moraba el espíritu santo”. (En la imagen, un pergamino en que aparecen monjes budistas ante Jesús).

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