Por María Luisa Rubio González
La ciudad de México cerró a tambor batiente el 2015 con la suspensión del proyecto denominado Corredor Cultural Chapultepec, y abrió también enérgicamente el 2016 con la aprobación de la reforma constitucional que da nacimiento al estado 32 de la federación.
En el origen, ambas iniciativas (el proyecto urbano y el proyecto político) comparten un factor común: la ausencia de la ciudadanía de a pie.
En el fondo subyace una descomunal falta de consciencia de cuál es el papel de gobernados y gobernantes, que abre un océano de distancia entre el ámbito gubernamental y la ciudadanía común, como si no tuvieran nada que ver un universo con el otro. ¿Cómo colaboran dos actores que se dan la espalda mutuamente, que no se conocen, que desconfían uno de otro?
Entre otros factores, influye en ello el propio desinterés de la población en general para involucrarse en los asuntos públicos, por un sinfín de razones, todas absolutamente válidas, que van desde la falta de tiempo, la desconfianza en la utilidad de tal intervención, hasta la noción de que elegimos gobiernos y les pagamos para que se ocupen de esas cosas sin estarnos molestando.
Pensar en una solución que atienda a las causas nos lleva invariablemente a soluciones de largo plazo, que pasan por la educación cívica y por la profesionalización del servicio público. Pareciera que la construcción de puentes fuera un asunto de ciencia ficción, y eso resulta a veces muy desalentador.
Conozco muy pocos casos de decisiones tomadas desde el ámbito gubernamental que incluyan ejercicios de diálogo previo y procesos participativos reales, pero los hay. También hay algunos de iniciativas ciudadanas que busquen la colaboración gubernamental para llevar adelante proyectos específicos. Vale la pena revisar ambos casos para aprender que sí se puede, y también cómo sí se puede.
Uno de ellos es un ejercicio que ha emprendido la asociación civil Lugares Públicos, desde hace dos años, en el Foro Lindbergh del Parque México. En el origen estuvo una confrontación entre la visión de los vecinos y la visión de la autoridad delegacional sobre la recuperación del Foro Lindbergh y su uso. No faltaron los gritos y los sombrerazos, pero los vecinos han sido capaces de trascender la coyuntura, y hacer un ejemplo demostrativo de oficio ciudadano.
Como todo espacio público, el Foro Lindbergh tiene sus usos consuetudinarios, y hace falta sentarse a observar un rato para entender cómo pueden convivir en el mismo espacio, al pie de la pérgola, patines, patinetas, seaways, patines del diablo, bicicletas, pelotas, perros, niños, adultos y adultos mayores. Lo que hizo Lugares Públicos fue demostrar cómo enriquecer el uso consuetudinario con actividades complementarias, sin desplazarlo, pero también atendiendo otras necesidades e intereses.
Después de meses de consultas y ejercicios participativos, el fin de semana del 15 al 17 de enero, el Foro Lindbergh estuvo colmado de actividades culturales con la participación de los propios vecinos del Parque México, con el Festival Corazón de la Comunidad. Exposiciones de pintura, obras de teatro, teatro en miniatura, clases de baile, de yoga, de hula-hula, demostraciones de danza, biblioteca ambulante, ajedrez, cine callejero, entre otras muchas cosas.
Todas las actividades en el mismo espacio, en horarios preconvenidos con los vecinos para garantizar su asistencia. Todo gratuito, gracias a un patrocinio acordado de tal manera que no lo inundó todo con su publicidad. Gracias, también, al interés y compromiso de los ciudadanos, facilitado por un grupo de jóvenes que entienden la importancia de la participación ciudadana, y que cuentan con el conocimiento y una metodología para fomentarla y darle cauce. De esa metodología les platicaré en otra colaboración.
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