El enorme coso de Insurgentes, que además de ser un ícono de la alcaldía Benito Juárez es uno de los más importantes escenarios de la capital, guarda aspectos muy poco conocidos, insólitos, de su construcción, su fisonomía, su funcionamiento y su historia, a los que se asomó Libre en el Sur.
POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
La México ha sido desde hace 76 años no solo la plaza de toros más grande del mundo, sino también la más importante de la América taurina, que además de nuestro país incluye a Colombia, Ecuador, Venezuela y Perú.
La Monumental, como también se le conoce, ha sido asimismo escenario de conciertos musicales, festivales infantiles, exhibiciones de motocicletas, funciones circenses, peleas de box y lucha libre y hasta eventos políticos, y se ha convertido en un inmueble emblemático de la actual alcaldía capitalina Benito Juárez.
La Plaza México guarda además infinidad de historias, anécdotas, lugares, recovecos poco conocidos. Son sus secretos.
Pocos saben, por ejemplo, que existe un túnel que conecta la plaza con el estadio de la Ciudad de los Deportes. O que su construcción se realizó en sólo ocho meses y en ella participaron 10 mil trabajadores. Que además de las instalaciones propias del espectáculo taurino, como el ruedo, los corrales, los chiqueros, el callejón, el patio de caballos y la enfermería, existe una capilla dedicada a las dos vírgenes, la Guadalupana y la Macarena. Que un fantasma deambula por sus extensos tendidos y se aparece de repente por las noches en sus túneles y pasadizos. Que el día de su inauguración, el 5 de febrero de 1946, el inicio de la corrida se pospuso media hora debido a la enorme afluencia de público que colmó por primera vez sus 42 mil localidades y la natural confusión que implicó localizar los respectivos asientos numerados.
La Plaza México formó parte de un ambicioso proyecto concebido por el empresario yucateco de origen libanés Neguib Simón a principios de los años cuarenta del siglo pasado. Se llamaría Ciudad de los Deportes. Además del coso taurino contemplaba un estadio deportivo, frontones, boliches, arena de box, canchas de tenis y hasta una playa artificial. A final de cuentas, por razones económicas sólo se construyeron la plaza de toros y el estadio, en las inmediaciones de la avenida Insurgentes Sur.
El autor del proyecto fue el arquitecto Modesto Rolland, que planeó la edificación en sólo dos años, lo que provocó incredulidad casi generalizada. Y se hizo en apenas ocho meses, para asombro de todos…
Rolland aprovechó una gran oquedad en el terreno, debida a la operación durante décadas de la fábrica de ladrillos La Guadalupana, que de ahí extraía la tierra. Por esa razón la mayor parte de la plaza está construida abajo del nivel de la calle. Empleó técnicas de construcción innovadoras, como el colado de un enorme “cono” de cemento de una sola pieza, sin uniones. Para eso fue necesaria una cimbra monumental, sobre la que se realizó el colado en sólo tres semanas, con la participación de 10 mil trabajadores.
Se dotó a la estructura además de un sistema de drenaje insólito, a manera de un espiral que corre de arriba debajo de los tenidos, para evitar inundaciones, dado que el ruedo, que tiene 43 metros de diámetro y está rodeado de un callejón de dos metros de ancho, se encuentra 20 metros abajo del nivel de la calle. Y no han ocurrido jamás inundaciones.
El coso está rodeado por esculturas del artista valenciano Alfredo Just, entre las que destaca El encierro, colocada encima de la puerta principal. La mayoría son de toreros famosos, pero ninguna de ellas es de bronce, como se supondría: debido al agotamiento de los recursos, las esculturas fueron coladas en cemento y pintadas después.
El gran embudo está dividido en dos: la zona de sombra y la zona de sol, separadas por un enrejado que va de arriba abajo desde la parte exterior de localidades generales hasta la barrera misma. En la parte numerada hay siete filas de barrera, un primer tendido de 11 filas y un segundo tendido de 23. Originalmente, los asientos de las barreras eran de madera. Y por cierto, es falso el mito de que Agustín Lara no cambiaba ni por un trono su barrera de sol, como afirma en su famoso pasodoble Silverio: siempre tuvo localidades en primera fila de barrera… de sombra, las que en muchas ocasiones ocupó junto con María Félix.
Y hablando de consejas, se dice que por los recovecos de la Plaza –a los que tuvo el privilegio de acceder Libre en el Sur— ronda un fantasma, que se aparece de cuando en vez. Se trata del alma de Sarita Guadarrama, que fue novia por cierto de Carmelo Pérez, el hermano de Silverio. Ella ha sido la única persona que ha fallecido en el coso, víctima de un infarto. Ningún torero ha muerto en esta plaza en sus 76 años cumplidos. Un joven rejoneador, Eduardo Fontanet, falleció en marzo de 1997 a consecuencia de un percance que sufrió en este ruedo, pero no murió ahí, sino días después en un hospital.
Otra historia, leyenda o realidad, es que en esta plaza de toros se fraguó el asesinato del presidente estadunidense John F. Kennedy, en 1961. Información hallada en archivos secretos habría revelado la presencia de Lee Harvey Oswald, en la Ciudad de México, en diciembre de 1962. El presunto autor material del atentado se habría confundido entre el público asistente a una corrida de toros para reunirse ahí sin ser detectado con espías soviéticos participantes en el complot que culminó con el asesinato del mandatario en Dallas, el 22 de noviembre de 1963.
En la parte baja del inmueble, a la que se accede a través de dos rampas que descienden desde la puerta principal a nivel de calle, están los corrales, el área de enchiqueramiento y los toriles. En los corrales se mantiene a los toros desde su llegada de la ganadería hasta su lidia. Por cierto, según los veterinarios, el lapso de mayor estrés de los astados, que incluso pierden gran cantidad de peso, no es durante su lidia, sino en el trayecto de la ganadería al coso –luego de pasar toda su vida en la placidez del campo bravo— al ser transportados en cajones especiales, individuales, en camiones que naturalmente se mueven.
También en esa área se efectúa en los días de corrida el sorteo de los toros, para formar lotes que se asignan a cada torero, ritual al que tiene acceso el público. También, inmediatamente después, ocurre su enchiqueramiento, uno por uno en pequeñas corraletas individuales de los que se tiene acceso directo al ruedo por la puerta de toriles. Posteriormente se celebra una misa en la capilla, un pequeño santuario al que invariablemente acuden toreros y subalternos al llegar a la plaza, antes de que suene el clarín.
A lo largo de los años, han sido colocadas en el callejón que rodea al ruedo una serie de placas alusivas a diversos acontecimientos. En una de ellas se hace un reconocimiento al cuerpo médico. Otras es refieren a grandes faenas o a toros notables por su bravura. Y hay una alusiva al “vuelo” de Pajarito, el astado de la ganadería de Cuatro Caminos que saltó por encima de la barrera y llegó a las primeras filas de barrera de sol, el domingo 29 de enero de 2006.
Entre otros “secretos” que guarda el coso está desde luego el túnel que lo conecta con el por muchos años conocido como Estadio Azul y hoy llamado de nuevo estadio Azulgrana, por ser sede del equipo Atlante de futbol. Cuentan que por ese pasadizo prácticamente huyó, llorando, el torero regiomontano Eloy Cavazos, avergonzado por su lamentable actuación el día de su despedida de los ruedos. Y que también por ahí suele acceder a la Plaza el diestro español José Tomás, para evitar los tumultos de sus admiradores en la entrada habitual del coso.
La tauromaquia es quizá el espectáculo más vigilado y reglamentado que hay en la Ciudad de México, como lo documenta Daniel Salinas en su libro “Homenaje a la Plaza México. Más de 70 años de historia”. Desde su llegada a la plaza y durante toda su estancia los toros son objetos de una acuciosa atención por parte de los veterinarios, que se ocupan de su condición física en general, su peso, su alimentación y la integridad de sus astas, todo conforme a la norma.
Otro dato interesante es que la filmoteca de la UNAM se inauguró con la proyección de una película filmada en la Plaza México, Torero, sobre la vida de Luis Procuna, que fue la primera cinta del acervo universitario, lo que se inscribe en la rica aportación cultural que la fiesta taurina ha significado a través de los siglos para nuestra nación. Y de esa tradición, los jóvenes de hoy han tomado de la fiesta para ovacionar en conciertos a sus artistas favoritos el “¡Ole, ole, oleee!” en forma de cántico.
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