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Si nada cambia en Año Nuevo, ¿por qué nos ilusiona tanto?

Success, hands or toast in a party for goals, winning deal or new year at luxury social event celebration. Motivation, team work or people cheers with champagne drinks or wine glasses at dinner gala

Rituales, ciclos y la necesidad humana de creer que ahora sí.

Entre la lucidez de U2 y la coreografía emocional de Mecano.

STAFF/LIBRE EN EL SUR

Cada fin de año repetimos el mismo gesto con una fe que no se sostiene del todo en la razón.

Brindamos, nos abrazamos, contamos los segundos como si el tiempo fuera a obedecer al reloj y no a las inercias.

Sabemos —lo sabemos bien— que el calendario no cambia estructuras, no corrige violencias ni endereza biografías.

Y aun así, insistimos.

No por ingenuidad pura, sino porque el ser humano vive por ciclos y rituales, y sin ellos la incertidumbre sería inhabitable.

La música pop, que suele decir verdades incómodas con melodía pegajosa, lleva décadas señalando esta contradicción.

En New Year’s Day, Bono lanza una frase que funciona como antídoto contra el optimismo automático: nothing changes on New Year’s Day.

Nada cambia.

La canción nació en un contexto político concreto —la persistencia del conflicto, la repetición de la historia—, pero su diagnóstico es universal.

El cambio no llega por decreto del almanaque.

El año nuevo no redime; a lo sumo, desnuda lo que sigue intacto.

En el extremo aparentemente opuesto está Un año más, convertida en banda sonora obligatoria de plazas, televisores y transmisiones oficiales.

La Puerta del Sol, las uvas, los besos contados, la promesa lanzada al aire.

Mecano no canta el cambio real: canta el rito.

El alivio momentáneo de saberse acompañado en la ilusión colectiva.

Un año más no es una consigna transformadora; es la constatación de la repetición.

Y ahí, justo ahí, está su verdad.

Lejos de contradecirse, ambas canciones dialogan.

U2 aporta la lucidez política: el tiempo no hace el trabajo que evitamos.

Mecano pone la coreografía emocional: el ritual que nos permite seguir adelante aun sabiendo que, en lo esencial, todo seguirá igual si no hacemos algo distinto después del brindis.

No es casual que nos aferremos a estos ritos.

La antropología ha documentado que todas las sociedades humanas conocidas organizan la vida mediante rituales que marcan transiciones: nacimientos, muertes, cosechas, inicios y cierres de ciclo.

No son adornos culturales, sino estructuras simbólicas que dan sentido y orden emocional al paso del tiempo.

La psicología contemporánea ha corroborado lo mismo desde otro ángulo.

Los rituales reducen la ansiedad frente a la incertidumbre.

Ayudan a regular emociones.

Fortalecen la cohesión social, incluso cuando no producen un efecto material directo.

El Año Nuevo funciona así como un placebo social.

No cura las causas profundas —ni personales ni colectivas—, pero calma lo suficiente como para no colapsar frente a ellas.

Nos da un punto de corte artificial para decir “hasta aquí”.

Y un punto de arranque simbólico para decir “ahora”.

El problema aparece cuando confundimos el símbolo con la acción.

Cuando creemos que el rito sustituye la responsabilidad.

Por eso estas canciones regresan cada diciembre como si fueran crónicas de nosotros mismos.

U2 nos recuerda que el poder, la violencia y las inercias sobreviven a los fuegos artificiales.

Mecano nos acompaña en la necesidad humana de celebrar, aunque sepamos que la celebración es efímera.

Una desnuda la mentira.

La otra la vuelve habitable.

Nada cambia en Año Nuevo.

Cambia, a veces, después.

Cuando se apaga la música.

Cuando se acaban los abrazos de compromiso.

Cuando queda la parte incómoda: hacer que algo efectivamente sea distinto.

Entre la frase seca de New Year’s Day y el coro multitudinario de Un año más se mueve nuestra condición humana.

Lúcida.

Ritualista.

Contradictoria.

El Año Nuevo no transforma la realidad.

Nos expone frente a ella.

Y en esa exposición —incómoda pero necesaria— empieza, si acaso, la posibilidad real del cambio.

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