Libre en el Sur

‘Sigue flotando la tragedia’

Célebre es ya la crónica vívida, única en su tipo durante la pandemia, en la que Jorge Riancho Guzmán cimbró la conciencia y los sentimientos de nuestros lectores, que se contaron por decenas de miles. En ella abordó la experiencia y el miedo de enfrentar la muerte rescatando a víctimas del coronavirus en el Hospital Mac Gregor-Xola del IMSS. Justo un año después de aquella publicación, el doctor comparte en este relato lo que quedó tras el drama, algo que no está exento de la miseria humana.

POR JORGE ALBERTO RIANCHO GUZMÁN

Y hoy, después de poco más de un año del inicio de la pandemia por covid-19, estoy sentado justo donde todo empezó para mí en la atención de pacientes en este hospital, en la sala de entrega de guardia del cuarto piso, desde donde se ve más claro. Me viene a la mente lo que un gran maestro nos dijo al terminar el curso de semiología médica del tercer año de medicina cuando le decíamos que no habíamos aprendido nada durante ese año: con ternura nos pidió analizar bien lo que sabíamos ese día con respecto a lo que sabíamos el primer día que inició el curso.

Algo así me sucedió otra vez. Durante el último año pareciera que no pasó nada; fue todo tan drástico, tan intenso y vertiginoso, que solo haciendo una pausa para desmenuzar lo ocurrido, he podido ver que sí aprendimos y mucho. Agradecido estoy de no haber enfermado, de haber podido servir y de poder narrar algo de lo bueno y de lo malo que viví durante la atención de pacientes covid.

Adentro del hospital de Xola. Fotos: Jorge Riancho

Hoy ya vuelve a la normalidad la atención de enfermos en el hospital; ya no hay enfermos de covid aquí, ya no me acompaña esa maleta en la que llevaba el overol, los gogles y demás prendas del equipo de protección personal, el miedo se va olvidando y las situaciones se van normalizando. Después de haber estado una larga temporada entrando a los pabellones aislados a través de puertas y pasillos implementados especialmente para ello, de sentir esa atmósfera densa y ver y sentir tanto dolor que es separada del mundo externo por tan solo un vidrio, resulta extraño ver que  hoy ya no tenemos pacientes enfermos de covid en el hospital.

Sin embargo siguen ahí esas puertas, esos señalamientos en el piso, esas murallas invisibles que al atravesarlas el día de hoy, el pecho se comprime y cuesta trabajo incluso respirar. es inevitable sentir otra vez y tener esas imágenes mentales tan vívidas tan solo de ver y tocar esos símbolos y poder percibir otra vez todo solo con la memoria. Es lo mismo que ocurre cuando vas a algún monumento o plaza histórica donde ocurrieron tragedias o algún lugar donde hubo masacres y horror, después de un tiempo estás parado ahí pero en otro tiempo, en otra época y a pesar de eso sigue flotando algo de tragedia, algo de calamidad, algo de muerte.  eso es lo que sentí los primeros días en los que entré a los pabellones del servicio de cirugía general ya sin atender enfermos covid.

Se hace un nudo de emociones aquí adentro, en el pecho, en algún momento del día dentro del hospital.  por un lado, los encuentros con las personas con quien compartimos la experiencia, sean médicos, enfermeras, administrativos, camilleros, cocineros,  son muy profundos, se han creado vínculos de largo plazo, tuvimos  los mismos miedos, los mismos síntomas que parecían covid, tosíamos y nos quejábamos de debilidad y dolores de cabeza, insomnio, tristeza, dolores musculares y de quijada dos o tres veces por mes, y lo platicábamos y reíamos, sabíamos que era solo mental, nos hicimos amigos y hoy nos vemos con una mirada distinta, eso es indiscutible e invaluable.

Siento orgullo por las instituciones de salud que como grandísimas maquinarias se convirtieron en enormes centros para la atención de los enfermos y que muchas personas pudimos ser parte de ese tejido y ayudar. Nos llena de emoción vernos con sentido de pertenencia y empatía. La pandemia cambió la manera de trabajar de todos, en especial de los estudiantes de las especialidades médicas y quirúrgicas, quienes cursaron su año en la atención covid y además algunos de ellos penosamente fallecieron y otros estuvieron cerca. Sin embargo, hoy con mucha admiración los vemos continuar en el camino, con entusiasmo y con la mirada al frente y así como hay vivencias agradables dentro de todo el caos, que nos han dado grandes satisfacciones y momentos increíbles, está también el lado opuesto, el lado b, el otro lado de la moneda:

“Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda a las almas y el espectáculo suele ser horroroso”, escribió Albert Camus en La peste. Entre muchos ejemplos de lo anterior quedará grabado siempre en mi memoria lo lo siguiente: hubo algunos médicos y enfermeras que tuvieron la fortuna de haber recibido una licencia laboral para no trabajar mientras hubiera pacientes covid en el hospital, ya que padecen de enfermedades o condiciones que los colocaban en  alto riesgo, como los hipertensos, diabéticos, asmáticos. Pues bien, por un lado están algunos verdaderos guerreros que a pesar de ser personas de alto riesgo no quisieron solicitar su licencia laboral y decidieron permanecer con amor, valor y vocación, cumpliendo con lo que ellos sintieron como su deber.  Algunos de ellos enfermaron gravemente y quedaron con secuelas, otros murieron de covid después de una larga y dolorosa agonía, víctimas de la misma enfermedad que ellos quisieron combatir sin miedo; para ellos mi agradecimiento, admiración y respeto.

Pero por el otro lado, están aquellos que, con astucia, mentira y no sé qué otras armas, consiguieron su licencia para no trabajar en la institución pública a pesar de no tener enfermedades o riesgo alguno para atender este tipo de pacientes, y siguieron su vida con normalidad afuera de la institución. Así mismo, pudimos enterarnos de robos en los hospitales. Robaban cubrebocas, overoles, gel anti séptico, así como los objetos personales que se dejaban en los vestidores y cuartos de descanso de médicos mientras entrabamos a los pabellones aislados del hospital, robo de medicamentos, instrumental y hasta de piezas de ventiladores mecánicos. Están también aquellas personas que nunca hicieron caso de los llamados a quedarse en sus casas, y que decidieron seguir en las fiestas clandestinas y no tan clandestinas, los centros nocturnos que de igual manera siguieron operando, incluso las reuniones familiares pequeñas que tantos enfermos abonaron.

Recuerdo que al comienzo de la pandemia, en muchas conversaciones se escuchaba decir que ésta seguramente dejaría a la humanidad más sensible, más empática, más respetuosa del medio ambiente, del planeta, de nuestros semejantes, porque habíamos entendido –al fin—, que somos muy vulnerables. Pero el día de hoy no percibo sinceramente que los cambios y la sensibilidad de los que se hablaba entonces, sean reales.

Las mismas puertas. Un año después

En los hospitales ya son otros los pacientes que ocupan esas camas, muchos de los cuales después de tanto tiempo están pudiendo recibir ya la atención médica de sus padecimientos que se hicieron crónicos y mucho más difíciles de curar. Las intervenciones quirúrgicas son mucho más complejas y con alto índice de complicaciones, los protocolos sanitarios son diferentes y la vida nos ha cambiado a todos. Hoy todavía no termina la pandemia, aun con la aplicación de las vacunas y de que ya son mucho menos los casos, no podemos dar carpetazo y cantar victoria, debemos seguir atentos y cuidándonos todos.

Reitero el más profundo respeto, agradecimiento y admiración a todas las personas del sector salud que dejaron su vida en la pandemia o que persisten con secuelas. Mis condolencias a las familias de las mismos y a todos aquellos que han perdido a alguien debido a esta terrible enfermedad.

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