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El toro que quiere superar a la Torre Eiffel: España se juega un símbolo gigante

La controversia: identidad, política y futuro del símbolo

Se proyecta en territorio ibérico una escultura de 300 metros, habitable y visible desde kilómetros

STAFF / LIBRE EN EL SUR

Un toro de acero de casi 300 metros de altura parece una exageración, pero en España se discute con total seriedad. La propuesta se llama El Toro de España y la impulsa la Academia Española de Tauromaquia, convencida de que ese país necesita un icono universal. La silueta recortada de un toro monumental coronando una colina es la postal que quieren vender al mundo.

La construcción sería habitable. Dentro habría ascensores, pasarelas y un par de miradores ubicados en los cuernos. Desde allí, el visitante contemplaría el paisaje castellano o, si la sede está cerca, la línea urbana de Madrid. En la base, un centro comercial y museístico reforzaría la función turística. El entramado metálico estaría preparado para resistir viento y cargas, con la ayuda del propio diseño hueco que reduce la oposición al aire.

La inversión, prometen, será privada. Los ayuntamientos aportarían el terreno y facilitarían permisos. La recompensa: atraer turismo global, convertir un municipio en destino obligado, presumir un hito arquitectónico. Pero los requisitos técnicos no son menores: accesos, servicios, estacionamientos masivos y una integración paisajística que evite convertir el entorno en un simple plató.

Más de treinta municipios ya mostraron interés. No se trata solo de levantar una estatua: se trata de reconfigurar economías enteras.

Peñafiel, en Valladolid, va delante. Su Plaza del Coso, del siglo XV, es símbolo de una relación histórica con la tauromaquia. El Ayuntamiento asegura tener el terreno perfecto: amplio, visible, conectado. Para ellos, el toro monumental coronaría una identidad que lleva siglos forjándose entre encierros y vendimias. Su discurso es directo: aquí el toro ya es parte de la vida diaria.

El Molar, en Madrid, fue el primero en postularse formalmente. Propone una vieja zona industrial junto a la A-1. Su argumento es poderoso: la escultura sería visible desde la capital y funcionaría como puerta simbólica de entrada. Además, supondría reactivar suelo estancado desde hace décadas.

La ciudad de Madrid ya rechazó alojarlo: la alcaldía prefiere no enarbolar un símbolo que divide a la opinión pública. En cambio, la Comunidad de Madrid insiste en que podría estudiar opciones en su territorio. No es lo mismo aparecer en las fotos que pagar los costos políticos del toro.

Otros municipios del centro español también sueñan con el coloso, cada uno con su receta: tradición, paisaje, accesibilidad ferroviaria, terrenos baratos. La Academia visita parcelas, calcula sombras y mira hacia el cielo para verificar servidumbres aéreas. Antes de existir, el toro ya reordena prioridades municipales.

Una fiesta que despunta entre jóvenes y nuevas figuras

El contexto que sostiene el proyecto sorprende. Las Ventas superó el millón de asistentes en 2025. Las plazas volvieron a llenarse. En muchos festejos, uno de cada cuatro asistentes es menor de 30 años. Las escuelas taurinas, que hace una década agonizaban, tienen lista de espera. La fiesta vive, contra pronóstico, un repunte atractivo para sectores que se creían desconectados de ella.

En este momento aparece Olga Casado, novillera de 22 años. Su presencia rompe prejuicios e impulsa un relato nuevo: la posibilidad de que una mujer lidere el escalafón. Ella insiste en que lo logrará. Mientras tanto, Morante de la Puebla anuncia su retirada. Una era concluye. Otra comienza a gritar desde el callejón.

Esa intersección de relevo generacional y devoción persistente enmarca el entusiasmo por un símbolo gigantesco que diga, a los cuatro vientos, que el toreo sigue siendo parte del presente.

La economía también juega. Miles de empleos dependen directa o indirectamente de la fiesta: ganaderías, artesanos, modistas, transporte especializado, turismo rural, gastronomía. Para varias regiones, la temporada taurina sostiene más que tradiciones: sostiene ingresos.

Ahí entra el peso del Toro de Osborne, aquel anuncio de brandy convertido en icono. Cuando quisieron quitarlo, el país lo defendió. La carretera lo adoptó. La cultura lo hizo bandera. Los símbolos taurinos sobreviven cuando nadie lo espera.

México ofrece un contraste oportuno. En la Ciudad de México se prohibieron las corridas tradicionales: ni muerte del animal ni uso de banderillas. El movimiento animalista ganó una batalla histórica. En Madrid, en cambio, se refuerzan las políticas de protección y promoción del toreo. Dos metrópolis hispanas marchan en direcciones opuestas.

La izquierda española: una correa tensa

La tauromaquia ha revelado una fractura importante dentro del bloque progresista. El PSOE nunca impulsó la abolición. Ha gobernado décadas sin tocar la fiesta. Pero hoy comparte el poder con Podemos, que exige un giro completo: abolición, derechos animales y ruptura con lo que consideran violencia cultural.

Una iniciativa popular con cientos de miles de firmas, para permitir que cada comunidad autónoma decidiera si prohibir o no las corridas, fue frenada sin debatirse. La abstención del PSOE bastó para congelar la discusión. Los socialistas no quieren tomar un bando que les reste apoyos rurales, pero tampoco perder fuerza en las ciudades que reclaman cambios.

Podemos acusa a su socio de proteger intereses conservadores. El PSOE responde que la cultura no se legisla desde trincheras morales. Entre tanto, intelectuales de izquierda defienden la tauromaquia como arte popular y señalan que la identidad no es un decreto, sino una experiencia colectiva.

El toro monumental condensa ese conflicto: para unos es una provocación gigante; para otros, un acto orgulloso de resistencia cultural ante un mundo que quiere simplificarlo todo.

Si el toro de 300 metros se construye, generará selfies, colas interminables, orgullo, turismo, protestas y debates sin fin. Será imposible ignorarlo.

Si no se levanta, ya habrá sido revelador. El toro sigue siendo el lugar donde España conversa consigo misma sobre tradición, modernidad, memoria y futuro. Las plazas no son solo arenas; son escenarios de identidad en disputa.

Desde México, es posible observar la historia con un poco más de calma. Allí donde unos ven barbarie, otros ven arte. Donde unos ven atraso, otros ven arraigo. La fiesta sigue viva y discutiéndose en voz alta.

Y ahora, esa discusión tiene forma de toro gigante mirando al horizonte, esperando que alguien decida si lo dejan nacer o lo condenan al mundo de los sueños desmesurados.

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